Cinco meses y cuatro días

viernes, 29 de agosto de 2008



Toni, de El Mosquitero convoca su segundo concurso de relatos breves. En esta ocasión las palabras elegidas son: Papel en blanco y blog.
Espero que sea de vuestro agrado. Y aprovecho para invitar a participar a todo el que lo desee.



De nuevo hoy me veo ante el teclado del ordenador incapaz de escribir una sola palabra coherente. De nuevo mi mente vuelve a parecer sólo un papel en blanco. Desde hace meses, mi cerebro ni me escucha ni me habla, permanece sordo a mis súplicas y mudo ante mis quejas. Esta situación se está convirtiendo en algo insoportable, no creo poder aguantar mucho más.
Cinco meses y cuatro días.... justo el tiempo que hace que ella se fue, y me dejó sumido en la más completa desesperanza jamás sufrida por alguien. Cinco meses y cuatro días hundido en el silencio, vencido por la ansiedad.
Mi cerebro sólo se ve capaz de procesar imágenes pasadas. Imágenes de noches cálidas, ansiosos besos, caricias frescas, cenas a la luz de las velas, desayunos entre risas y sonrisas de complicidad... Trato de recomponer también algunas otras de discusiones sin sentido, gritos sordos y portazos a medianoche... pero esas aparecen difusas, mi inconsciente considera que no son importantes, y quién soy yo para contradecirle.
Sólo imágenes... nada de palabras...
Bueno... miento, sí que suenan dos palabras incesantemente: “¡Hasta nunca!” Aunque más que sonar, más bien tendría que decir golpear, porque eso es lo que hacen estas dos palabras sobre todo mi ser: me golpean con su terrible sonoridad, como lo hace el martillo sobre la fragua, hasta hacerme ensordecer de dolor.
¡Hasta nunca!... ¿Cómo alguien puede pronunciar esas palabras sin morir en el intento? ¿Cómo alguien puede recibirlas y seguir vivo para recordarlo? Deberían de existir más leyes universales que prohibiesen ciertas cosas, como nos prohíben levantar los pies del suelo sin caer o recibir un impacto sin inmutarnos... también debería haberlas que prohibiesen pronunciar ciertas palabras.
Sin pensarlo, con la inconsciencia que nos produce el hábito adquirido, vuelvo a abrir mi blog, aquel en el que antaño (cinco meses y cuatro días) escribía y escribía sin poder parar, aquel blog que era visitado cada día por decenas de personas ávidas de pensamientos irracionales, reflexiones incorrectas, ideas chocantes o, simplemente, interesadas por hallar letras en libertad esparcidas al viento imparable de la Red.
Abro aquel blog que solía ser uno de los más comentados de los que conozco... Pero eso era antes, antes de los cinco meses y cuatro días que llevo sin poder plasmar un solo pensamiento, una sola reflexión, una sola idea... ni una sola palabra. Con el tiempo todos se han ido aburriendo y han acabado abandonando al perdedor en el que me he convertido. No les culpo, ¿quién desearía tener por amigo a una sombra?
Pero... un momento... ¿Un mensaje? No puede ser, será de alguien que anda perdido. El comentarista es Anónimo, cómo no podía ser de otra manera. A ver...
Te echo de menos. Ahora sé cuánto te quería y cuánto me querías tú a mí... Creo que te necesito”.
Mi corazón da un vuelco que golpea directamente sobre mi mente, despertándola de su largo letargo. Mi cerebro se transforma de inmediato en una cascada imparable de sílabas y monosílabos, adjetivos y sujetos, verbos y predicados... Y entonces vuelvo de nuevo al papel en blanco del editor de texto que tanto me ha atormentado durante cinco meses y cuatro días.... y mis dedos vuelan sobre el teclado, la pantalla vuelve a cobrar vida y pronto es inundada por palabras llenas de luz, magia y alegría.

Incorrecciones

domingo, 24 de agosto de 2008

Hoy no me apetece ser nada correcto.
Mi vida sigue igual de maravillosa que siempre, equilibrada, tranquila y repleta de paz y felicidad. No me ocurre nada malo, sigo siendo el mismo de siempre, o sea, diferente al de ayer y al de mañana. No estoy cabreado con nada ni con nadie; no me siento asustado ni amenazado. No más ni menos que cualquier otro día.
Pero hoy no me da la gana de sentir que el peso del mundo recae sobre mis maltrechas espaldas.
Hoy no quiero ser yo quien se pudra en el infierno; porque yo no le he hecho daño a nadie, al menos conscientemente.
Hoy exijo que se consuman en el más profundo y oscuro de los abismos todos aquellos que se lo merezcan de verdad; todos aquellos que nos hacen sufrir y que no sufren con el dolor ajeno.
Hoy quiero que se conviertan en ceniza todos los necios, los delincuentes, criminales, maltratadores, pederastas, especuladores, mafiosos, corruptos, insensatos, violadores, asesinos, mentirosos, hipócritas, pervertidos....
En definitiva, todos aquellos que no permiten que los demás podamos vivir en paz, aquellos que rompen cada día la armonía y el equilibrio del espacio-tiempo con sus actividades, palabras, conjuras, omisiones o, simplemente, con su pasar por la vida.
Hoy no siento compasión por ninguno de ellos, tampoco odio.
Tan sólo me gustaría que no existiesen, que desapareciesen inmediatamente de este universo, que se consumiesen.
Me trae sin cuidado que lo hagan dando alaridos endemoniados de dolor o, sencillamente, pasando desapercibido su trance al Más Allá.
No quiero saber a dónde irán a parar sus malditas almas.
No deseo saber nada más de ellos.
Sólo quiero que desaparezcan.
Porque hoy siento que la compasión y la piedad sólo sirven para que estos seres podridos se crezcan y piensen que pueden actuar impunemente ante los débiles, ante los mansos.
Hoy creo que nuestros buenos deseos para todo el mundo son el alimento de los malvados, el pan con el que desayunan cada día, para después reírse abiertamente de todos nosotros, de nuestro buen corazón... de nuestra estúpida compasión.
Nuestra ingenuidad hace que cada día aumente el número de criminales, que por día la crueldad se haga más fuerte y poderosa.
Con nuestra mojigatería sólo estamos consiguiendo que el mundo sea más peligroso, más inhabitable y más oscuro.
Mientras algunos pensamos en dioses, misterios, magia, duendes y nomos, otros destruyen todo lo que conocemos, todo por lo que merece la pena vivir.
Y hoy no me da la gana de permitir eso. No quiero consentir que se rían más de mí, que destruyan mi mundo.
Sólo por hoy me gustaría olvidarme de todos los que sufren para encargarme de una vez por todas de los que hacen sufrir.
Hoy me saltaría a la torera todas las leyes humanas y divinas para terminar con esta lacra de la humanidad, sin importarme las consecuencias.
Siento mucho si estoy hablando de tu vecino o del mío, de tu padre o del mío; lo siento mucho, pero tampoco ellos se librarían de mi golpe mortal.
Hoy pienso que existen buenos y malos... y que los malos no deberían existir. Si por mí fuese, acabaría ahora mismo con todos ellos... hoy, antes de que me arrepienta.
Es lo que pienso hoy.
Mañana.... ya veremos.

La Sabiduría nos ayuda a afrontar los cambios

domingo, 17 de agosto de 2008

Otra de mis máximas o preceptos favoritos es el siguiente: si algo no te gusta de tu vida, cámbialo. Por supuesto, en la medida de lo posible; aunque por mi experiencia, tengo que decirles que en la gran mayoría de ocasiones, sí que está en nuestras manos el poder cambiarlo.
Normalmente no solemos hacerlo por miedo al cambio, a lo desconocido, o bien por simple dejadez, sin querernos dar cuenta de que esa situación que nos incomoda nos está destrozando la vida o terminará por hacerlo tarde o temprano. Como dijo el escritor Paulo Coelho: “Cuando insistimos en alargar una etapa de nuestra vida más de lo necesario, perdemos la alegría y el sentido de las otras etapas que tenemos que vivir. Poner fin a un ciclo, cerrar puertas, concluir capítulos..., no importa el nombre que le demos, lo importante es dejar en el pasado los momentos de la vida que ya terminaron... Deja de ser quien eras, y transfórmate en el que eres.”
No sé ustedes, pero yo soy de los que piensan que sólo se vive una vez. No sé si habrá algo después de la muerte, algún paraíso donde vivamos felices eternamente (aquel que se lo merezca, claro está) o algo semejante; la cuestión es que nadie ha regresado para contárnoslo y a mí no me gusta contar con algo que no conozco con seguridad, así que, nos guste o no, lo mejor es aferrarse con fuerzas y entusiasmo a esta vida que, con total seguridad, es la que tenemos. Por eso mismo, sería una auténtica pena desperdiciarla y no aprovecharla al máximo, sacándole todo el partido posible, máxime cuando está en nuestras manos el poder hacerlo como nos ocurre a la gran mayoría de personas que hemos tenido la fortuna de nacer en una zona del mundo y en una época privilegiada.
Les cuento esto porque me gustaría que comprendieran que no hay que temerle a los cambios; son algo natural, forman parte de la vida y, si actúan con sabiduría, siempre serán para mejor, aunque al principio nos cueste creerlo. Se me ocurre un texto apropósito del filósofo taoísta chino Zhuang Zi que he sacado también de un artículo del escritor brasileño Paulo Coelho:
Cuando llega el invierno, los árboles deben de suspirar de tristeza al ver como caen sus hojas.
Dicen: «Jamás volveremos a ser como antes».
Claro que no. de otro modo, ¿cuál sería el sentido de la renovación? Las siguientes hojas tendrán su propia personalidad, pertenecerán a un nuevo verano que se acerca y que nunca podrá ser igual al que pasó.
Vivir es cambiar y las estaciones nos repiten esta misma lección todos los años. Cambiar significa pasar por un período de depresión: todavía no conocemos lo nuevo y tenemos que olvidar todo aquello a lo que estábamos acostumbrados. Pero si tenemos un poco de paciencia, la primavera siempre llega y olvidamos el invierno de nuestra desesperación.
Cambio y renovación son leyes de vida. Es bueno acostumbrarse a ellos y no sufrir por cosas que sólo existen para traernos alegrías
.”
Espero que recuerden este texto cuando les toque vivir algún cambio importante en sus vidas, algo que, tarde o temprano, llegará.
Con respecto a los cambios, me gustaría recordarles también que rectificar es de sabios, lo mismo que errar es de humanos. Quiero decir que es fácil que en el pasado nos hayamos equivocado en alguna decisión importante que afecte a toda nuestra vida como puede ser la elección del trabajo que desempeñamos o la pareja a la que hemos elegido para compartir nuestra vida. O puede que esas elecciones fuesen acertadas durante un tiempo, pero, las circunstancias cambian, al igual que las personas, y puede que llegue un momento en el que sintamos que necesitamos cambiar nuestra situación ya que corremos el riesgo de convertir nuestras vidas y/o la de los demás en un tormento innecesario.
Llegado ese momento sería conveniente tener las cosas bien claras y no andar retrasando lo inevitable o, como dije antes, esperando a que se agraven hasta convertirse insostenibles o peligrosas para nuestro bienestar y el de los demás. Recuérdenlo: el cambio, no sólo es bueno, sino también necesario; la sabiduría nos enseña a cambiar de situación cuando nos vemos obligado a ello o cuando las circunstancias lo requieren.
También puede suceder, como dije más arriba, que ocurran situaciones adversas contra las que nada podemos hacer por evitarlas; por ejemplo la pérdida de un ser querido, o una enfermedad grave. También estas situaciones inesperadas suponen cambios en nuestra vida que inevitablemente nos harán pensar que a partir de ahora seremos más desgraciados hagamos lo que hagamos. Frente a estos cambios sólo cabe una postura, que es la resignación y comprender que también forman parte de la vida y, por tanto, también son necesarios y, aunque al principio cueste creerlo, incluso también pueden ser buenos si actuamos con sabiduría. Recuerden las palabras del escritor norteamericano Henry Miller: “Sólo en la aflicción y el sufrimiento, el hombre atrae a sus semejantes, para que, sólo entonces, su vida se vuelva hermosa”.
En cualquier caso, es bueno tener presente que el tiempo siempre mitiga esos malos sentimientos que nos oprimen ante cualquier desgracia; tan sólo hay que dejarlo actuar. Decía el matemático, filósofo y premio Nobel de literatura Bertrand Russell, en un coloquio en el que le preguntaron si podía dar algunos consejos de filosofía de la vida: “Puedo dar tres: tener el valor de aceptar resignadamente las cosas que no se pueden cambiar; tener la obstinación suficiente para cambiar aquellas que uno puede cambiar, y tener la inteligencia indispensable para no confundir las unas con las otras.

La caza de la bestia

lunes, 11 de agosto de 2008

En esta ocasión la Escuela de Letras Libres propuso escribir algo que contuviese las siguientes palabras: diferente, agua, murciélago, telediario, polvo y bodega. Se me ocurrió este pequeño relato.

Por fin había llegado el momento, después de tanto tiempo preparando aquel inevitable enfrentamiento, ya todo estaba dispuesto y nada había en este mundo que pudiese retrasar un instante más tan temible encuentro con lo desconocido. Hombre y bestia frente a frente, dos fuerzas de la naturaleza cara a cara, preparadas para dar lo mejor de sí mismas en mortal combate.
La noche se presentaba fría y fúnebre, como un castillo de cuentos, perfecta para la confrontación tan atroz que estaba por llegar. Todo hacía presagiar la terrible tragedia que se cernía sobre el Universo; de nuevo el eterno conflicto entre el bien y el mal haría que se escribiesen nuevas páginas de la historia, donde valerosos héroes luchan sin cuartel ante las fieras inmundas para establecer la armonía en la tierra y la paz en los corazones de todos los hombres y mujeres de bien.
Sin duda, aquella noche sería diferente a todas la vividas con anterioridad, y supondría un antes y un después en su miserable existencia como humano. Si salía victorioso, le esperaba gloria y fortuna hasta el fin de sus días. Pero si fracasaba, tan sólo podría esperar el olvido más espantoso que precede a la mortificante soledad.
El guerrero intentaba permanecer tranquilo; la luna nueva le proporcionaría cobijo bajo su manto negro de oscuridad. Iba bien armado, y con la conciencia en calma del que conoce su superioridad ante el adversario. Conocía al enemigo, sus hábitos nocturnos y sus debilidades, sabía bien la forma de sorprenderlo en su propio terreno. También conocía el campo de batalla, todos sus rincones, desde los más sombríos hasta los más aptos para asestar el mejor golpe que hiciese morder el polvo a la escurridiza criatura. Nada había que temer... o quizás sí. En verdad sí que había algo que le ensombrecía el ánimo hasta hacerle palidecer: aún no conocía el miedo.
Este era su primer combate cuerpo a cuerpo real, y le aterraba la idea de sentir miedo en mitad de la lucha, cuando se encontrase sumido en la penumbra del territorio elegido para la confrontación final, sintiendo en su espalda el aliento fétido de la bestia hambrienta, presta a saltar sobre su presa y clavarle sus sangrantes colmillos en el cuello. El guerrero no deseaba convertirse en uno de tantos protagonistas de sucesos que veía cada tarde en los telediarios de la primera, mientras almorzaba junto a sus padres. Pero ya era tarde para echarse atrás, y además todos los de su barriada ya lo habían hecho antes que él.
Así que Pedrito encaró la puerta caída de la ruinosa bodega abandonada nada más ocultarse el sol por el horizonte. Comprobó de nuevo que llevaba su viejo tirachinas en el bolsillo trasero del pantalón, tomó el bote lleno de agua donde debía ahogar a la víctima una vez apresada, y penetró tembloroso en el interior del vetusto edificio en busca de algún pobre murciélago que se dejase atrapar inocentemente por un ingenuo y fantasioso muchacho de diez años.

Maldigo el Silencio

lunes, 4 de agosto de 2008

Maldigo el silencio que frustra las buenas intenciones de los justos y bienintencionados.
Maldigo el silencio que acalla conciencias baratas.
Maldigo el silencio que riega las semillas de todos los males.
Maldigo el silencio que da alas a todos los necios y a los depravados.
Maldigo el silencio que hiere, que mata, que humilla y que destruye.
Maldigo el silencio que enquista tragedias.
Maldigo el silencio enmascarado de falsa libertad.
Maldigo el silencio que se cobija bajo rezos y oraciones banales.
No odio al pederasta, ni al violador, ni al maltratador, ni al asesino.
No odio a los criminales; tan sólo los compadezco a todos.
Odio el silencio que los ampara; el silencio de las personas de paz y de buena voluntad.
Yo era feliz hasta que descubrí que mi silencio mata, viola, extorsiona, humilla, difama, alienta al criminal y permite que exista la injusticia.
Por ello me maldigo y maldigo a todos los que callan conmigo. Ojalá nos pudramos juntos en el infierno.



* Texto no apto para corazones sensibles y mentes ufanas (¡Ay!, esto lo tenía que haber puesto al principio).

Se acordaron de mí: