Ser independiente no significa vivir solo, ni mucho menos. Significa más bien no tener que depender de nada ni de nadie para gozar de una vida plena y feliz. Esta idea va muy ligada a la del desapego que proclama la filosofía budista. El desapego es fundamental para conseguir la independencia o, lo que es lo mismo, la auténtica libertad.
Cuando hablamos de desapego, nos queremos referir a la disminución de nuestros deseos; el maestro Taisen Deshimaru lo expresó de la siguiente manera:
”La sabiduría es necesaria en la vida práctica. Un objeto demasiado deseado no puede ser alcanzado, ya que el espíritu está demasiado apegado al deseo, lo cual origina el sufrimiento en el hombre o la locura. Todo va a aquel cuyo espíritu está tranquilo y lleno de sabiduría.
La sabiduría es aprender a no sufrir por un fracaso y a disminuir los deseos.”
Nuestra cultura tiene un dicho que seguro entenderán mejor: No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita. Puede parecer un tópico, pero así de simple es. La práctica del desapego material no es nada fácil, va en contra de todas las corrientes actuales. La sabiduría es la única herramienta que yo conozco para hacerle frente; en esta ocasión les hablo desde la propia experiencia y, créanme, funciona.
No se pueden hacer ni una idea del alivio tan inmenso que se siente cuando te libras de alguno de los muchos acuciantes deseos que todos los días agobian nuestra existencia. Tengan en cuenta que todo deseo con el que no se enfrenten, primero se convertirá en una necesidad, para después pasar a ser un vicio. Cada pequeño vicio que tenemos nos resta un poco de libertad, de ahí la importancia que tiene el acabar con ellos. Al mismo tiempo, cuando uno de estos deseos no puede lograrse, sufrimos, y si ha llegado ya a convertirse en un vicio, el sufrimiento será aún mayor; sólo tienen que pensar en un fumador acérrimo que se queda sin tabaco.
El hombre, a lo largo de su historia, ha creado e inventado miles de cosas; muchísimas de ellas muy útiles y prácticas, nos hacen la vida más fácil y cómoda; pero muchísimas otras lo único que consiguen es complicarnos la vida innecesariamente. No me estoy refiriendo sólo a los aparatos y artilugios fruto de la tecnología y la ciencia, sino también a muchas costumbres, hábitos, ritos, creencias e incluso sentimientos. Sentimientos como por ejemplo la vergüenza, el miedo injustificado, la pasión o el rencor. Piensen en esto, no existe ni un solo animal que sienta vergüenza; los niños pequeños empiezan a sentirla cuando sus mayores se la inculcamos. Con el miedo injustificado ocurre lo mismo; una cebra sólo se asusta y se estresa cuando siente la presencia del león por alguno de sus sentidos como la vista o el olfato; el hombre es el único que tiene estos mismos sentimientos de miedo y estrés con tan sólo imaginar la presencia del león. Las cebras huyen mientras el león las persigue pero, una vez que éste a atrapado a su presa, el resto siguen pastando tranquilamente mientras el león devora a su congénere; los hombres seríamos incapaces de actuar así. No siempre fue de esta forma; una vez fuimos como ellos, sabíamos distinguir lo realmente importante de lo que no lo es tanto; lo necesitábamos para sobrevivir. Este retraso es uno de tantos precios que hemos tenido que pagar por nuestra tan alabada inteligencia; como se suele decir, todo se paga en esta vida, o todo tiene un precio.
La conclusión a la quiero llegar es la siguiente: todos los inventos humanos, absolutamente todos, son prescindibles, tanto los materiales como los ficticios. La sabiduría nos enseñará a prescindir de ellos cuando debamos hacerlo y a saber utilizarlos debidamente cuando halla que hacerlo.
Tampoco se trata de llevar una vida vacía, sin ninguna afición o ilusión por las cosas materiales como lo haría un asceta. Les pondré un ejemplo, ya que creo que es la mejor forma de explicarles lo que quiero decirles. Imagínense que voy a comprarme un televisor, y se me antoja uno de los más modernos y caros que hay en el mercado. Si puedo permitirme el lujo de comprármelo sin que me suponga ningún sacrificio extraordinario, ¿por qué no hacerlo? Ahora bien, si una vez que lo tengo, pasado un tiempo, éste se me avería sin que tenga arreglo, la sabiduría me enseñará que no tengo que sufrir por semejante pérdida, por mucho dinero que me costase, ya que, al fin y al cabo, se trata sólo de un objeto y seguro que me las apañaré igual con otro mucho más simple y barato o, si fuera necesario, sin ninguno.
El desapego material consiste en tener muy claro que lo único realmente importante que poseemos es nuestra vida, el resto es todo superficial y reemplazable e incluso, en la mayoría de los casos, innecesario. El filósofo Raimon Panikkar escribió en una ocasión: “Una cosa es la pobreza y otra la miseria. La miseria es desdichada; la pobreza puede ser una bendición. Es no estar atado a nada, ni siquiera a la vida.”
Constantemente vemos en los noticiarios grandes catástrofes, naturales o provocadas, en distintas partes del mundo que ocasionan a cientos o miles de personas la pérdida de todos sus bienes: hogar, tierras, trabajo, etcétera, por no contar con la pérdida de seres queridos (por cierto que es algo a lo que todos estamos expuestos). Podemos comprobar cómo toda esta gente sufren lo indecible al ver que lo han perdido todo. Ni que decir tiene que sufrirán más aquellos que estaban más apegados a lo que eran sus vidas antes de la tragedia. Pues bien, si dejamos correr el tiempo, les puedo asegurar que para muchas de estas personas sus vidas cambiarán a mejor, sobretodo aquellas que más tenían y vivían más lujosamente, ya que esta pérdida les servirá para abrirles los ojos y hacerles distinguir lo realmente importante de lo que no lo es. Es decir, adquirirán sabiduría, pero no sin antes haber sufrido mucho sin necesidad.
Esta es una de las muchas formas que la ciencia de la vida tiene de enseñarnos sus secretos. Yo personalmente prefiero ahorrarme sufrimientos futuros y aprender a mi manera. Es posible que tengamos la enorme fortuna de no tener que pasar nunca por semejante trance pero, como ya hemos dicho antes, hombre prevenido vale por dos.
Además, tampoco hace falta complicarlo tanto; casi todo el mundo tendrá que pasar alguna vez en su vida por el trágico momento de perder a una persona querida, si no lo han hecho ya. Si esta persona es muy cercana, el dolor puede ser tal que deseemos incluso nuestra propia muerte por pensar que no podremos soportarlo. Todos sabemos que casi todo el mundo es capaz de rehacer su vida sin problemas dejando que transcurra el tiempo debido, pero nadie piensa en eso inmediatamente después de la pérdida, por el contrario, pensamos que jamás nos repondremos, como si fuésemos los únicos seres humanos que han perdido a alguien. Es inevitable, como se suele decir, nadie aprende por cabeza ajena.
Al igual que con la pérdida de bienes materiales, la sabiduría también nos puede ayudar mucho en estos casos. Piensen en esto: cuando acuden al funeral de algún conocido, la persona que más llora, no suele ser la que más quería al difunto, sino la que más dependía de él o ella, que no tiene por qué coincidir.
Por último les dejaré con un pensamiento del filósofo Aristóteles en el que exalta la virtud de independencia de un hombre sabio: “El verdadero sabio puede, aun estando solo consigo mismo, entregarse al estudio y a la contemplación; y cuanto más sabio sea, más se entrega a él. No quiero decir que no le viniera bien tener colaboradores, pero no por eso deja de ser el sabio el más independiente de los hombres y el más capaz de bastarse a sí mismo. Y aún puede añadirse que esta vida del pensamiento es la única que se ama por sí misma; porque de esta vida no resulta otra cosa que la ciencia y la contemplación, mientras que en todas aquellas en que es necesario obrar, se va siempre en busca de un resultado que es más o menos extraño a la acción.”