Para pensar....

lunes, 28 de julio de 2008

Existen cuatro apreciaciones diferentes del propio ser:

  1. Cómo se ve cada uno a sí mismo.
  2. Cómo creemos que nos ven los demás.
  3. Cómo nos ven los demás realmente.
  4. Cómo somos en verdad.
Ninguna de las cuatro suele coincidir

¿No es para pensar?

Nota: Pido perdón si últimamente ando un poco descastado en mis visitas, pero ando muy mal de tiempo. También esta nube pasará.

La sabiduría nos ayuda a evitar preocupaciones

martes, 22 de julio de 2008

Uno de los preceptos por los que rijo mi vida es: no hay nada, ABSOLUTAMENTE NADA, lo suficientemente importante en esta vida como para tener que preocuparse.
Ustedes dirán que eso es imposible; existen multitud de problemas de los que nadie nos libramos. Y así es, todos tenemos problemas, la vida no es nada fácil. Pero no hay que preocuparse por los problemas, más bien hay que OCUPARSE de ellos, y cuanto antes mejor, así nos los quitaremos de encima lo más pronto posible. Las preocupaciones no tienen utilidad práctica alguna, más bien todo lo contrario, son una fuente de problemas para la salud, por ello hay que intentar evitarlas en la medida de lo posible. Como escribió el experto en filosofía taoísta, Daniel Reid:
La preocupación es un derroche de energía innecesario, que no logra absolutamente nada y sólo sirve para oscurecer los fines últimos. La preocupación refleja indecisión, falta de confianza y miedo al fracaso, y perturba por completo la armonía de cuerpo, aliento y mente. Esto resulta evidente cuando se tiene en cuenta que cualquier preocupación hace que la respiración se vuelva rápida y superficial y provoca la inmovilidad del diafragma. Pero la preocupación es una de las emociones más difíciles de someter a control, sobre todo en esta época moderna de tensión crónica, constante insatisfacción con la propia suerte e incertidumbre espiritual. La cuestión puede resumirse así: haga algo o no lo haga, pero no se preocupe constantemente por los resultados. En vez de preocuparse por el dinero, el matrimonio, la fama, el éxito y demás, un adepto taoísta toma las medidas necesarias para obtener lo que desea o se olvida por completo del asunto y dedica su atención a otras cosas más importantes.”
Ante cualquier problema, sólo caben dos alternativas: solucionarlo o, si no podemos hacer nada, resignarse y aprender a vivir con él. De nada sirve preocuparse. Muchas personas tienen la manía de preocuparse por cosas que creen que pueden pasar, pero que no han pasado y, en la mayoría de ocasiones, no pasarán nunca. Y sin embargo viven constantemente preocupados, con todo el estrés y la intranquilidad que ello conlleva. Una preocupación exagerada termina eliminando la alegría y el entusiasmo.
Es cierto lo de que «hombre prevenido vale por dos»; es bueno prever los posibles problemas para así poder atenuar sus consecuencias; pero eso no tiene nada que ver con el hecho de estar constantemente preocupados por ellos. Como ya he dicho, ante un problema o posible problema lo que hay que hacer es actuar, si en verdad queremos solucionarlo o que no nos coja desprevenidos. Con una preocupación excesiva e innecesaria lo único que conseguimos es debilitar nuestra salud, desperdiciar energía y, con el tiempo, entrar en una espiral de negatividad y pesimismo de la cual es muy difícil salir. Además de hacernos la vida más desgraciada a nosotros, se la hacemos también a las personas de nuestro entorno, a los que estamos continuamente atosigando con nuestras obsesiones.
Hablando de problemas, me gustaría recordarles que éstos raras veces se solucionan solos. Lo que intento decirles es que si tienen un problema que les preocupa u obsesiona demasiado, no arreglarán nada quejándose o quedándose quietos esperando que se solucione solo o que otro lo solucione por ustedes. Lo mejor y más inteligente es ponerse manos a la obra cuanto antes, ya que los problemas, por norma general, suelen seguir una regla bastante molesta, y es que si no se solucionan, con el tiempo tienden a agravarse, con lo que cada día resulta más complicado solventarlo llegando incluso un momento en que puede que no tenga solución.Además, para solucionar un problema para siempre es necesario averiguar primero su causa raíz; esto puede parecer una obviedad, pero lo digo porque estoy harto de ver como se intentan solucionar problemas graves por atajos más rápidos, lo que todos conocemos por «hacer una chapuza». De esta forma lo único que se consigue, y sólo a veces, es ganar un poco de tiempo y retrasar sus consecuencias, sin tener en cuenta que este tiempo ganado puede servir también para agravar aún más el problema, con lo cual nos costará más trabajo solucionarlo cuando vuelva a surgir. El estudio de la sabiduría puede sernos de mucha utilidad a la hora de averiguar cuales son estas causas raíces y, por supuesto, para evitarlas o atajarlas a tiempo.

Ayer, en la playa

domingo, 20 de julio de 2008

Ayer volví a sentir la ingravidez de mi cuerpo al compás de las olas.
Ayer mis pies volvieron a flotar sobre la arena tersa y húmeda.
Ayer volví a contemplar gaviotas planeando en busca de migajas de pan extraviadas.
Ayer de nuevo tutee al sol y él me guiñó un ojo mostrándome su complicidad.
Ayer el viento volvió a acariciar mi rostro borrando toda sombra de duda.
Porque ayer, en la playa, mi mente volvió a quedar limpia y despejada como la gota de rocío por la mañana.
Ayer me transformé en Naturaleza y me fusioné con el Universo formando un solo ser durante un rato.
Ayer le robé al infinito un instante de su locura, y me lo guardé para mí.
Ayer no hubo diferencia alguna entre mi cuerpo y el de cualquier concha mecida indolente por las olas.
Ayer me igualé en todo a la piedra que con paciencia pule el ir y venir incansable de las mareas.
Ayer yo no fui a la playa... la playa vino a mí.
Y fui feliz.
Hoy... ya veremos.

El camino del guerrero

lunes, 14 de julio de 2008

Este es otro ejercicio de la Escuela de Letras en el que se pedía un relato que contuviese estas palabras: horizonte, monje, corazón, aguja, almendra, amoniaco y caridad.

El guerrero levantó la mirada hacia el horizonte mientras caminaba. Siempre hacia el horizonte; esa fue la concisa respuesta del monje cuando le preguntó hacia dónde debía dirigir sus pasos: “Siempre hacia el horizonte”. “Hasta cuándo”, quiso saber el guerrero, “hasta que tu corazón te señale el final”, fue de nuevo la enigmática respuesta del monje. “¡Ese maldito hechicero del demonio y sus misteriosas respuestas!”, pensaba el guerrero al tiempo que se encaminaba hacia el infinito.
Los rayos de sol se le clavaban en la frente como agujas ardientes, sus pies se volvían por momentos más y más pesados, el calor era sofocante y la sed le consumía el aliento hasta secarle incluso el sudor. Desde el principio supo que no sería una buena idea adentrarse en ese basto desierto tan sólo con un pellejo de agua y unas cuantas almendras. “Son un alimento muy energético”, le espetó el monje ante sus protestas, “sí, pero por algo le llamarán fruto seco”, quiso contestarle el guerrero... pero calló y obedeció. Sabía que era lo mejor; o, mejor dicho, sabía que era lo único que podía hacer. Así que allí se encontraba, en medio de la nada, sin apenas agua, con un enorme sol sobre su cabeza y rumbo hacia lo desconocido a la espera de una incomprensible señal que le indicase el final de su camino.
Recordó que en alguna ocasión había oído hablar a un viejo brujo sobre la posibilidad de convertir la orina en agua potable en caso de necesidad, e incluso le explicó cómo hacerlo. Pero de eso hacía mucho, y el guerrero desconfiaba de que fuera posible, además, tal y como le ardía todo el cuerpo, tenía la impresión de orinar directamente amoniaco, así que desechó la idea casi de inmediato. Tendría que conformarse con la confianza que había mostrado siempre el monje hacia sus posibilidades; hasta el momento nunca le había defraudado... claro que aún estaba a tiempo, se decía el guerrero mientras continuaba con sus maldiciones.
En su lento y pesado caminar tuvo tiempo de sobra para reflexionar sobre la última conversación que mantuvo con el monje, antes de partir hacia su insólito destino. “¿Cómo debo comportarme ante los demás, cuál debe ser mi actitud?” le preguntó con curiosidad; “la caridad debe ser tu única guía para con tus semejantes”, fue su lacónica respuesta. Pero cómo podría mostrarse caritativo con los demás el pordiosero en que se había convertido; precisamente era él el que parecía necesitar urgentemente de la compasión ajena.
Pero todas estas dudas y otras muchas que le surgirían durante el arduo aprendizaje que aún le restaba, les serían resueltas más adelante, en el momento en el que consiguiese por fin la impecabilidad más pura y le fuese revelado con total lucidez el gran misterio que gobierna todas las conciencias de este Universo. Hasta entonces, tendría que conformarse con el sacrificio y la confianza, algo fundamental para un buen discípulo que sólo desea convertirse en un guerrero auténtico.

Quién soy, qué soy

miércoles, 9 de julio de 2008

Quién soy, qué soy, a menudo me pregunto. Infinidad de nombres, apellidos, oficios y labores, todo ello en conjunto, en mi mente aparecen como en la boca los sabores.
Mi nombre son signos del alfabeto, que tan sólo pretenden distinguirnos de otros sujetos, aunque no con un éxito total, ya que muchos otros comparten nuestro santoral. Con los apellidos ocurre algo similar, con ellos sólo se intenta concretar.
Con respecto a mi oficio, es puro artificio, nada que no hagan otros cientos, que al igual que yo, con ello apenas nos ganamos el sustento.
Sobre ocupaciones, otras labores y aficiones, nada hay en ellas que me defina, puesto que sólo son fugaces funciones, que con el tiempo mudan, como lo hacen las estaciones.
Y por si aún lo dudan, termino con mis conclusiones; si nada de lo dicho me convence y nada es lo que parece, por qué no imaginar, a ver si algo se aclara, que sólo soy un corazón provisto de un solo ala con la que apenas puedo volar, por lo que sólo me resta mendigar, aunque con ilusión, una bonita metáfora que a este poema sirva de colofón.

La cabina

viernes, 4 de julio de 2008

Graciela de Palomas de Papel me ha invitado a participar en el concurso de relatos cortos propuesto por Toni de El Mosquitero, donde tienen que estar presentes las palabras “ventana” y “calle desierta”. Y esta es mi aportación:

Escribo estas líneas con pulso tembloroso porque estoy convencido de que esta noche ocurrirá algo. Aún no sé el qué... pero temo por mi vida.
Todo empezó hace ahora aproximadamente un año. Cada noche de luna llena, en la madrugada, cuando más profundo es el sueño, suena el teléfono. Lo cojo sobresaltado y una voz ronca me dice: “Te estoy observando”. Tres palabras que se me clavan como puñales donde más duele. Con el corazón desbocado salto de la cama y abro la ventana de mi cuarto para toparme con una gran luna acechante, y bajo la lúgubre luz de la farola solitaria que reina en la calle, veo una sombra mirándome con ojos felinos mientras sujeta el teléfono de la cabina. Seguidamente me despierto con una angustia que me recorre toda la espina dorsal y las sábanas empapadas de un sudor frío y penetrante.
Los primeros días no podía reprimir la tentación de levantarme y abrir la ventana. Sólo me encontraba esa maldita e inmensa luna riéndose de mí y una calle desierta tenuemente iluminada por una única y envejecida farola, bajo la cual nunca ha habido una cabina telefónica.
Nunca.... hasta ahora. Hace tres días que los operarios de la compañía se marcharon dejando colocada una reluciente cabina.... justo como la que aparece en mis pesadillas... justo debajo de aquella farola solitaria.
Y justo esta noche la luna cumplirá un nuevo ciclo y lucirá plena y desafiante frente a mi ventana... como cada mes... sólo que en esta ocasión será diferente... lo sé.

Vida más allá de la memoria

martes, 1 de julio de 2008

Abro los ojos.
Una luz ambarina me da la bienvenida... aunque no sé a donde.
Mis pupilas revolotean en busca de una explicación.
No la encuentran.
Un techo inalcanzable sobre mi cabeza, una superficie mullida que me sostiene, la pequeña ventana por donde se cuela el día,... poco más; extraños objetos y muebles característicos de cualquier dormitorio.
No comprendo nada.
No sé quién soy, no sé dónde estoy.
Me incorporo lentamente, tembloroso. Me rodea un mundo inquietante; imágenes irreconocibles me observan sospechosamente, parapetadas en marcos protectores, formas inanimadas de multitud de colores y tamaños aumentan aún más mi desconcierto. Algo que tengo a mi alcance despierta mi curiosidad con un contoneante tic tac que me sugestiona; me atrevo a cogerlo, le doy vueltas, lo zarandeo intentando hallar su imposible secreto, pero cedo ante su magia.
Ante mí se abre una puerta amenazadora..., aunque quizá liberadora. Intuyo que ese es el camino que debo seguir, a pesar de que mi corazón galopa en sentido contrario. Un profundo pasillo interminable, más imágenes a lado y lado que se ríen de mí, más cosas misteriosas, más amenazas, y un nuevo reto. Otra puerta a mi lado me invita a conocer los arcanos que oculta en su interior.
Entro. Giro la cabeza en busca de un consuelo y ante mí una gran imagen me mira espantada, obligándome a saltar hacia atrás al mismo tiempo que sofoco un grito de sorpresa y terror.
Mi corazón ocupa todo mi interior.
Intento controlarme; esta imagen es distinta a todas las demás; se mueve y me espía con la misma curiosidad que yo a ella. Me acerco y palpo con estupor la superficie lisa que la ampara. O que la aprisiona, porque parece que quiere salir, me pide ayuda, intenta coger mi mano. Pero todo es inútil; no puedo librarla de su prisión. La abandono con pesar en su infortunio.
Prosigo mi exploración. Estancias abarrotadas de cosas raras, aparatos de utilidad sospechosa, más imágenes inquietantes; ahora puedo reconocer algunas: pertenecen al cautivo del cristal, cuando aún era libre y podía mudar de apariencia a voluntad. Entonces era alegre, no daba miedo. Pienso que también yo estoy encerrado entre cuatro paredes y la angustia que me sube por la espalda me obliga a buscar una salida de todo esto.
Necesito encontrar respuestas.
Una nueva puerta acristalada mayor que las demás me ofrece su ayuda mostrándome la libertad con forma de luz amarilla que celosamente se alberga tras ella. La abro con impaciencia y el espectáculo que me ofrece la primavera me desborda los sentidos; multitud de nuevos olores y colores acuden a mi mente aún virgen y receptora.
Pero la mayor de todas las amenazas irrumpe sin aviso en mis ensoñaciones y me deja petrificado en el dintel de la puerta. Un extraño ser de cuatro patas se acerca velozmente babeando y meneando insistentemente su lánguida cola. Demasiado tarde para huir; cierro los ojos intentando domar al tren desbocado en el que se ha convertido mi corazón. No ocurre nada. La criatura se contenta con lamer un poco mis pies descalzos y se retira aburrida y cabizbaja.
Vuelvo a ser libre.
Este nuevo mundo me fascina; quiero oler cada color, abarcar cada fragancia que la brisa me susurra y ver a través de cada rayo de luz que ante mí aterriza. Me abrazo al sol, absorbo su cálido perfume, acaricio una a una las nubes que se mecen indolentes sobre mi cabeza y me columpio ingrávido a merced del relámpago que recorre mi espalda y desemboca en mi cerebro. ¿Puede haber mayor placer? Mis pies descalzos flotan sobre el refrescante manto verde que cubre el mundo y me hacen danzar olvidándome de todo...
¿Olvidándome de qué?
... hasta caer extenuado bajo una amplitud celeste inabarcable.
De repente mi mirada cambia de dirección; ahora apunta directamente hacia dentro. Se clava en lo más hondo de mi ser, y como una palanca acerada, consigue entreabrir la trampa que apresaba la memoria. Mi boca conforma una mueca extraña, ahogando para siempre la sonrisa, al tiempo que mi mente entra por la puerta grande en el mundo real. Veo que el jardín necesita una poda urgente y que el rocío del césped me está poniendo el pijama perdido. Gento, mi perro labrador, se me vuelve a acercar perezosamente, lo acaricio e intento disimular la sombra que me cruza el rostro.
“El doctor tenía razón”, le susurro al oído al animal, “ya ha comenzado”.

Se acordaron de mí: