Capítulo Tres

lunes, 6 de abril de 2009



Aquella guerra sólo fue la primera de muchas otras que me tocó lidiar durante los siguientes años. Podíamos cambiar de rey o incluso de dioses a los que ofrecer nuestros sacrificios, pero ni a unos ni a otros les faltaban nunca motivos para entablar feroz combate con cualquier otro pueblo que mostrase valor para aproximarse a nuestras fronteras.
Hasta entonces, mi corto entendimiento juvenil me hacía pensar que todo el mundo vivía igual que nosotros, en un constante estado de alerta o en guerra abierta todos contra todos. Cuando con el tiempo advertí que era siempre nuestro pueblo el que se declaraba enemigo del resto, me explicaron que éramos una antigua raza de guerreros, y eso justificaba plenamente la ambición de poder que nos conducía incesantemente a masacrar a otros seres humanos por el simple hecho de poseer tierras y riquezas que podían sernos de utilidad.
La realidad era mucho más sencilla: nuestra civilización había hecho de la guerra su único medio de subsistencia; simplemente necesitábamos para vivir los recursos que otros pueblos vecinos conseguían con mucho esfuerzo y el sudor y la fatiga de sus humildes ciudadanos. Aparte de ampliar sin límite las fronteras del insigne Imperio, nuestros soberanos eran expertos en explotar con extrema frialdad y crudeza todo aquello aprovechable que pudiesen tomar por la fuerza: esclavos para trabajar la tierra, mujeres jóvenes para la reproducción y el goce, niños sanos que engrosasen aún más el robusto ejército del Estado, ofrendas para las agradecidas deidades, ya fuesen animales o humanas... Ni que decir tiene que lo que no resultaba de utilidad alguna, sencillamente era aniquilado sin más.
En definitiva, la guerra era nuestra razón de ser, y por ello éramos temidos y odiados en todos los confines de la tierra conocida, allá donde alcanzaba nuestra fama de salvaje ferocidad y crueldad extrema. Claro que para todos mis conciudadanos, incluidos los más altos dirigentes, los confines de la tierra conocida abarcaban lo inconmensurable, lo infinito, cuando la realidad era bien diferente, como pude comprobar más adelante.
Pero como decía, todo esto resultaba ajeno a mi precario intelecto durante mi niñez y juventud, cuando apenas tenía tiempo siquiera de plantearme cuestiones de otra índole que no fueran las puramente militares que pertenecieran a mi humilde rango. Por entonces no podía comprender por qué los esclavos se sublevaban continuamente contra sus amos negándose a asumir con dignidad su condición de derrotados en una lucha de igual a igual, poniendo en peligro sus precarias vidas una y otra vez; o por qué las jóvenes y bellas mujeres extranjeras tenían que ser forzadas a entregarse a nosotros y lo hacían con el rostro afligido y humedecido por las lágrimas, en vez de sentirse orgullosas de tener el privilegio de perpetuar nuestra notable y superior estirpe. Claro que tampoco era capaz de entender la desolación y la amargura que las envolvía cuando sus hijos tenían que ser sacrificados por nacer con alguna deficiencia, o debido a su debilidad al caer enfermos prontamente tras los prematuros baños en las gélidas aguas del río a los que se sometía a los infantes durante sus primeros días de vida, y con los que debíamos continuar hasta que la muerte nos llevase, con el noble objetivo de hacer guerreros fuertes e inmunes a cualquier enfermedad; para mí, aquello resultaba de lo más natural y necesario para el mantenimiento de la raza, y así trataba de explicárselo a las acongojadas muchachas con las que rara vez podía tratar, aunque, debo reconocer, que sin mucho éxito.
Lo cierto es que, para un simple soldado como yo, la vida fuera del acuartelamiento no tenía mucho sentido. Tras aquellas murallas se nos ofrecía generosamente, aunque sin excesos, todo cuanto pudiéramos necesitar; allí comíamos todos juntos en robustas mesas de madera de haya, dormíamos en grandes tiendas comunales, realizábamos nuestros sacrificios a los dioses y nos relacionábamos con el sexo opuesto. Nos estaba permitido incluso quedarnos con alguna mujer en propiedad, pero siempre que esto no supusiese tener que abandonar el campo de instrucción y, claro está, siempre que ningún otro militar de rango superior estuviese encaprichado con la misma.
En ocasiones, sobrevivir dentro de estos muros se volvía tan complicado como hacerlo fuera, sobretodo para los novatos, debido a que nuestras leyes internas seguían los mismos principios que las externas, donde la fuerza corporal y la destreza con el acerado hierro eran los únicos valores que podían proporcionarnos seguridad y una relativa tranquilidad, de ahí que los más jóvenes e inexpertos tratáramos siempre de evitar cruzarnos en el camino de los avezados y fornidos guerreros que componían la mayor parte de la guarnición. Todo estaba permitido en el interior de las murallas, robos, asesinatos, violaciones,... el único requisito era que no te cogieran haciéndolo algunos de los mandos superiores, porque entonces el castigo era terrible y despiadado. No por el hecho de cometer tales vilezas, sino por haberte dejado apresar ingenuamente; si había algo que no podían soportar ni tolerar nuestros líderes era la debilidad y la inocencia en un soldado, de ahí que sólo llegasen a la edad adulta los más fuertes, astutos y decididos. El resto, o los que simplemente eran olvidados por la fortuna, acababan degollados en cualquier rincón oscuro o terminaban sus días como presa de las heridas producidas en los entrenamientos o en alguno de los múltiples castigos a los que nos sometían continuamente, como pasarnos días enteros atados bajo el abrasador sol o expuestos a las gélidas temperaturas de la noche en las montañas. En definitiva, nuestra vida diaria junto con los compañeros de milicia, se convertía en la instrucción más dura a la que nos veíamos sometidos.
Ahí abajo rara vez se tenía noticia de lo que acontecía en palacio o del destino que nuestros gobernantes tenían deparado para sus obedientes súbditos, simplemente estábamos constantemente dispuestos para el combate y sólo era necesario recibir una orden de nuestros mandos para formar en perfecta escuadra y salir tras ellos allá donde tuviesen a bien en conducirnos para enfrentarnos a un nuevo enemigo que hubiese tenido la osadía de no rendirse ante el poder de nuestro invencible Imperio.
Esta era la vida de un soldado hasta los sesenta años, edad en la que se le permitía abandonar la estricta milicia para poder, al fin, llevar una merecida vida como personaje ilustre y venerado dentro de la comunidad. Al menos eso decía la ley, porque yo nunca llegué a conocer a nadie que alcanzara tal dicha, sobretodo, considerando la incompetente o nula asistencia médica que se les ofrecía a los heridos durante la lucha o a aquellos que caían enfermos, lo cual era algo bastante habitual teniendo en cuenta el lamentable estado higiénico en el que convivíamos los regulares.


34 Consejos, saludos, propuestas...:

celebrador dijo...

Bueno, nada nuevo bajo el sol de los hábitos de nuestra especie

Los relatos pueden ser innumerables y no solo en una sociedad militar del tipo espadazo y tentetieso, te puedes encontar en tu vida con esas circunstancias exteriores, con otras, o con las de más allá.

Nada de eso define lo que pasa dentro

genialsiempre dijo...

Vaya ejército de fascistas que has creado, dejan pequeño a Hitler, pero todo sea por el porvenir del relato. Continuaremos leyendo.

José María

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Me gusta...¡¡¡me gusta!!!

Ya lo creo que me gusta, y no solo la narración (extraordinaria) sino el enfoque que le das al argumento.

Repito: extraordinario.

Espero con impaciencia la proxima entrega.

Un abrazo...!

Silvi (reikijai) dijo...

Pedro.La parte fea,en toda guerra. La violaciones...tomar por la fuerza aquello;que de otra manera no se tendria...Espero el proximo. Este me crispa los pelos.Besitos. Silvi.

Anónimo dijo...

triste la vida de cualquier guerrero de este ejercito. Que diferencia en la vida de unos y de otros, sin duda en la historia de la humanidad siempre se vio el abismo que dividia a las clases.

cuándo es el momento en el que el hombre como guerrero, se da cuenta de tanta estupidez?

besos

Isabel dijo...

¡Que obsesión la de los militares por la guerra!, mos mal que tu forma de relatar hace la historia amena, y te engancha desde el principio. Un beso

estoy_viva dijo...

Alucino contigo que buena imaginacion y que belleza de inspiracion tienes para crear tan preciosos relatos y que nos dejan cada vez mas enganchados para seguir con el siguiente capitulo.
Felicidades deberias llevarlo a una editorial seguro que lo publican.
Con cariño
Mari

(z) Victoria dijo...

Hola Pedro! Es el relato de la historia de esta humanidad misma. Lo estás retratando!
Un abrazo!

Cecy dijo...

Me gusta mucho la narración, claro que el contenido es terrible, pero es una visión nada quita de las verdades.

Besos.

mj dijo...

Bueno, conforme te iba leyendo, algunos países de la actualidad me vienen a la memoria. Me refiero en cuanto a lo que el pueblo del personaje vivian de los demás. Se abastecian de los otros.
Te sigo felicitando por tan buena narración Pedro.
Un beso
mj

Dani7 dijo...

Tu relato es una maravilla, sabes enfocar muy bien el pensamiento del soldado. Esta superbien ambientada la historia.Te has documentado muy bien. Me encanta.
No quiero olvidarme de darte las gracias por tu comentario. Tengo voluntad, pero soy más lector que escritor. Me alegra que te gustara el relato.
Un abrazo y espero que nos veamos pronto en Medina, vuestra compañía es gratisima.

Noelplebeyo dijo...

El arte de la guerra se alimenta de generar violencia, sea como sea.

Silvia dijo...

holis!excelente forma de relatar...haces muy amena la lectura...
sigo las memorias de un guerrero....adelante..
eres muy bueno.
besotes y abrazos de oso.
silvia cloud

Gizela dijo...

Sigo aquí Pedro.
Y sigue gustándome mucho tu forma de narrar.
Vaya historia te has fabulado.
Imposible no relacionar tu fantasía con, la vida real.
Un abrazo inmenso.
Gizz

Runas dijo...

Se me hacen cortos los capitulos,me encanta como describes los hechos, que facilidad para trasmitir. Un beso

Emma Núñez dijo...

A pesar de que todo le está permitido a los guerreros... creo que este en particular no tardará en reaccionar..., o eso es lo que quisiera yo.
Un abrazo Pedro.
Increíble como escribes amigo, me encanta.

tia elsa dijo...

Muy bueno tu relato, lo sigo con interés y tristeza, porque no hay duda asi eran aquellos pueblos como los hunos y tantos otros pueblos bárbaros,besos tía Elsa.
Pdta: por favor enviame un mail a elsasacco@hotmail.com para poder invitarte a mi blog, dado que por razones de seguridad tuve que privatizar.

Marina dijo...

Cuando te iba leyendo me preguntaba qué chances tiene una persona que no vivió nunca fuera de esa cultura de poder añorar otra distinta? Muy bueno Pedro, te sigo.

AHEO dijo...

Vaya! que historia. Sinceramente me parece que eres algo así como un mago que al trazar (o teclear je je!)grafías, entras en ese guerrero y desde ahí observas y vives lo que él, ¿de qué otra manera si no siendo ese guerrero se puede describir de esta manera?. Qué facultad tan maravillosa amigo, usas y haces magia al escribir.

Un beso.
Haydeé :)
PD. Espero con emoción lo que siga :)

Martha Colmenares dijo...

Con mucho agrado en este espacio. Tienes el "Premio Symbelmine". Enhorabuena por tu blog.
http://www.marthacolmenares.com/2009/04/07/los-seleccionados-de-los-premios-son/
Saludos desde Venezuela

María dijo...

Hola, Pedro:

Eres estupendo narrando historias, te leo y me gusta cómo las escribes, enhorabuena por este blog que te ha quedado, como ya te he dicho en otras ocasiones, genial.

Un beso y feliz día.

Doncel dijo...

Pedro:
En mi tiempo de ausencia veo que has cambiado la plantilla del blog.
Me gustan tus relatos. Un abrazo desde Barcelona.
Antonio

Unknown dijo...

Mira mi amigo allí arriba...saludos ANTONIO!!!
Pedro parecía que me estabas contando, parte de la colonización. Si lo que refieres parece duro, la realidad es aún peór.
Los guerreros parece que jamás se terminarán, las ansias de poseer y poseer.
Nuevamete te digo que la plantilla, es justa para las bellas historias que nos cuentas!!!
Buena semana, mis bendiciones a toda tu familia...y los besos??? también!!!!

Alex dijo...

Peor que la guerra son las atrocidades que se hacen dentro de ella.

Saludos.

Lic. Adriana Paoletta dijo...

Este relato sin dudas es la imagen misma de todo imperio que se precie de ser poderoso y quiera someter a los "débiles".Algo que nos viene al dedillo en este viernes santo en el que muere asesinado Jesús de Nazareth. Gracias por tus textos reveladores de las luces y sombras humanas.

Felices pascuas!
Adriana

Unknown dijo...

MIMOSO hoy he venido a traerte LLUVIA DE MIMOS!!!
http://gracielaroth.blogspot.com/2009/04/lluvia-de-mimos.html
Otro día hablaremos de como has colocado el Slide...tengo que hacerme uno...BESITOS A REPARTIR!!!

Allek dijo...

hola bonita.. como estas? espero que de maravilla.. mil gracias por tu precioso comentario.. me han llenado tus palabras....
leerte ha sido y sera bello..
te dejo un abrazo enorme....


pd.. gracias por haber asistido a esta funcion...

Allek dijo...

perdon... me he confundido.....
perdon..

Luismi dijo...

tu obra expresa bien los debaneos de cualquiera de los gobiernos que han existido sobre éste planeta

queremos el capítulo 4 prontito ;)

Gizela dijo...

Pedro de nuevo por tu casa, pero esta vez para desearte un muy feliz domingo de Pascua
Con todo mi cariño..
Un gran abrazo
Gizz

Navi dijo...

simplemente genial, como siempre, un abrazo.

M. J. Verdú dijo...

aquí me tienes, Pedro, visitando y disfrutando de tu blog. Yo, al igual que tú, pienso que mi ignorancia es absoluta. De hecho, cuanto más profundizo en el tema de la meditacón más cuenta me doy de gran cantidad de cosas que me faltan por saber, es decir, que no sé nada. Besos

victor Rocco dijo...

cuando el amor y las letras se funden la impasiencia es el mayor castigo para el que ama.

Susana Peiró dijo...

Caramba Pedro, qué atrasada estaba!

Hay pasajes que me recordaron a Guerra y Paz de Tolstoi)

Voy al próximo!

Se acordaron de mí: