Máscaras

martes, 28 de agosto de 2007

Lo primero que suelo hacer al despertar por la mañana es preparar las diferentes máscaras que voy a necesitar a lo largo del día. Es un trabajo rutinario, por lo que no me supone mucho esfuerzo normalmente. De lunes a viernes tengo bien claro de cuales tengo que echar mano; de usadas que las tengo, pasan por mi rostro una tras otra sin percatarme apenas del cambio, y sin que éste represente una costosa tarea.
Por encontrarse mi lugar de trabajo a demasiados kilómetros de mi residencia, la primera máscara que debo colocarme sobre mi cara recién lavada y aseada es la de conductor agresivo e intolerante. Ésta es una máscara muy práctica y socorrida, ya que me permite poder insultar y soltar palabrotas e improperios a diestro y siniestro sobre cualquier ser humano que se me ponga en el camino, sea éste de la condición social que sea. De hecho, el blanco preferido de mis más sucios e insultantes agravios suelen ser aquellos individuos que montan lujosos y flamantes automóviles a los que yo, seguramente, jamás podré aspirar. De ahí lo bien que me sienta esta máscara: por unos minutos me hace sentir superior al resto de los mortales que comparten conmigo la penosa fatiga de madrugar para ganarse el sustento diario. Además del necesario desahogo tras el insufrible madrugón, esta práctica careta también me ayuda a no llegar demasiado tarde al curro, y es por esta doble finalidad que le tengo tanto aprecio, hasta el punto de utilizarla incluso cuando no la necesito, es decir, automáticamente me la coloco siempre que me subo al coche, vaya a donde vaya.
Al llegar al trabajo la cosa se complica un poco, ya que debo tener preparadas varias máscaras a utilizar, en función de con quién me vaya encontrando. La práctica y la experiencia hacen que esta complicada labor se convierta también en rutinaria, y las diferentes máscaras cruzan por mi cara con tal ligereza y sutileza que apenas es advertido el cambio por los diversos interlocutores con los que me voy tropezando. De todas ellas, la que debo tener presente en todo momento es la que debo colocarme en presencia del jefe, o de cualquier otro superior en la jerarquía de la empresa. Es una de las más difíciles de llevar, me obliga a hacer cosas que normalmente no hago, como reírme cuando no me apetece o de cosas que no tienen ninguna gracia, mentir sobre la eficacia de mi trabajo, exagerar enormemente mis motivaciones, sacar temas de conversación que parezcan serios y profundos, alagar la labor de la empresa sin parecer demasiado adulador o, simplemente, tratar de parecer responsable, sumiso y competente cuando no me apetece siquiera hablar de trabajo. Por supuesto, todo este esfuerzo es convenientemente recompensado posteriormente, de ahí la necesidad de cuidar no olvidarme en ningún momento de esta valiosa máscara mientras permanezco en las instalaciones de la empresa.
Con los compañeros de faena puedo permitirme ciertas libertades y ligerezas, aunque sin olvidar nunca a quién tengo delante. Con aquellos que son más populares e influyentes suelo utilizar la de compañero simpático, afable y febril forofo del deporte de moda, con el fin de que cuenten conmigo en sus bromas y correrías; con éstos suele ir muy bien también la de pasota incondicional, ya que, normalmente, no suelen ser muy devotos con el trabajo, a pesar de aparentar todo lo contrario en ocasiones puntuales (también ellos son todo unos expertos en el ágil y eficaz ejercicio del cambio de máscara). Mientras que con aquellos otros que pasan más desapercibidos entre sus compañeros la que uso es la de persona superior y engreída, para que no se les ocurra nunca que pueden pasar sobre mí con facilidad y tengan siempre presente mi predominio sobre ellos, y dicho sea de paso, sigan trabajando como mulas, que alguien tendrá que hacerlo para que esto no se vaya a pique.
Otras también muy utilizadas en este lugar son las de técnico sabelotodo, la de trabajador incansable o la de inconformista total; como ya he dicho, todo depende de la calidad intelectual o espíritu trabajador del compañero con el que me encuentre en cada momento.
Para cuando salgo de copas con estos mismos compañeros, tengo algunas otras máscaras preparadas que me vienen muy bien para la ocasión. Es entonces cuando me saco las de tipo gracioso y juerguista, la de marchoso infatigable y bebedor empedernido. Con éstas debo ser inteligente y precavido para no necesitarlas durante mucho tiempo (pero sin que lo parezca), ya que mi cuerpo y mi mente no lo soportarían y acabarían delatándome.
Afortunadamente, cuando llego a casa, puedo relajarme un poco, ya que tan sólo necesito usar una o dos, como mucho: la de esposo fiel y futuro padre responsable. Con éstas suelo hacer el avío para el resto de día, aunque en contadas ocasiones necesito echar mano también de otras menos utilizadas, como son las de adulto maduro e intransigente o la de vecino pacífico y servicial.
Para los fines de semana y demás días festivos también tengo mi repertorio de máscaras bien preparado y listas para usar en cuanto sea necesario. En estos días, las más utilizadas suelen ser las de hijo o hermano cariñoso y atento, pariente o amigo cumplido y educado o la de ciudadano honrado y perfecto consumidor.
Lo cierto es que es tan extensa la colección de máscaras que resulta imposible enumerarlas todas, ya que, con el uso y la costumbre, ni yo mismo soy consciente en numerosas ocasiones de aquellas que, automáticamente, van transformando mi carácter, mi personalidad y mi naturaleza, conforme las situaciones lo van requiriendo. Tanto es así, que muchas veces me sorprendo preguntándome quién soy yo en realidad, si de verdad poseo una identidad propia o son todas fingidas. Es en estos escasos momentos de duda existencial cuando echo mano de la máscara más socorrida de todas: la de individuo conformista, que me dice: “Y qué más da, pues cómo todo el mundo”.

La verdad es que este artículo lo tenía que haber escrito hace algunos años, pues, afortunadamente, en este periodo de mi vida he podido arrojar a la basura (espero que para siempre) la gran mayoría de las máscaras mencionadas. Reconozco con tristeza no haber sido capaz aún de deshacerme de todas ellas, pero prometo seguir intentándolo con ahínco y no parar de hacerlo hasta que lo consiga. Las personas a las que más admiro son aquellas que en todo momento muestran el mismo rostro y actúan con la misma coherencia, ante cualquier situación y ante cualquier persona, y son capaces de mantenerlo contra viento y marea. Por supuesto, actuar con coherencia no significa no poder cambiar nunca de opinión o hacer siempre lo correcto; la persona coherente es la que actúa y habla conforme lo que realmente piensa, asume sus errores y los corrige. Desgraciadamente, estas personas no son fáciles de encontrar, son bastante escasas, lo habitual es encontrarnos inmersos entre rostros fingidos y palabras ensayadas que sólo nos muestran una realidad imaginaria y ficticia.
Por ello, desde aquí invito a todo el que lea este artículo a que intente por todos los medios arrojar a lo más profundo del abismo todas aquellas máscaras que utilizan a diario y tras las que se oculta una persona con sentimientos, con ideas y con pensamientos propios deseosos de salir a la luz y mostrarse tal cual son, libres de equivocarse y de admitir los errores, dispuestos para corregirlos, para aprender y para enseñar lo aprendido, sin miedo, sin vergüenza y sin cobardía.

Parque natural Salinas de Chiclana de la Fra.

martes, 21 de agosto de 2007


Esta instantánea fue tomada el día 12 de Agosto del 2007 en la salina de Santa Mª de Jesús, en Chiclana de la Fra. La imagen de la ermita de Santa Ana al fondo no deja lugar a dudas de su procedencia.

Muy pocos residentes de Chiclana y poblaciones cercanas conocen la existencia de este privilegiado lugar y la riqueza que nos ofrece. En los meses de verano pueden apreciarse con facilidad imágenes como estas y otras igualmente espectáculares.




Como muestra, les dejo también estas otras tomadas el mismo día:








Para terminar, y también sólo de muestra, les dejo esta otra imagen, tomada también en el mismo parque natural, el mismo día. Como digo, tan sólo es una pequeña muestra de otras muchas semejantes que se pueden ver por allí cualquier día, a cualquier hora y, por desgracia, cada vez con mayor frecuencia. Quizás me equivoqué cuando dije que este lugar era poco conocido; por lo que se ve, sí que es bastante frecuentado pero, parece ser que no todos los que van lo hacen con el mismo espíritu.



La difusa línea entre el bien y el mal

lunes, 13 de agosto de 2007

Es fácil reconocer a aquellas personas en cuyo corazón sólo hay lugar para la ira, para la ambición y para la infamia; estas personas sólo conocen el odio y toda su existencia girará en torno a la violencia.
También son fácilmente identificables aquellas otras que han consagrado su vida a la compasión, a la solidaridad y a la justicia; para éstas, será siempre el amor al prójimo el que gobierne sus actos en cualquier circunstancia.
Tanto unas como otras conocen bien el camino que han elegido libremente, y son perfectamente conscientes de que recogerán a lo largo de su vida el fruto de la semilla que han sembrado.
Pero todas estas personas tan sólo componen una pequeñísima parte de la humanidad; el resto, la gran mayoría, siempre se moverán entre la difusa línea que separa el bien y el mal, sin conocer en muchas ocasiones en qué lado de ésta se encuentran. Para estas personas, el futuro siempre será confuso y enigmático, y tan incierto como el camino en el que se mueven. El protagonista de nuestro relato aprendió hacia qué lado de esa borrosa línea debía dirigirse si quería que sus dioses respetasen el destino que él mismo había elegido.
Esta historia nos señala que cuando llega el caos, a todos afecta, pero tan sólo hace mella en los más débiles. Nos advierte que ante lo inevitable, de nada sirven las lágrimas; es entonces cuando hay que empuñar las armas y luchar.
Pero ante todo nos invita a que comencemos a escribir nuestro futuro en este mismo instante, antes de que éste se presente inesperadamente y borre nuestro pasado y nuestro presente, siendo ya tarde para remediarlo.
Extracto del prólogo de mi libro: Metnok (aún sin publicar)

Existe un tiempo

Existe un tiempo para permanecer detrás, en la sombra, protegido de toda influencia externa y manipuladora. Esa es una posición privilegiada para la observación. Existe un tiempo para callar y obedecer, para aprender y consentir. Desde la transparencia que nos proporciona la penumbra nada entorpece nuestra vigilancia sobre lo que acontece ante nuestros ojos, en la luz, nada enturbia nuestra mirada hacia delante, escrutando todo lo que nos rodea, escuchando, juzgando y, sobretodo, recordando.
Permaneciendo detrás, tenemos a todos los que nos preceden a la vista, todos se muestran tal cual son, seguros de no ser juzgados por ninguna inquisidora mirada, tal es la ventaja de la invisibilidad. De ahí que esa privilegiada posición sea la única que nos proporcione conocimientos y sabiduría.
Este tiempo debe transcurrir despacio, no debemos apresurarnos en abandonarlo, así como tampoco debemos desatenderlo mientras transcurre. Pero como todo tiempo, el de la contemplación también expira.

Existe otro tiempo para alzar la voz, para actuar y para soportar sobre nuestras espaldas el peso de la injusticia y la soberbia ajena. Existe un tiempo para acallar con ímpetu todas aquellas otras voces que gritan, que mienten, que manipulan; para borrar la existencia de aquellas palabras surgidas de la intemperancia y el desenfreno, y reemplazarlas por otras que sean fruto de la profunda deliberación, del sosegado recogimiento y de un arduo razonamiento.
Este tiempo comienza una vez que conozcamos en profundidad todo lo que se antepone entre nosotros y nuestro camino; es entonces cuando debemos abandonar la oscuridad y salir a la luz. Es en este momento cuando debemos poner sonido a todas las calladas reflexiones hechas desde la sombra y desde una minuciosa observación.
Este tiempo debe acabar cuanto antes, no debemos alargarlo innecesariamente; pero una vez terminado debemos asegurarnos de que sea para siempre, o al menos que dure cuanto sea posible. Es por ello que antes de darlo por concluido tenemos que procurar con todos los medios a nuestro alcance que los obstáculos queden totalmente pulverizados, enterrados en lo más profundo del abismo primordial; de otra manera, volverán a resurgir con mayor fuerza y resolución que lo hicieron una vez.
Extracto de mi libro: Metnok (aún sin publicar)

El engaño de la Democracia II

lunes, 6 de agosto de 2007

Otro de los grandes problemas que tienen las democracias actuales es el siguiente: necesitan contentar a todo el mundo, incluso a las minorías.
¿Por qué pienso que esto supone un problema? Como ya comenté en el artículo anterior, es algo obvio el hecho de que todos no somos iguales ni pensamos de la misma forma. Vivimos en una sociedad excesivamente poblada y diversificada; esta situación conlleva dos problemas: el primero es que cualquier corriente de pensamiento que se nos ocurra, por estrafalaria que sea, será seguro que encontrará cientos de adeptos y personas que darían cualquier cosa, incluso la vida en algunos casos, por defenderla, teniendo en cuenta el nivel tan alto de exigencia que estamos alcanzando los ciudadanos de a pie (en muchos casos injustificada), tal y como predijo Ortega y Gasset en su libro La rebelión de las masas.
Si este primer problema deriva de la diversidad a la que hacía referencia, el segundo es consecuencia del exceso de población tan brutal a que está sometido el planeta, que hace que cualquier minoría esté compuesta por miles de individuos. Y, como todos sabemos, tal cantidad de personas hacen mucho ruido e, incluso, pueden hacer mucho daño si se lo proponen. De ahí que cualquier gobierno que se precie se vea en la necesidad de contentar a cualquier minoría que pueda causarles problemas.
¿Pero qué ocurre cuando aparecen grupos con ideas contrarias? Sería lógico pensar que se tratará de complacer a aquél que pueda ser más problemático, es decir, al que haga más ruido. Si no existen grandes diferencias al respecto, lo normal sería satisfacer las necesidades de aquellos que presenten una ideología más cercana a la de los líderes de turno, o algún otro tipo de acercamiento con estos, ya sea de amistad, familiar o por intereses económicos. Lo cual provocará el enojo de los partidos en la oposición que, inmediatamente, tomarán partido por la minoría más desfavorecida, ocasionando las consiguientes divisiones en la población y la alteración de la vida pública por problemas que a priori sólo eran competencia de unos pocos.
Se me ocurre un ejemplo ficticio (un poco tonto, pero sólo es eso, un ejemplo). Pongamos que a alguien le da por constituir una asociación en defensa del escarabajo de la patata, alegando que éste se encuentra en peligro de extinción debido al uso de pesticidas. Por lo ya expuesto, pronto, dicha asociación crecerá en integrantes, consiguiendo formar un numeroso grupo de personas preocupadas por el futuro de dicho coleóptero, aunque sin dejar de ser una minoría poco importante en el conjunto de la sociedad.
Pues bien, no tardará en aparecer otra sociedad de individuos equivalente que se declaren detractores del escarabajo de la patata, por el mucho daño que éste hace a los cultivos, por ejemplo. De la misma manera, también esta última asociación se verá pronto aumentada en número de asociados, convirtiéndose así en otro importante grupo, aunque, al igual que el anterior, también de escasa relevancia para el interés general de la población.
Hasta aquí todo transcurriría de un modo normal, pero es de suponer que llegará un momento en el que la administración general deba tomar partido por uno de estos grupos, por ejemplo, cuando llegue la hora de conceder alguna subvención. Llegado el caso, se decantará por uno o por otro a consecuencia de alguno de los motivos ya expuestos (personales, familiares o económicos). Pongamos que se inclina a favor de la asociación que defiende al bicho. Inmediatamente, la oposición lo hará a favor del grupo contrario, aunque hasta ahora no hayan oído hablar de ellos ni le importe en nada el futuro de semejante criatura.
Y ya tendríamos el lío formado; debates públicos, improperios de todo tipo por ambas partes, exaltación general de la clase política,... En poco tiempo, un problema que sólo afectaba a una minoría de la población, habrá llegado, a través de todos los medios de comunicación, a la vida de todos los ciudadanos, obligándolos a tomar partido de alguna forma en dicho debate, y ocasionándose como resultado la consiguiente división entre una población que, hasta este momento, se encontraba totalmente ajena a semejante disyuntiva.
Como ya he dicho, el ejemplo es un poco tonto, y puede parecer exagerado; pero si lo extrapolamos a otros asuntos más relevantes de la vida pública, comprobaremos que así es como funciona la política, al menos en este país, donde, gobierno y oposición (y con ellos el resto de la población) se encuentran continuamente enfrentados por supuestos problemas en los que, en la mayoría de los casos, es un simple cambio de punto de vista el que origina la división, en vez del grave problema que nuestros líderes pretenden hacernos ver, justificando así su “importante” e “imprescindible” labor en esta nación.
Como dije al principio, este es otro de los grandes problemas con los que se enfrenta la democracia que todos conocemos y que, por supuesto, a todos nos afecta. Y es así porque, al tener tanto peso una oposición, si ésta se lo propone, puede dar al traste fácilmente con cualquier proyecto político que pretenda implantar el gobierno de turno, elegido libre y democráticamente por la mayoría de los ciudadanos, sea éste mejor o peor, atrasando de esta manera el desarrollo social de todo el país. Esto es algo inevitable, ya que, como todos sabemos, el principal interés de todo partido político siempre será llegar al poder (o mantenerse en él), a costa de lo que sea, incluso, del bienestar de la población. Quizás su segunda preferencia pueda ser la felicidad de los ciudadanos, pero mientras siga siendo sólo la segunda, nada tendremos que hacer, porque la lucha por el poder es algo que siempre estará presente en una democracia, donde cada cuatro años se deben de enfrentar los diferentes partidos en las urnas.
Con esta forma de proceder es muy difícil, por no decir imposible, que una persona justa, imparcial y cuya única intención sea mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos, pueda optar siquiera a llegar a lo más alto del poder gubernamental, tal y como auguró en su día el filósofo ateniense Sócrates cuando dijo: “Es de todo punto necesario que aquel que combate francamente por la justicia, si ha de salvarse por algún tiempo, viva como un simple particular, y no como hombre público.” Si tengo razón (y ojalá no sea así), nos encontramos en la terrible situación de que nuestro destino siempre se encontrará en manos de personas sin escrúpulos y sin visión de futuro, más allá de los cuatro años pertinentes que les toque gobernar. Para probar dicho argumento basta con escuchar los discursos de los diferentes líderes políticos cuando se encuentran en campaña electoral y durante cualquier otra época del año; apenas difieren. Para ellos, los cuatro años de legislatura suponen una continua campaña electoral, es decir, están constantemente preocupados por ostentar el poder, mantenerlo, o desprestigiar al contrario. Como todos sabemos, durante una compaña electoral, nadie gobierna, así que, si ésta dura cuatro años, saquen sus propias conclusiones.
Por si todo esto fuera poco, nos encontramos aún con otra dificultad añadida. Hay dos formas de ganarse un electorado: una de ellas sería convenciéndolo de que somos mejores que los demás, demostrándolo con hechos. Pero esta es una forma cara, complicada y que sólo da resultados a largo plazo. La otra sería convencer a los ciudadanos de que los demás son peores que nosotros. Esta forma resulta más sencilla, rápida y barata, ya que nuestro lenguaje y nuestra justicia permiten, con facilidad y total impunidad, el engaño, la exageración y la tergiversación de los hechos y de las palabras. Ni que decir tiene cual es la forma que eligen nuestros líderes, porque, si en algo son unos expertos, es en el uso y la práctica de la dialéctica y la retórica, que, dicho sea de paso, es prácticamente el único requisito que se le exige a una persona para aspirar a un alto cargo político (aparte de la falta de escrúpulos).
Por todo lo expuesto, y teniendo en cuenta la tendencia educativa del momento, que Dios nos coja confesados cuando lleguen las futuras generaciones de gobernantes al poder, máxime, considerando el ejemplo que están dando los actuales.
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"Había llegado en ellos (los doctrinarios) a convertirse en un instinto la impresión radical de que existir es resistir, hincar los talones en tierra para oponerse a la corriente. En una época como la nuestra, de puras “corrientes” y abandonos, es bueno tomar contacto con hombres que no “se dejen llevar”."
Guizot


"Aparte las doctrinas particulares de pensadores individuales, existe en el mundo una fuerte y creciente inclinación a extender en forma extrema el poder de la sociedad sobre el individuo, tanto por medio de la fuerza de la opinión como por la legislativa. Ahora bien, como todos los cambios que se operan en el mundo tienen por efecto el aumento de la fuerza social y la disminución del poder individual, este desbordamiento no es un mal que tienda a desaparecer espontáneamente, sino, al contrario, tiende a hacerse cada vez más formidable. La disposición de los hombres, sea como soberanos, sea como conciudadanos, a imponer a los demás como regla de conducta su opinión y sus gustos, se halla tan enérgicamente sustentada por algunos de los mejores y algunos de los peores sentimientos inherentes a la naturaleza humana, que casi nunca se contiene más que por faltarle poder. Y como el poder no parece hallarse en vía de declinar, sino de crecer, debemos esperar, a menos que una fuerte barrera de convicción moral no se eleve contra el mal, debemos esperar, digo, que en las condiciones presentes del mundo esta disposición no hará sino aumentar."
John Stuart Mill

"La misión del llamado “intelectual” es, en cierto modo, opuesta a la del político. La obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que la del político suele, por el contrario, consistir en confundirlas más de lo que estaban."
Ortega y Gasset

El engaño de la Democracia I

Uno de los mayores engaños a que nos tienen sometidos los que ostentan el poder es que vivimos en un país democrático (al menos lo que todos entendemos por esta palabra). Cualquiera con un mínimo de conocimiento y sentido común se daría cuenta de que esto es falso con sólo reflexionar un poco sobre la situación en la que nos encontramos.
Intentemos analizar detenidamente esta situación.
Los dos pilares básicos sobre los que siempre se ha sustentado la democracia son dos: libertad e igualdad (pasemos por alto lo de la fraternidad porque entonces no terminaríamos nunca). Pues bien, en primer lugar, la libertad consiste teóricamente en la capacidad que tenemos todos los ciudadanos mayores de edad de poder elegir libremente a nuestros líderes. Mentira; sólo tenemos la libertad de poder elegir entre aquellos que optan al poder, que suelen ser bastante pocos en comparación con el total de la población y a los que, para colmo, ni tan siquiera conocemos personalmente como para poder confiar en ellos. ¿Qué ocurre cuando ninguno de los que se presentan a dicho cargo nos parece adecuado (como suele ser el caso)? Adiós a nuestra libertad. Seguro que todos conocemos a personas maravillosas a las que seguiríamos con los ojos cerrados hasta el fin del mundo, si fuera necesario. Pero claro, por regla general, estas personas no suelen tener posibilidad alguna de llegar a lo más alto del poder gubernamental (ni ganas que tendrán, la mayoría de ellos). En cambio, siempre son los mismos demagogos, más preocupados por alcanzar el liderato a costa de lo que sea que del bienestar de la población, a los que debemos confiar forzosamente nuestro futuro. ¿Para qué sirve un derecho si no puedes ejercerlo libremente?
Sobre la igualdad habría que empezar por aclarar que es un principio falso, ya que todos sabemos que no somos iguales. Por mucho que nos cueste aceptarlo, tenemos que reconocer que siempre habrá personas más válidas que otras, así como personas que no deberían de haber nacido nunca, como son todas aquellas que tienen el desagradable hábito de perturbar la paz de la comunidad en todo momento, por el simple hecho de ser inferiores a otros. Si esto es así, y sólo hay que ver las noticias para comprobarlo, ¿por qué el sistema debe tratar de igual manera a una persona pacífica, justa y tolerante que a otra violenta, irascible e inadaptada? Yo sinceramente no lo encuentro justo.
También es algo fácilmente comprobable el hecho de que una persona rica tiene muchas facilidades para seguir aumentando su fortuna, mientras que un pobre cada día tiene más complicado salir de esa situación de miseria. Es decir, los ricos cada vez son más ricos y los pobres, más pobres. Adiós a la igualdad también.
Por otro lado, otro de los grandes errores de los que suelen presumir muchas democracias es el hecho de que cualquiera puede llegar a ser presidente (algo que demuestran muchos de ellos). Como digo, un grave error. No sé ustedes, pero a mí no me hace ninguna ilusión ser gobernado por cualquiera, prefiero pensar que sólo pueden optar a dicho cargo aquellas personas mejor dotadas y cualificadas para liderar a un pueblo. Como ya he dicho, no todos somos iguales, afortunadamente. Un país no sólo debe (ni puede) estar formado por personas aptas para el mando, también deben existir otras que se dejen mandar; lo importante sería que cada cual supiese cual debe ser su sitio y lo asuma con dignidad y entrega total. Pero esto, claro está, es una utopía, lo normal es que todos deseemos llegar a lo más alto, sobretodo si hay dinero de por medio, y de esta forma ocurre lo que ocurre, cualquiera puede llegar a ser presidente, como de hecho así es.
Sin igualdad ni libertad para elegir a nuestros gobernantes, ¿qué nos queda entonces a los ciudadanos de a pie? En teoría nos debería de quedar un sistema en el que al menos, a cambio de nuestros impuestos, nos eduquen convenientemente, nos alivien las enfermedades, nos protejan de los delincuentes, se nos facilite la obtención de una vivienda y de un trabajo, se nos ayude y aliente a formar una familia (para poder seguir manteniendo el sistema en un futuro), se nos ofrezcan posibilidades y alternativas suficientes de ocio y esparcimiento, ... En definitiva, sin los derechos fundamentales de la igualdad y la libertad, lo menos que podemos esperar de nuestro sistema es que se preocupe por la felicidad de los ciudadanos (de todos, no sólo de unos cuantos).
Continuemos analizando la situación. De sobra es sabido que, hoy en día, aquel que desee una buena educación para sus hijos debe pagarla; el que pretenda tener un sistema sanitario eficiente, que le cubra todas sus necesidades, debe pagarlo; el que quiera sentirse realmente seguro en su casa, debe pagarlo (de ahí la proliferación de empresas de seguridad privadas). Por no hablar del derecho a una vivienda y a un trabajo dignos.
Por todo lo dicho, mi conclusión es que nos engañan cuando nos dicen que vivimos en una democracia. En mi opinión, yo diría que más bien se trata de una oligarquía, donde tan sólo los ricos (que no suelen ser los más válidos) pueden aspirar al poder y a llevar una vida digna, segura y feliz (si es que saben hacerlo).
Para terminar me gustaría hablar de una de las democracias más antiguas del mundo y que en la actualidad sirve de modelo a copiar por el resto; me refiero, como no, a la de los Estados Unidos de Norteamérica. A parte de darse en ella todo lo dicho anteriormente, agravado aún más si cabe, esta democracia que gobierna casi la totalidad del planeta (y aspira a gobernar lo que le resta de él) posee un agravante más siniestro e inconcebible: ¡los partidos políticos que aspiran al poder (y los que ya lo tienen) son financiados por grandes empresas privadas! Como digo, algo totalmente inconcebible en una democracia que se precie de serlo.
¿Qué quiere decir esto? Imagínense. Las más poderosas multinacionales del sector energético y armamentístico en su mayoría (por no hablar de otros sectores menos lícitos), son los encargados de poner o quitar en el poder a unos u otros, es decir, son los jefes de los que gobiernan, los que les pagan los sueldos. Para echarse a temblar. ¿Cómo no vamos a esperar que estos líderes mundiales comiencen cruentas guerras injustificadas o boicoteen todos los proyectos de mejora del medioambiente que irían en contra de los intereses de los que les pagan?
En definitiva, el mundo entero, y nosotros con él, estamos en manos de una pandilla de necios avariciosos cuyo mayor (y único) interés es vender la mayor cantidad de armas posibles (y para ello deben de usarse) y que se consuma la mayor cantidad posible de energía, a costa de destrozar el planeta y de mermar la calidad de vida de la gran mayoría de sus pobladores.
Si esta es la mejor democracia que el ser humano ha sabido construir, ¡qué vivan las dictaduras!

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“La democracia es sólo posible donde el estratego, el jefe, conoce el nombre de todos los ciudadanos.”
Pericles

“La primera condición para un mejoramiento de la situación presente es hacerse bien cargo de su enorme dificultad. Sólo esto nos llevará a atacar el mal en los estratos hondos donde verdaderamente se origina. Es, en efecto, muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos. Los demagogos han sido los grandes estranguladores de civilizaciones. La griega y la romana sucumbieron a manos de esta fauna repugnante, que hacía exclamar a Macaulay: “En todos los siglos, los ejemplos más viles de la naturaleza humana se han encontrado entre los demagogos”. Pero no es un hombre demagogo simplemente porque se ponga a gritar ante la multitud. La demagogia esencial del demagogo está dentro de su mente y radica en su irresponsabilidad ante las ideas mismas que maneja y que él no ha creado, sino recibido de los verdaderos creadores. La demagogia es una forma de degeneración intelectual.”
Ortega y Gasset


"Nos hemos visto obligados a crear una industria armamentística permanente de inmensas dimensiones; estos establecimientos dedicados a la defensa han contratado de forma directa a tres millones y medio de hombres y mujeres; la influencia sobre la economía, la política e incluso el terreno espiritual se puede llegar a sentir en cada ciudad, en cada cámara legislativa, en cada despacho del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperante por la que se produjo este desarrollo, pero no debemos dejar de entender sus graves consecuencias. En los consejos de gobierno debemos protegernos de la adquisición de influencias injustificadas, ya sean buscadas o no por parte del complejo industrial militar. La posibilidad de un aumento de poder desastroso e inapropiado existe y persistirá.
Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro los procesos democráticos y nuestra libertad. Si no controlamos al complejo industrial militar seremos testigos de la subida al poder de las personas inadecuadas, veremos a gente en la política que no tienen ningún tipo de responsabilidad con el votante."
Expresidente de los EE.UU. Eisenhower (discurso de despedida en 1961)

Una idea inquietante

No hace mucho tiempo se me pasó por la mente un pensamiento escalofriante; y, lo peor de todo, es que, por más que reflexiono sobre él, siempre llego a la misma conclusión: parece cierto.
Se lo cuento a ustedes para que, por favor, alguien me saque de lo que indudablemente debe de ser un error por mi parte.
El pensamiento es el siguiente: uno de los mejores inventos de los últimos tiempos que ha desarrollado el hombre son las armas de fuego y las de destrucción masiva.
No se alarmen, déjenme primero manifestar mis reflexiones al respecto y las conclusiones que de ellas extraigo.
En primer lugar, de todos es sabido que las guerras han existido prácticamente desde que el hombre es hombre. La humanidad siempre ha encontrado la forma de luchar contra sus semejantes y de acabar con la vida de otros individuos de la forma que sea. Es decir, nunca han sido necesarias las armas de fuego ni las bombas para matar gente, destruir ciudades enteras, masacrar poblaciones o, incluso, exterminar civilizaciones por completo.
Antes de la aparición de las armas de fuego, los pueblos se enfrentaban los unos a los otros armados con espadas, hachas, lanzas, catapultas, arcos y flechas,... Puestos en el caso de un inevitable conflicto, ¿se imaginan ver venir a toda carrera a una horda de miles de salvajes enemigos armados hasta los dientes con toda clase de objetos punzantes y profiriendo gritos desgarradores, dispuestos a sacarles las entrañas sin compasión alguna a todo el que se cruce en su camino? Me entran escalofríos con sólo pensarlo. Pues así se hacían las guerras antes de la aparición de las armas de fuego. Sinceramente, prefiero que me pequen un tiro por la espalda o que me caiga un pepino del cielo y adiós muy buenas. Llámenme cobarde si lo prefieren, pero la sola idea de una guerra de las de antes hace que se me erice el vello y me entren ganas de visitar el retrete.
En segundo lugar, sobre las armas de destrucción masiva, hasta el día de hoy al menos, parece que, más que provocar guerras y conflictos, los están evitando. La prueba está en que tan sólo se han utilizado con fines bélicos y destructivos una vez, durante la Segunda Guerra Mundial, y no podemos olvidar que sirvieron para poner fin a dicha guerra. Una sola muestra de tan tremendo poder destructivo ha servido para demostrar lo loco o desesperado que habría que estar para volver a utilizar semejante armamento. Sin el desarrollo de este tipo de armas no estaría yo tan seguro de que la famosa guerra fría entre EE.UU. y la U.R.S.S. hubiese sido tan fría. Los países que desarrollan dicha tecnología armamentística no lo hacen con la idea de decir “preparaos que voy a por vosotros”, sino más bien “cuidado, no meterse conmigo que mirad lo que tengo”. Es decir, utilizan este tipo de armas con fines defensivos, ante posibles ataques futuros por parte de otras potencias. Y de momento funciona; ningún líder mundial que esté en sus cabales iniciaría una guerra abierta contra una potencia armada de esta forma; tendrían mucho que perder, y nadie con sentido común asume semejante riesgo. Es más, estoy seguro de que el presidente G. Bush no hubiera invadido Irak de haber estado convencido de que éste poseía armamento nuclear dispuesto para ser utilizado. Sería lógico pensar que Sadam Hussein lo hubiese usado antes de verse vencido por su enemigo, y, como he dicho, nadie en su sano juicio se hubiese arriesgado a ello, ni tan siquiera un demente como el presidente de los Estados Unidos.
No quiero decir con esto que yo estoy a favor de las armas nucleares, de hecho estoy en contra de cualquier tipo de armas, ojalá no existiera ninguna. Además siempre existirá la posibilidad de que un fanático llegue al poder de una de estas naciones y le de por apretar un botón que no debiera. Esta sola posibilidad es suficiente para que tuvieran que desaparecer todas ellas.
En fin, no sé si les habré convencido de algo, espero que no. Espero que alguien me conteste diciéndome que estoy loco si de verdad creo que uno de los mejores inventos del hombre son las armas de fuego y las de destrucción masiva. Pero eso sí, intenten convencerme con buenos argumentos.

Se acordaron de mí: