Mi amigo, mi amo

lunes, 29 de octubre de 2007

Un día como cualquier otro, casualmente, lo conocí;
él vino a mí, no hube de buscarlo;
se me acercó mansamente, apenas lo intuí;
tampoco tuve necesidad de atraparlo.

Con presteza e ilusión busqué consejo sobre su cuidado,
y lo alimenté diariamente, tal y como me indicaron.

Desde un primer momento se mostró agradecido,
siempre me trató cariñosamente;
yo le correspondo con mucho mimo,
y él jamás es reticente.

Cuanto más le ofrezco sin reparo,
y me entrego en libertad y sin fallo,
mayor es su alegría, y mejores sus regalos;
entonces yo sonrío... y callo.

Nunca sabré si él es mío o soy yo su esclavo;
pero sí que sé que a su lado,
no me faltará el calor.
Mi amigo, mi amo: el AMOR.

Buda (III)

lunes, 22 de octubre de 2007

¿Cómo se pretende que siga a alguien que insiste constantemente en que ya no es una persona ni tiene un yo?
Idealmente sigues a esa persona perdiendo tu propio yo, cosa que parece imposible, ya que es tu yo el que está fascinado con ella. Es tu yo el que sufre y quiere liberarse de ese sufrimiento. El mensaje más importante del budismo es que ese yo no puede lograr nada real. Tiene que encontrar una manera de desaparecer, tal como hizo Buda.

¿El yo alcanza su meta no siendo yo? Parece ilógico, o como poco paradójico.
Sí, pero los budistas encontraron tres formas de vivir la sabiduría que les legó su maestro. La primera es social: formar un sangha con grupos de discípulos, como el de monjes y monjas que reunió Buda en vida. El sangha existe para establecer un estilo de vida espiritual. Las personas recuerdan la enseñanza y mantienen viva la visión budista. Meditan juntos y unidos crean una atmósfera de paz.
La segunda forma de seguir a Buda es ética y se centra en el valor de la compasión. Buda era conocido como «El Compasivo», un ser que amaba a toda la humanidad sin juzgarla. La ética budista traslada esa actitud a la vida diaria. Todo budista practica la amabilidad, el don de ver a otros sin juzgarlos, pero además muestra amor y veneración por la vida misma. La moral budista es pacífica, abierta y dichosa.
La tercera forma de seguir a Buda es mística. Te tomas en serio el mensaje del no yo. Haces todo lo posible por romper los vínculos que te mantienen atrapado en la ilusión de que eres un yo aparte. Tu meta es salirte de puntillas, en silencio, del mundo material, aun cuando tu cuerpo permanezca en él. Las personas comunes están haciendo cosas todo el día, pero en lo profundo de tu corazón tú has vuelto la atención al no hacer, como lo llaman los budistas. No hacer no es pasividad, sino un estado de apertura a todas las posibilidades.

Si practico el no hacer, ¿qué haré en realidad? Sigue pareciendo una paradoja.
La tercera forma de seguir a Buda afronta el lado más enigmático de Buda. ¿Cómo puedes deshacerte del yo aparte cuando es lo único que has conocido? El proceso suena aterrador. En primer lugar, porque no hay garantías. Una vez que logras la «muerte del ego», como se suele llamar, ¿qué quedará? Quizás termines iluminado, pero podrías terminar también hecho un blanco, un no ser pasivo sin intereses ni deseos. Las personas creen que el camino budista es exigente porque en él se te pide que reevalúes todo lo que consideras que te hará avanzar en la vida –el dinero, las posesiones, la condición social, los logros– y lo veas como una fuente de sufrimiento. Por ejemplo, tener dinero no provoca sufrimiento directamente, pero te ata a la ilusión al no dejarte ver que hay otra forma de vivir que es real. El dinero, como las posesiones y la condición social, crea una rutina que trae detrás de ella un deseo tras otro.

¿Entonces la iluminación es lo mismo que no tener deseos?
Tienes que entender la «ausencia de deseos» en un sentido positivo, como realización. Cuando está tocando un músico, hay un estado de ausencia de deseos porque el músico se siente realizado. Cuando estás comiendo un manjar delicioso, te sientes realizado porque satisfaces el hambre. Buda predicó que hay un estado, conocido como Nirvana, en el que el deseo es irrelevante. Todo lo que trata de alcanzar el deseo ya existe en el Nirvana. No tienes que perseguir deseo tras deseo en una búsqueda inútil para poner fin al sufrimiento. Por el contrario, vas directamente a la fuente del ser, que no está llena ni vacía. Simplemente es.

¿Te quedan ganas de vivir después de eso?
En el Nirvana ya no se trata de la vida y la muerte, que son opuestos. Buda quería liberar a las personas de todas las dicotomías. Si sigues sus enseñanzas de la segunda forma posible, a través de la moral y la ética, es importante ser bueno, sincero, no violento y compasivo. No querrás practicar el comportamiento opuesto. Pero si sigues a Buda de la tercer forma, la forma mística del no hacer, es precisamente la dualidad lo que tratas de disolver. Vas más allá del bien y del mal, algo que asusta a muchas personas.

¿Qué es el no yo?
Es quien eres cuando no tienes relación con nada. Eso parece místico, pero no deberíamos dejar que nos distrajera la semántica. El no yo es natural; está arraigado en la experiencia cotidiana. Cuando te levantas por la mañana, hay un instante que precede al momento en que tu mente se llena con todas las cosas que tienes que hacer en el día. En ese instante, existes sin un yo. No piensas en tu nombre ni en tu cuenta bancaria; ni siquiera piensas en tu esposa e hijos. Eres y ya está. La iluminación extiende y profundiza ese estado. No estás agobiado por tener que recordar quién eres, nunca más.

Cuando me levanto por la mañana me acuerdo de quién soy casi inmediatamente. ¿Cómo se cambia eso?
Cambiando gradualmente tu manera de pensar. Piensa en cómo te relacionas con tu cuerpo. Casi siempre te olvidas de eso. Los latidos del corazón, el metabolismo, la temperatura corporal, el equilibrio de los electrolitos... Literalmente, docenas de procesos tienen lugar automáticamente, y tu sistema nervioso los coordina a la perfección sin que interfiera la conciencia. Buda sugiere que puedes despreocuparte de muchas cosas que piensas que debes controlar. En lugar de dedicar tanto esfuerzo y lucha a pensar, planificar, correr tras el placer y evitar el sufrimiento, puedes rendirte y poner también esas funciones en manos del piloto automático. Eso se logra gradualmente con una práctica llamada conciencia.

Es decir, ¿tengo que dejar de pensar?
Dejas de invertir parte de ti en pensar, porque Buda te enseña que, de todas maneras, no has tenido el control de tu mente. La mente es una serie de sucesos efímeros, pasajeros, y tratar de aferrarte a lo efímero es una ilusión. El tiempo es exactamente lo mismo: una secuencia de sucesos efímeros que carece de base sólida. Una vez que oigas esta enseñanza, ponla en práctica mediante la conciencia. Cada vez que te tiente la ilusión, recuérdate a ti mismo que no es real. En cierto modo, un termino más adecuado sería «reconciencia».
El proceso de cambiar tu conciencia lleva tiempo. Es una evolución, no una revolución. Todos nos sentimos atraídos por la tentación de elegir entre A o B. La dualidad nos hace creer que es importantísimo tomar buenas decisiones y evitar las malas. Buda no está de acuerdo: él dice que es importantísimo salirse de la dualidad, y jamás escaparás mientras sigas enterrándote más hondo en el juego de «A o B». La realidad no es A ni es B. Es ambas y es ninguna. La conciencia hace que te acuerdes de eso.

¿Cómo se supone que debo entender la expresión «ambas y ninguna»?
No puedes entenderlo, por lo menos con la mente. En pocas palabras, la mente es una máquina que procesa el mundo en lo que respecta al planteamiento «quiero esto» y «no quiero lo otro». Buda predicó que puedes salir de esa maquinaria y mirar cómo trabaja, ser testigo de la mescolanza fantástica de deseos, miedos y recuerdos que es la mente. Cuando te vuelves más diestro en esto mediante la meditación, las cosas cambian. Empiezas a ser consciente de ti con más simpleza, sin tanta confusión mental. Con el tiempo, cambia tu forma de pensar, y lo que domina es el espacio que hay entre los pensamientos –la brecha silenciosa– en lugar de los pensamientos mismos.

¿Es eso el Nirvana?
No, eso es apenas un signo de que estás practicando bien la conciencia. La brecha silenciosa entre los pensamientos pasa con demasiada rapidez para que alguien pueda pararse a vivir allí. Tienes que darle a la brecha la posibilidad de que se amplíe y, al mismo tiempo, el silencio se haga más profundo. Tal vez suene extraño, pero tu mente puede estar en silencio todo el tiempo mientras está pensando. Comúnmente, el silencio mental y el pensamiento se consideran opuestos, pero cuando superas los opuestos, éstos se fusionan. Te identificas con la fuente eterna del pensamiento más que con los pensamientos que emergen de ella.

¿Qué ventaja tiene, suponiendo que me tome el tiempo y el trabajo de llegar a ese estado?
Uno puede hablar de las ventajas en términos elogiosos que suenan muy atractivos. Ganas paz, ya no sufres. La muerte ya no resulta aterradora. Estás de pie, inquebrantable, en tu propio ser. En realidad, los beneficios son muy personales y se van dando a su propio ritmo. Cada persona se encuentra en su particular estado de irrealidad, que es muy personal. Tal vez yo sea obsesivo y la persona que tengo junto a mí sea ansiosa y la persona que está junto a ella, depresiva. En la meditación, estos nudos de discordia y conflicto empiezan a desatarse por impulso propio. Pero siempre hay una revelación evolutiva. A tu manera, caminas hacia la paz, la ausencia de sufrimiento, la intrepidez y todo lo que representaba a Buda.
Desde fuera, esta tercera forma de seguir a Buda parece mística, pero con el tiempo se vuelve tan natural como la respiración misma. El budismo sobrevive hoy en día, y prospera en todo el mundo, por ser tan abierto. No tienes que seguir un conjunto de reglas ni adorar a Dios ni a los dioses. Ni siquiera tienes que ser espiritual. Lo único que debes hacer es mirar dentro de ti, desear la claridad, despertarte y estar completo. El budismo se basa en el hecho de que todos tenemos al menos una pizca de esas motivaciones. La conciencia y la meditación constituyen el fundamento de la práctica budista, aunque cada secta y maestro tenga un enfoque particular al respecto. El za-zen, el tipo de meditación budista que se practica en Japón, no es lo mismo que la meditación vipasana del sudeste asiático. Sin embargo, a fin de cuentas, el budismo es un proyecto personal, y ése es el secreto de su atractivo en el mundo moderno. ¿Acaso no nos concentramos todos en el sufrimiento personal y en nuestro destino individual? Buda no pedía nada más como punto de partida y, aún así, prometía que la llegada sería la eternidad.

Buda (II)

Los Tres Sellos del Dharma o los tres hechos fundamentales del ser:

1. Dukkha

La vida es insatisfactoria. El placer en el mundo físico es efímero. Inevitablemente le sigue el dolor. Por lo tanto, nada que experimentemos puede ser profundamente gratificante. En el cambio no hay descanso.

2. Anicca
Nada es permanente. Toda la experiencia fluye y desaparece. Causa y efecto son eternos y confusos. Por lo tanto, jamás se puede hallar la claridad y la permanencia.

3. Anatta
El yo aparte no es digno de confianza y es, en última instancia, irreal. Usamos palabras como «alma» y «personalidad» para designar algo que es pasajero y fantasmal. Nuestros intentos de hacer del yo algo real no terminan nunca, y tampoco dan frutos a cambio. Por eso, nos aferramos a una ilusión que nos dé seguridad.

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La palabra «ilusión» tiene muchísimos significados, y algunos son muy tentadores. La ilusión, por ejemplo, de que cuando te enamores será para siempre. La ilusión de que no morirás jamás. La ilusión de que la ignorancia es dicha. Buda veía el peligro que escondían estos señuelos. Rara vez hablaba con dureza, pero me lo imagino reventando todas esas burbujas: el amor tiene fin, todos mueren, la ignorancia es una locura. Pero si se hubiera detenido ahí, Buda habría terminado siendo poco más que un tedioso moralista.
Su definición de ilusión es tan absoluta que casi congela la sangre. Todo lo que se puede ver, oír o tocar es irreal. Todo aquello a lo que te aferras como si fuera permanente es irreal. Todo lo que puede pensar la mente es irreal. ¿Hay algo que se salve de las garras fulminantes de la ilusión?
No.
Pero una vez que nos sobreponemos a la sorpresa que produce saberlo, Buda afirma que con un cambio de conciencia se revela la realidad. No como una cosa, no como una sensación, ni siquiera como un atisbo de pensamiento. La realidad es puramente realidad. Es el fundamento de la existencia, la fuente a partir de la cual se proyecta todo lo demás. En los términos más básicos, el budismo cambia un mundo de infinitas proyecciones por el único estado del ser, una libertad tan absoluta que no tiene que pensar en la libertad ni pronunciar su nombre.

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Buda (I)

Extraído del libro Buda, la novela que cambiará tu vida, de Deepak Chopra (2007)
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Los cinco monjes estaban fascinados con las palabras de Buda, pero era más que eso, esas palabras los llevaban hacia lo más profundo de su ser. Era como entrar en samadhi con los ojos abiertos. Sabían exactamente lo que Buda había descrito. Pero Assaji seguía preocupado.
–Desperdiciaría mi vida si tratara de desentrañar diez mil vidas anteriores –dijo–. Y si quieres que renuncie a esta vida como si fuera un fantasma, ¿acaso no he renunciado ya a ella convirtiéndome en monje?
–Sólo renunciaste al envoltorio exterior –dijo Buda–. Una túnica de color azafrán no te exime del deseo, y el deseo es lo que te ha mantenido prisionero.
–Ya nos dijiste eso en la montaña –dijo Kondana–. Pero en seis años jamás nos liberamos del deseo. Nuestro karma aún nos sigue y hace que obedezcamos sus órdenes.
–Y por eso he venido a buscaros a vosotros en lugar de ir primero con mi familia –respondió Buda–. Lo que os insté a hacer en la montaña fue un error. Quiero repararlo.
–No nos debes nada –se apuró a decir Assaji.
–No hablo de una deuda –aclaró Buda–. Las deudas terminan cuando termina el karma. Mi error os llevó a una trampa. Yo creí que estaba en guerra con el deseo. Despreciaba el mundo y mi propio cuerpo, que deseaba todos los placeres terrenales.
–Pero eso no puede ser un error –dijo Assaji–. De lo contrario, sería inútil hacer votos. La vida santa tiene que ser diferente de la vida terrenal.
–¿Y si no hay vida santa? –preguntó Buda. Los cinco monjes se sintieron extremadamente incómodos y ninguno contestó–. Veréis, incluso la santidad se ha convertido en alimento para vuestro ego. Queréis ser diferentes. Queréis estar a salvo. Queréis tener esperanza.
–¿Y por qué han de ser malas esas cosas? –preguntó Assaji.
–Porque esas cosas son sueños que os adormecen –dijo Buda.
–¿Qué veríamos si no estuviéramos soñando?
–La muerte.
Los cinco monjes sintieron que los recorría un escalofrío. Parecía inútil negar lo que les decía su hermano, pero era desesperanzador aceptarlo. Buda dijo:
–Vosotros tenéis miedo a la muerte, como lo tuve yo, y por eso inventáis cualquier historia que alivie vuestros temores y, después de un tiempo, os creéis esa historia, por más que haya venido de vuestra propia mente. –Sin esperar respuesta, estiró el brazo y levantó un puñado de polvo–. La respuesta a la vida y la muerte es simple. Reside en la palma de mi mano. Mirad.
Arrojó el polvo al aire; el polvo quedó suspendido como una nube turbia durante un segundo, antes de que se lo llevara la brisa.
–Pensad en lo que acabáis de ver –dijo Buda–. El polvo conserva su forma durante un instante efímero cuando lo arrojo al aire, así como el cuerpo conserva su forma durante su breve vida. Cuando el viento lo hace desaparecer, ¿adónde va el polvo? Regresa a su origen, la tierra. En el futuro, ese mismo polvo hará que crezca el pasto y se meta en un ciervo que come el pasto. El animal muere y se convierte en polvo. Ahora imaginaos que el polvo llega a vosotros y os pregunta: «¿Quién soy?». ¿Qué le responderíais? El polvo vive en una planta pero está muerto en el camino que pisan vuestros pies. Se mueve en un animal pero está quieto cuando se encuentra enterrado en las profundidades de la tierra. El polvo comprende la vida y la muerte al mismo tiempo. Así que si respondéis a la pregunta «¿Quién soy?» con algo que no sea una respuesta completa, habéis cometido un error. He vuelto para deciros que podéis ser un todo, pero sólo si os veis así. No existe la vida santa. No existe una guerra entre el bien y el mal. No existen el pecado ni la redención. Al verdadero ser que sois no le importa ninguna de esas cosas. Pero sí le importa al falso ser que sois, el que cree en el yo aparte. Habéis tratado de llevar al yo aparte, con toda su soledad y ansiedad y orgullo, a las puertas de la iluminación. Pero jamás las atravesará, porque es un fantasma.
Mientras hablaba, Buda sabía que ese sermón sería el primero de cientos. Le sorprendió que las palabras fuesen tan necesarias. Había esperado sanar el mundo con un toque o simplemente existiendo en él. El universo tenía otros planes.
–¿Cómo puedo verme como un todo cuando lo que llamo «yo» está aparte? –preguntó Kondana–. No tengo más que un cuerpo y una mente, aquellos con los que nací.
–Mira el bosque –respondió Buda–. Lo atravesamos todos lo días y creemos que es el mismo. Pero no hay ni una hoja que sea la misma que ayer. Cada partícula de tierra, cada planta y cada animal cambian constantemente. No puedes alcanzar la iluminación como la persona aparte que crees que eres, porque esa persona ya ha desaparecido, junto con todo lo de ayer.
Los cinco monjes estaban asombrados al oír esas palabras. Admiraban a Gautama, pero ahora sus creencias instaban a una revolución. Si lo que decía era cierto, entonces nada de lo que les habían enseñado podía ser verdad al mismo tiempo. ¿Que no existía la vida santa? ¿Que no existe una guerra entre el bien y el mal? Ninguno habló durante un largo rato. ¿Qué se le podía decir a un hombre que afirmaba que ni siquiera ellos existían?
–He traído conmigo la conmoción –dijo Buda–. No tenía intención de hacerlo. –Lo dijo con sinceridad, después de meditarlo profundamente, como era debido. No se había dado cuenta de que estando despierto perturbaba tanto a otra gente.
En un abrir y cerrar de ojos, con la misma velocidad con que había visto diez mil vidas anteriores, vio el problema del hombre. Todos estaban dormidos, completamente inconscientes de su verdadera naturaleza. Algunos dormían de manera irregular y alcanzaban a ver a ratos la verdad. Pero volvían a dormirse enseguida. Eran los afortunados. La gran masa de seres humanos no veía la realidad. ¿Cómo podía decirles él lo que en realidad quería decir? «Todos vosotros sois Buda».
–Me doy cuenta de que si me quedo aquí, no haré más que perturbaros más –dijo–. Así que ayudadme. Debemos idear juntos un Dharma que no atemorice a la gente. Empezando por vosotros, mis temerosos hermanos. –Los cinco monjes sonrieron y empezaron a relajarse un poco. Buda señaló los árboles en plena afloración que los rodeaban–. El Dharma debería ser así de hermoso, e igual de natural –dijo–. Si la naturaleza está despierta dondequiera que miremos, entonces los seres humanos merecen lo mismo. Despertarse no debería ser una lucha.
–Tú luchaste –dijo Assaji.
–Sí, y cuanto más luchaba, más difícil era despertar. Hice de mi cuerpo y mi mente mis enemigos. Por ese camino sólo se llega a la muerte y a más muerte. Mientras vuestro cuerpo sea vuestro enemigo, estaréis atados a él, y el cuerpo no tiene más opción que morir. La muerte jamás será vencida a menos que se vuelva irreal.
Años después, Assaji recordaría que empezó a pasar una tormenta sobre el bosque mientras Buda hablaba. Los rayos puntuaban sus palabras y le iluminaban la cara, que no era el rostro ferozmente entusiasta de Gautama, sino algo sobrenatural y sereno. Oyeron el repiqueteo de las gotas de lluvia sobre el techo del bosque, que creció hasta convertirse en un sonido constante, pero sobre los cinco monjes no cayó lluvia, ni siquiera una gota perdida se evaporó en la fogata. De esa manera, la naturaleza les decía que Buda era más que un hombre que había sido iluminado. Después de esa noche, los monjes lo siguieron.

...
–¿Entonces por qué tengo tantos pensamientos impuros? –preguntó Vappa, que era irritable y propenso a los arrebatos de ira, tanto que los otros monjes se sentían intimidados por él.
–No confíes en tus pensamientos –dijo Buda–. No puedes despertarte con el pensamiento.
–He robado comida cuando estuve hambriento, y hubo veces en que me aparté de mis hermanos y me di a las mujeres –dijo Vappa.
–No confíes en tus acciones. Las acciones pertenecen al cuerpo –dijo Buda–. Tu cuerpo no te puede despertar.
Vappa seguía sintiéndose miserable, y su expresión se endurecía cuanto más hablaba Buda.
–Debería irme de aquí. Dices que no existe la guerra entre el bien y el mal, pero yo la siento dentro de mí. Percibo cuán bueno eres, y eso me hace sentir peor.
La angustia de Vappa era tan genuina que Buda se sintió tentado a ayudarle. Sabía lo muy retorcida y sutil que es la mente. Podía convencer al santo más puro de que era el peor pecador, así como se puede convencer a una mujer hermosa que ve una peca en su cara de que ha perdido toda su belleza. Buda podía estirar el brazo y quitarle el peso de la culpa a Vappa con un roce de su mano. Pero hacer feliz a Vappa no era lo mismo que liberarlo, y Buda sabía que no podía tocar a cada persona viviente sobre la faz de la tierra.
–Puedo ver que te debates por dentro, Vappa. Debes creerme cuando digo que jamás ganarás –dijo Buda.
Vappa agachó aún más la cabeza.
–Lo sé. ¿Debo irme entonces?
–No, me malinterpretas –dijo Buda con tono amable–. Nunca nadie ganó la guerra. El bien se opone al mal como el sol de verano se opone al frío del invierno, como la luz se opone a la oscuridad. Están incorporados en el esquema eterno de la Naturaleza. Son la misma cosa.
–Pero tú ganaste. Tú eres bueno; yo siento que eres bueno –dijo Vappa.
–Lo que siente es el ser que llevo dentro, al igual que tú –dijo Buda–. No vencí al mal ni abracé el bien. Me aparté de ambos.
–¿Cómo?
–No fue difícil. Una vez que reconocí que jamás sería completamente bueno ni estaría libre de pecado, algo cambió dentro de mí. Ya no me distraía la guerra; mi atención podía centrarse en otra cosa. Se centró más allá de mi cuerpo, y vi quién soy de verdad. No soy un guerrero. No soy un prisionero del deseo. Esas cosas van y vienen. Me pregunté a mí mismo: «¿Quién está mirando la guerra? ¿A quién recurro cuando pasa el dolor o cuando se termina el placer? ¿A quién le contenta ser y nada más?». Tú también has sentido la paz de ser y nada más. Despierta a eso, y te unirás a mí en la libertad.
Esa lección tuvo un efecto enorme en Vappa, que decidió que su misión, durante el resto de su vida, sería buscar a las personas más miserables y desesperanzadas de la sociedad. Estaba convencido de que Buda había revelado una verdad que todas las personas podrían reconocer: el sufrimiento es una parte fija de la vida. Huir del dolor y correr hacia el placer jamás cambiaría eso. Pero la mayoría de las personas se pasaban toda la vida evitando el dolor y persiguiendo el placer. Para ellas eso era normal, y en realidad se estaban involucrando demasiado en una guerra que jamás ganarían.
...

Un lugar en el mundo

miércoles, 17 de octubre de 2007

Existe un lugar en el mundo donde no se conocen el odio, el rencor, la envidia, los prejuicios, las injusticias, la tiranía, la violencia ni la ira.

Existe un lugar en el mundo en el que nadie intenta manipularte impunemente, haciendo de tu voluntad un mero juguete en sus manos.

Existe un lugar en el mundo en el que no es necesario utilizar máscaras. Un lugar donde se puede ir con la verdad por delante sin miedo a ser apartado, incomprendido o rechazado.

Existe un lugar en el mundo donde el silencio no es incomodo; donde no son necesarias las traicioneras palabras para expresar sentimientos o ideas.

Existe un lugar en el mundo libre de lujuriosos pensamientos y de ridículas tentaciones. Un lugar apartado del perturbador ruido de las masas enfervorecidas que alientan los más bajos instintos animales.

Existe un lugar en el mundo en el que amar es lo natural, la compasión es innata y la solidaridad, impuesta por ley.

Existe un lugar en el mundo que está más allá de los sueños, lejos de todo lo imaginable, lindando con el infinito cielo y a la derecha del paraíso.

Existe un lugar en el mundo que no precisa de gobiernos ni de gobernantes, de jefes ni de súbditos, de discípulos ni maestros, de banderas ni de abanderados.

Existe un lugar en el mundo en el que cada cual es libre de hacer con su vida lo que le dé la gana; en el que nadie se atreverá a conducir tus pasos por otro sendero que no sea el que tú has elegido.

Existe un lugar en el mundo en el que siempre llueve a gusto de todos. Un lugar donde el sufrimiento y el dolor pueden ser detenidos con sólo una orden.

Existe un lugar en el mundo donde las apariencias están constantemente guardadas; donde cada cual es lo que muestra y lo que ves es lo que hay.

Existe un lugar en el mundo imposible de ser invadido, ya que a nadie se le niega nada y todo el mundo es bien recibido.


Este lugar está más cerca de lo que crees. Este lugar está en tu interior; para acceder a él tan sólo tienes que lanzarte sin paracaídas al abismo de tu mente y zabullirte sin oxigeno en el océano de la conciencia. Si logras traspasar estas dos barreras infranqueables para el común de los mortales, tu recompensa será la dicha eterna, la paz perpetua y la completa desaparición de los dos grandes enemigos: el miedo y la soledad. Una vez allí, y sólo allí, podrás decir que eres verdaderamente libre.

Allí nos veremos.

Tan sólo una historia

lunes, 15 de octubre de 2007

Extraído de La cruda realidad, por la Divina Providencia
Le conocí hace unos veinte años aproximadamente. Digo “le conocí” y no “nos conocimos” porque así es como fue realmente; por aquella época yo era prácticamente invisible, así que resultaba bastante difícil percatarse de mi presencia, mucho menos conocerme. En cambio con él ocurría todo lo contrario: estaba constantemente rodeado de tal aura de grandiosidad, que era imposible no verse irradiado de alguna manera por su perfecta e impoluta existencia.
Es algo mayor que yo, de ahí que estuviera un curso por encima mía en el Instituto. Pero eso daba igual, como ya he dicho, él estaba por encima de todos, era admirado y envidiado por cada alumno del centro, sin importar que fuese más o menos veterano; ¡qué digo, si hasta los mismos profesores le rendían pleitesía! Por supuesto, mi caso no era diferente; tenía todo lo que a mí me faltaba, que no era poco. Era popular, parecía simpático, buen deportista, poseía un físico imponente, no le faltaban comentarios graciosos y oportunos, nunca se encontraba solo,... En definitiva, era el compañero que todo el mundo quería tener, a pesar de que, a su lado, siempre corrías el peligro de que te humillara en público haciéndote quedar como un estúpido delante de cualquiera, tan sólo por el puro placer de reírse un rato; pero era un riesgo que merecía la pena asumir, todo fuera por intentar contagiarse un poco de su grandiosidad y elocuencia infinita. Tengo entendido que no era muy buen estudiante, pero eso, ¿a quién le podía importar?
En fin, prosigamos con la historia. Una vez terminado el Instituto, me lo volví a encontrar unos años después en un curso impartido por el INEM para optar a un puesto de trabajo en una importante empresa multinacional. Ni que decir tiene que él no me reconoció o, al menos, no dio muestras de hacerlo. Por este tiempo, mi persona aún conservaba gran parte de la transparencia de antaño, así que tampoco le di mucha importancia al hecho de que ni tan siquiera me dirigiera una simple mirada de complacencia, mientras él seguía como siempre acaparando la atención de todos y de todas con su incuestionable simpatía, su extrovertido carácter dicharachero y su agudo ingenio sin límites.
Durante los dos meses y medio que duró el curso, no hizo más que aumentar su popularidad entre todos los asistentes, profesores incluidos. Era el que más comunicativo se mostraba siempre, en todo momento tenía una respuesta oportuna que, aunque no fuera acertada, al menos era ocurrente; sus opiniones sentaban cátedra y eran asumidas mansamente por todo el auditorio, aunque sólo fuera por el temor que infundían sus denigrantes represalias sobre todo aquel que tenía la osadía de contradecirle; tenía además una habilidad increíble para salir airoso frente a cualquier situación, por muy comprometida que ésta fuese. Por lo dicho, de todos era sabido que sería uno de los primeros en acceder al puesto de trabajo que tanto anhelábamos los demás y para el que tanto nos estábamos esforzando. Para él, por el contrario, parecía cosa de coser y cantar; de nada importaba que alguien le soplara siempre las respuestas en los exámenes descaradamente o que no mostrase ningún respeto por algunos de sus compañeros menos populares. Para ser el favorito de los profesores lo único necesario era hacerlos reír a cada momento y darles un poco de charla de vez en cuando diciéndoles lo que querían escuchar, siempre con simpatía y buen humor, por supuesto, mientras que el resto teníamos que partirnos la cara estudiando e intentando parecer perfectos y brillantes aun en las situaciones más adversas.
Y efectivamente ocurrió lo que ya sabíamos: poco después de terminar el curso lo avisaron de la empresa y entró a formar parte de la misma sin ningún problema. Yo aprobé todas las asignaturas con la máxima nota, pero de nada me sirvió; llegué a pensar que igual mi expediente también se había vuelto invisible. Al cabo de dos años me dio por enviar una carta al departamento de RR.HH. y tuve la enorme fortuna de que era un momento en el que la empresa necesitaba personal, así que me llamaron y, tras las pertinentes entrevistas, me incorporé a la plantilla.
Allí estaba él. Su glorioso hálito seguía brillando inconmensurablemente a lo largo y ancho de toda la planta. Tampoco en esta ocasión se le vio un gesto de cercanía o reconocimiento; ni yo lo esperaba, a pesar de trabajar muy cerca el uno del otro y de cruzarnos cientos de veces a lo largo de la jornada laboral. Hasta entonces creí haber superado mi larga enfermedad de la incorporeidad, pero al parecer, volví a recaer, llegando a temer incluso que ésta se volviese crónica. Me salvó el hecho de que, por entonces, yo había madurado un poco y pude observar que mi caso era uno más entre tantos otros, es decir, comprobé que no era el único al que esta persona parecía ignorar o ningunear, por no decir despreciar. Así que fui restándole importancia y dedicándome a lo mío. Afortunadamente no me faltaban compañeros con los que charlar amigablemente ni con los que pasar buenos ratos; gente como yo, sencilla, trabajadora, sin ánimo de grandeza ni complejo de superioridad.
Así transcurrieron algunos años, yo relacionándome laboral y amistosamente con mis iguales dentro de nuestro plano terrenal, mientras él continuaba paseando su incombustible aura por ese otro mundo, más cercano al Olimpo, donde sólo unos pocos privilegiados tenían acceso, y donde él, y sólo él, tenía la potestad de invitar o expulsar a quien le viniese en gana, sin otro motivo aparente más que su caprichosa voluntad.
En un principio, la empresa en la que trabajábamos, como empresa joven y extranjera que era, ofrecía a sus asalariados unos servicios sociales y una calidad humana fuera de lo común; éramos como una gran familia, donde nuestros jefes y superiores nos protegían y cuidaban como a sus propios hijos y nosotros, naturalmente, respondíamos con igual cordialidad y afecto, dándole a la empresa lo mejor de nosotros mismos (al menos la gran mayoría). Pero todo lo bueno acaba.
Y en el caso que nos ocupa, el anunciado fin llegó de la mano de nuestro protagonista. Sí, de ese mismo por el que tiempo atrás los gerentes de la empresa sentían tanto orgullo y admiración, llegándolo a coronar imaginariamente como hijo predilecto de nuestra gran familia. Ese mismo que todos los ingenieros se rifaban por tener en sus plantillas, al cargo de sus máquinas. El mismo al que todos habíamos anhelado parecernos en algún momento de nuestras insípidas existencias. Como digo, después de unos primeros años de bienestar y seguridad, tras transcurrir el tiempo necesario para poner a cada cual en su sitio, después de que nuestro protagonista hubiera perdido paulatinamente su aureola divina, una vez que quedara al descubierto su auténtica y única personalidad, aquella que sólo puede quedar oculta durante un tiempo prudencial; después de verse rodeado, sola y exclusivamente, por un pequeño puñado de incondicionales de su misma naturaleza; después de quedar sobradamente demostrada su total incompetencia, su acentuada caradura y su perenne desidia en el terreno laboral. Después de todo esto, a nuestro aburrido amigo se le ocurre la feliz idea de que la corporación necesita un comité de empresa que vele por los intereses de los desvalidos empleados, y, claro está, él era el único que podía llevar a buen término semejante cometido.
La tortilla dio la vuelta por completo. De ser el favorito, el preferido, el incuestionable pasó a convertirse en el grano más molesto para la dirección de la empresa. Pero ya era tarde; la ley lo amparaba y nada se podía hacer por evitarlo. De nuevo volvió a surgir de sus cenizas para volverse a convertir en el centro de atención de todos. Como ocurre siempre, hubo divisiones y, ya se sabe, donde se siembra división se recoge discordia. Como ya he dicho, esto supuso el principio del fin. Comenzaron las sindicalizaciones, las reuniones, los tiras y aflojas, las amenazas,... y se acabaron los tratos de favor, las risas, la tranquilidad,... Aunque todo esto pertenece a otra historia.
En la que nos ocupa, nuestro hombre no tardó en elevarse a la categoría de líder de los trabajadores, venerado por unos y odiado por otros, pero nunca indiferente. Tampoco tardó mucho en liberarse por completo de sus responsabilidades laborales para ocuparse plenamente en su nuevo cometido de liderazgo. Con el transcurso de los años se desligó por completo de la empresa para entrar a formar parte enteramente de la plantilla del sindicato, dejando al resto de compañeros en la situación actual de precariedad e inseguridad propia de cualquier empresa del sector.
También yo tuve la fortuna de poder librarme de semejante esclavitud, aunque por motivos bien distintos. La última vez que lo vi fue en la televisión (ya sabía yo que legaría lejos), en una de esas cadenas locales que tanto proliferan a día de hoy; hablaba en representación de su sindicato sobre algunos problemas que estaban teniendo en otra empresa cercana. Se le veía más gordo y envejecido, aunque, como siempre, seguro de sí mismo y con cara de saber perfectamente de lo que estaba hablando. Me alegré de que las cosas le fueran bien, si bien, ya no despertó en mí ningún sentimiento de envidia, ni de admiración, más bien todo lo contrario. Comprendí que antes de condenar o elevar a los altares a nada ni a nadie es conveniente dejar actuar al sabio e implacable juez del tiempo que, como siempre, se encargará de dar a cada cual lo que le corresponda o de quitar lo que le sobre. Por mi parte, estoy muy satisfecho del transcurrir del mismo y me alegro enormemente de no haberme esforzado más en parecer lo que no soy, y nunca seré.
Moraleja: ¡Y yo qué sé! Invéntensela ustedes, hagan algo; mi creatividad tiene un límite.

Un hermoso sueño

miércoles, 3 de octubre de 2007

Abro los ojos; de nuevo es el alborotador piar de los gorriones en la ventana el que me extrae del mundo de los sueños para devolverme al de las ilusiones. Al tiempo que me desperezo, pienso en lo alegres que se muestran todos estos pajarillos cada mañana, a juzgar por la algarabía con que me despiertan al amanecer; es como si todos los días celebrasen el nacimiento del sol por primera vez. O por última, quién sabe; quizás ellos lo sientan así y crean que hay motivos bien fundados para recibir cada día como si fuera uno especial; un día más de vida en este maravilloso y mágico lugar del Universo que nos ofrece gratuitamente todo cuanto necesitamos para ser dichosos. Concluyo diciéndome que igual hasta tienen razón.
Salgo al exterior. Una mañana preciosa; la ardiente esfera del sol ya empieza a emerger de las profundidades del basto océano que se abre ante mis ojos, allá por la difusa línea del horizonte, dándole a las pacíficas nubes ese extraño aspecto de brazas incandescentes que tanta curiosidad me suscitan cuando las observo.
Estiro un poco mis entumecidos músculos admirando la grandeza del paisaje con que el mundo me da la bienvenida, después de haberme refrescado en las tranquilas aguas del riachuelo junto al que habito. La frialdad del agua tensa mis músculos y me templa los nervios, aclara la mente y serena el espíritu. Ya estoy listo para afrontar un nuevo e impredecible día.
El ejercicio me ha abierto el apetito. Salgo al campo a ver lo que me ofrece hoy. En esta época del año se dan una uvas grandes como huevos de codorniz y tan dulces que más bien parecen néctar de los dioses; también encuentro algunas naranjas ya maduras que me tientan con un exuberante aspecto de estar bien repletas de jugoso zumo; después de tantos meses sin probarlas, me rindo ante el estimulante señuelo y cojo un par de ellas.
Tras un desayuno tan nutritivo, lo mejor es dar un buen paseo por el interior del bosque, antes de que la temperatura aumente y ahuyente la refrescante humedad de la noche. Me encanta este intenso olor a tierra mojada con que el rocío impregna el aire que respiro conforme van transcurriendo mis pasos entre la frondosidad de estos árboles. Pinos, robles, hallas, castaños, multitud de diferentes variedades de helechos, todos en su máximo esplendor y en perfecta armonía, conforman un espectáculo de lo más colorido y agradable a todos los sentidos. El alegre canto del ruiseñor, el incesante corretear de las laboriosas ardillas entre las ramas, el ulular de la suave brisa penetrando por cada resquicio de cada árbol, el persistente repiqueteo del pájaro carpintero desde lo más profundo del bosque, un ligero movimiento del algún avisado cervatillo oculto en la espesura, el hipnotizador murmullo del agua saltando sobre las piedras en la ribera del río...; mientras camino, abro al máximo mi instinto primitivo para captar y percibir en toda su pureza el más nimio detalle que la Naturaleza pone al alcance de mis sentidos. Al mismo tiempo, cierro mi mente a todos los pensamientos tóxicos y contaminados que puedan aparecer sin avisar previamente. No permito que nada enturbie esta correspondida relación de amor y respeto existente entre el bosque y yo.
De regreso, me cruzo con algunos vecinos a los que saludo amigablemente; nos tratamos poco, pero sé con seguridad que puedo contar con ellos cuando lo necesite. Por supuesto, también ellos saben que aquí estaré yo siempre que lo precisen. La presencia cercana de congéneres me da seguridad y confianza, sobretodo si no se inmiscuyen en mi intimidad ni intentan apoderarse sin necesidad de mi preciado tiempo.
De nuevo en la serenidad del hogar. Mi amigo el sol se encuentra ya en todo lo alto y calienta que da gusto. Va siendo hora de que me gane el sustento, así que agarro mi primitiva caña de pescar fabricada con madera de fresno y me dirijo al lugar acostumbrado; una gran piedra situada bajo la refrescante sombra de un centenario roble que crece a orillas del río, es el mejor lugar para hacer buenas capturas. De nuevo estas próvidas aguas vuelven a ser generosas conmigo y recompensan mi paciencia con un par de hermosas truchas, suficientes para un buen almuerzo. De regreso a casa me hago también con algunas granadas maduras que me encuentro por el camino. Hoy la comida será de lujo. No puedo olvidar tampoco recoger algo de forraje seco para encender la lumbre con la que cocinar el sabroso pescado.
No hay nada como un merecido descanso para digerir los alimentos consumidos. La paja seca que cubre el tejado del chozo proporciona una frescura a la estancia que me permite conciliar un breve y reconfortante sueño.
El reparador reposo me ayuda a afrontar lo que resta de día con una mayor vitalidad y un vigor a prueba de bombas. La tarde se presenta cálida y serena, así que me dirijo hacia la cercana playa con paso resuelto y el ánimo desbordado. De camino me aprovisiono de la fruta fresca que me van ofreciendo gratuitamente los árboles que ante mí se presentan; la tarde será larga, y un tentempié nunca viene mal; además, la experiencia me dice que el agua de mar y el contacto de la fina arena bajo mis pies desnudos, forman una combinación perfecta para abrir el estómago a cualquier alimento que se le eche. Cargo también con los utensilios necesarios para fabricar algunos dardos con los que cazar conejos y pequeños venados; me van quedando pocos y, además, me servirá de distracción en esta apacible tarde.
Tumbado sobre la arena, con la piel aún húmeda y cubierta del saludable salitre, reflexiono profundamente contemplando el ancho y despejado cielo, mientras nuestra estrella amiga va tomando su camino de vuelta a casa, perdiendo intensidad y ardor conforme se acerca a las escarpadas cumbres que se levantan al otro lado del mundo, y tras las cuales terminará desapareciendo, cediendo su lugar por unas horas a su hermana menor, la luna. Pero antes de que eso ocurra aún tengo tiempo para pensar en lo afortunado que soy al pertenecer a una tierra que nunca me desampara y que me acoge en su seno desinteresadamente, a cambio sólo de un mínimo respeto y una juiciosa sumisión. Un precio insignificante frente al incomparable regalo de la vida.
Vuelvo a casa justo para presenciar de nuevo el inconmensurable espectáculo del cielo encendido en llamas sobre las altas montañas que se elevan en los confines de la tierra conocida. Por más que se reitere un día tras otro, nunca dejará de fascinarme.
Ceno algo ligero, que no me perturbe el necesario descanso nocturno, a la vez que contemplo la inmensidad del firmamento estrellado. Poco después, me meto en la cama con la mente tranquila y en calma, y el espíritu reposado y feliz dispuesto a sumergirme en un profundo y agradable letargo...
¡DESPIERTA, DESPIERTA! Sólo era un hermoso sueño.

Interioridades

Infranqueable muro que se levanta tras mis ojos,
hacia ti va dirigida esta oda.
Mantente firme ante el enemigo tembloroso;
que, aunque cobarde y traicionero,
es persistente y mentiroso.

No te doblegues a sus falsas palabras;
no desfallezcas ante su inquina mirada;
no permitas que penetre su hedor nauseabundo;
no te ablandes frente a su tenaz estocada.

De tu fuerza pende mi calma;
mi serenidad reposa tras tus piedras;
tu tenacidad es vital para mi alma;
tu rendición sería mi muerte.

El paraíso resplandece en el bendito silencio;
entre la crepitante multitud conspira el diablo;
en tu refugio encuentro la paz;
tu fortaleza es mi esperanza.

Cuando el fatal destino caiga sobre ti,
olvida mis pretenciosas ansias de vivir,
no me engañes con astutas palabras,
y déjame morir.
Sí, ya sé que no es muy buena, pero, compréndanlo, es mi primer intento de crear algo que suene más o menos bien. Supongo que las siguientes saldrán mejor (si es que las hay), aunque algo me dice que la poesía no es lo mío.

Diferencias entre un líder y un presidente

lunes, 1 de octubre de 2007

  1. El líder nace. El presidente ni tan siquiera se hace.
  2. El líder lo será mientras así lo requiera su pueblo. El presidente tiene fecha de caducidad.
  3. El líder necesita carisma para serlo. El presidente, votos.
  4. Al líder sólo lo mueven intereses de supervivencia. El presidente, si no cobra un buen dinero, dirá: “que gobierne otro”.
  5. El líder permanecerá al frente de su pueblo mientras tenga una causa por la que estar ahí. El presidente, en cambio, ya se encargará de sacarse causas de la manga para parecer necesario.
  6. El líder es siempre el más sabio y capaz entre toda su gente. El presidente es sólo uno más, y a veces ni eso.
  7. El líder está al servicio de su pueblo. En el caso del presidente, es el pueblo el que está a su merced.
  8. El líder no elige serlo, es su naturaleza la que lo destina a tal fin. El presidente es capaz de hacer lo que sea para ser el más votado, incluso mentir, exagerar, tergiversar, calumniar, etc.
  9. El líder debe demostrar su capacidad de liderazgo antes de ser elegido como tal. Al presidente se le exige una vez que ya ha sido elegido.
  10. Al líder nadie se le opone, porque todos saben que el pueblo está con él. El presidente tiene que enfrentarse continuamente a una dura oposición, ya que su pueblo siempre está dividido.
  11. Un líder será siempre un líder, aunque no tenga el poder. Un presidente sin poder no es nadie.
  12. Un líder no necesita prosélitos ni acólitos, todo su pueblo le rinde pleitesía. El presidente, por el contrario, no será nadie sin su cohorte de súbditos interesados; ni tan siquiera será capaz de pronunciar unas palabras sin que alguien se las escriba con anterioridad.
  13. El líder escucha la voz de su pueblo, sin esconderse tras de nadie. El presidente sólo atiende a sus consejeros y allegados.
  14. El líder no necesita hablar al pueblo, ya que todos le conocen. El presidente puede ser un completo desconocido, de ahí que necesite darse a conocer arengando a las masas.
  15. Al líder sólo le preocupa el futuro de su gente. La primera prioridad de un presidente será siempre su próxima candidatura.
  16. El líder tendrá siempre su propia vida, al margen del poder. El presidente ejercerá de gobernante las veinticuatro horas, para guardar las apariencias.
  17. El líder alterará lo menos posible la vida de sus conciudadanos, pasando desapercibido siempre que pueda. El presidente debe hacerse notar en todo momento, para así justificar su elección.
  18. El líder sólo hará acto de presencia cuando así lo requiera la situación. Al presidente lo tendremos hasta en la sopa.
  19. El líder escucha las quejas de su gente, y si no puede satisfacerlas, cede su lugar a otro más capacitado. El presidente, una vez elegido, elude en lo posible escuchar quejas y reclamaciones y, por supuesto, jamás renunciará a su cargo.
  20. Un líder siempre persigue un fin determinado, en tiempos de guerra: la victoria de su pueblo; durante la paz: estabilidad y prosperidad. Al presidente sólo le preocupa el quedar bien ante los demás.
  21. Los líderes cambian conforme cambia la situación del país: cuando haya que luchar, el líder será el guerrero más fuerte y valeroso; si se necesita prosperar, será el más hábil e intransigente de los negociadores; en tiempos de paz y bienestar, se escogerá como líder al más sabio de los filósofos. Al presidente se le elige sin tener en cuenta la situación del país y las capacidades de éste para hacer frente a la mencionada situación, y, como ya se ha dicho, el presidente jamás admitirá su inaptitud frente a determinadas circunstancias.

Conclusión:
Un buen equipo de gobierno no debe de ser ni de izquierda ni de derecha, por el contrario, debe actuar conforme la situación lo requiera. Por ejemplo, en épocas de crisis, los dirigentes deberían hacer una política de derechas, dura e inflexible, necesaria para sacar a flote al país. En cambio, si la situación es de prosperidad y desarrollo, la administración tendría que ser más bien de izquierdas, promulgando una política social y populista donde se mantuviese a casi todo el mundo contento. Es decir, si las arcas públicas están repletas, lo normal sería repartir entre los más necesitados, pero si no es así, habrá que hacer caja con pocos miramientos para preservar el futuro de la nación, le duela a quien le duela.

Por consiguiente:
Desde este aislado rincón del ciberespacio confieso públicamente que no volveré a votar en unas elecciones hasta que no identifique entre algunos de los candidatos a un verdadero líder (cosa bastante difícil, por no decir imposible). Prometo que seguiré ejerciendo mi legítimo derecho a la abstención (ya que es lo que más les fastidia a todos los políticos por igual) mientras no aparezca un candidato que sea capaz de admitir un error propio (o de su partido) o un acierto del contrario, que no se dedique casi exclusivamente a insultar y calumniar a los oponentes, o que no se oponga a todo lo que propongan el resto de partidos.
Sé que muchos me reprocharán esta actitud aparentemente pasiva, pero, sinceramente, creo que es la más provechosa de todas; cuando se hace el escrutinio, siempre se hace hincapié en el porcentaje de abstenciones, nunca en el del voto en blanco, que, por otro lado, sólo sirve para beneficiar al que obtiene la mayoría; la mala prensa que se le da a la abstención viene precisamente de aquellos a los que menos les interesa que se produzca, es decir, de los políticos; si no estamos conformes con ninguno de ellos, lo mejor es atacarles dónde más les duele. Por otro lado, me comprometo públicamente a votar sin ningún miramiento al aspirante que muestre algunas de las características expuestas, sea de la ideología que sea su partido.
Me temo que permaneceré mucho tiempo sin visitar las urnas.

Perlas de Sabiduría

Versículos extraídos del Tao Te Ching, de Lao Tse.

· En el mundo todos saben que lo bello es bello, y de ahí conocen qué es lo feo, que lo bueno es bueno, y de ahí lo que no es bueno. El ser y no ser mutuamente se engendran. Lo fácil y lo difícil mutuamente se hacen. Lo largo y lo corto mutuamente se perfilan. Lo alto y lo bajo mutuamente se desnivelan. El sonido y su tono mutuamente se armonizan. Delante y detrás se suceden.
· Por eso, el hombre perfecto se aplica a la tarea de no hacer nada y de enseñar callando.
· Hace los diez mil seres. Nada rehúsa. Los engendra sin adueñarse de ellos. Los hace y no se apoya en ellos.
· Hecha su obra, no se queda con ella. No se queda con ella, pero tampoco se ausenta de ella.

· No estimar en mucho los talentos para que en el pueblo no haya competiciones. No valorar en mucho los objetos costosos para que el pueblo no se haga ladrón. No ver lo codiciable para que el corazón no se alborote.
· Así, el santo vacía los corazones y llena los estómagos, debilita los deseos y robustece los huesos, siempre procura que el vulgo no sepa para que no ambicione.
· Hace que los más inteligentes no se atrevan a actuar. Con el no obrar, nada hay que no se arregle.

· Largo es el Cielo, duradera es la Tierra. El Cielo su largura y la Tierra su duración lo deben a no vivir vida propia. Por eso pueden vivir mucho (el Cielo y la Tierra son meros trasmisores del ser o de la vida y a eso deben el no agotarse y poder durar. El sabio imita ese desinterés y se prodiga. No vive con egoísmo para sí sólo. Es un canal de vida y sabiduría que más recibe cuanto más da).
· Así, también el varón santo, posponiéndose, se antepone. Descuidándose, se conserva. ¿No es, pues, verdad que su carencia de personales intereses resulta ser la causa de sus realizaciones positivas?

· La Bondad Superior es como el agua.
· El agua es buena y beneficia a los diez mil seres. No porfía. Está donde los demás aborrecen estar (lugar bajo).
· Así, quien está cerca del Tao mora en la Bondad. Su corazón ama la profundidad y la caridad. Sus palabras aman la sinceridad. Su gobierno ama el orden. En sus quehaceres ama la competencia. En su actuación ama la oportunidad. No hay queja contra él, porque él con nadie porfía.

· Treinta radios lleva el cubo de una rueda; lo útil para el carro es su nada (su hueco).
· Con arcilla se fabrican las vasijas; en ellas lo útil es la nada (de su oquedad).
· Se agujerean puertas y ventanas para hacer la casa, y la nada de ellas es lo más útil para ella.
· Así, pues, en lo que tiene ser está el interés. Pero en el no ser está la utilidad.

· Los cinco colores ciegan la vista. Los cinco sonidos ensordecen los oídos. Los cinco sabores estragan el gusto. Las carreras y la caza enloquecen los corazones. Los objetos costosos pierden al hombre.
· En consecuencia, el varón santo trabaja para los estómagos, no para los ojos.
· Aparta aquello y toma esto.

· Favor y deshonra son para la persona causa de inquietudes. Dignidades y grandezas son sus calamidades.
· ¿Por qué el favor y la deshonra son para la persona causa de inquietudes? Lograr el favor es, para un inferior, inquietud; perderlo es también inquietud. De ahí que favor y deshonra son para la persona causa de inquietudes.
· ¿Por qué las dignidades y las grandezas son calamidades de la persona? Porque la causa de las grandes calamidades es poseer personalidad propia. Si no tuviera esa su personalidad, ¿qué calamidad podría afectarle?
· De ahí que a quien puede estimar a todo el mundo como a su propia persona se le puede confiar el mundo. A quien ama al mundo como a su propia persona se le puede encomendar el gobierno del mundo (el particularismo es división y disgregación. El Tao es la Unidad y la armonía).

· Quien siendo turbio puede aclararse se aclarará lentamente con el reposo. Quien es capaz de permanecer quieto en medio del movimiento duradero podrá vivir en calma.
· Quien guarde este Tao (esta sabiduría) no deseará llenarse (de cosas), y sin llenarse podrá seguir con lo viejo sin renovarlo.

· Cuando faltó el Tao, vinieron la caridad y la justicia. Con los talentos y los ingenios vinieron las grandes falsificaciones.
· Cuando se perdió la armonía entre los seis parentescos (padre, madre, hermano mayor, hermano menor, esposa, hijos) se inventaron la piedad y el amor filial.
· Para remediar las revueltas de la nación se inventó la fidelidad del súbdito.

· Eliminad los sabios, desterrad los ingenios y aprovechará cien veces más el pueblo.
· Suprimid la caridad, abolid la justicia y el pueblo volverá a su piedad y amor filiales.
· Descartad las habilidades, suprimir el lujo y no habrá bandidos ni ladrones.
· Estas tres cosas no son sino adornos inútiles.
· La solución depende de otra cosa: mirar lo sencillo y natural (no pintado) y abrazar el tronco no trozado. Reducir egoísmos y disminuir ambiciones.

· Todos andan sobrados, yo estoy como olvidado. Mi corazón, cual el de un estúpido, está caótico. Todos brillan, yo parezco estar en tinieblas. Los demás andan atentos y activos, sólo yo languidezco. Perdido y sin paradero, cual viento en alta mar. Todos andan ricos, sólo yo me obstino en parecer un harapiento.
· Yo soy diferente de todos los demás, porque yo aprecio a la Madre Nutricia (el Tao).

· Lo encorvado se endereza, lo torcido se rectifica, lo hueco se llena, lo viejo se renueva, lo poco se logra, lo numeroso se embrolla.
· Por eso el varón santo, que se abraza a la Unidad, es la regla del mundo. Luce porque no aparece. Brilla porque no se estima. Realiza su obra porque no se empeña. Crece porque no se cuida. Nadie le disputa nada porque él con nadie contiende (Brilla y triunfa porque no lo pretende).
· ¿Es, acaso, falsa la sentencia de los antiguos: «Lo encorvado se endereza»? Resulta del todo verdadera.


· El buen corredor no deja huellas. El buen hablador no se equivoca. El buen contable no necesita fichas. El buen cerrajero no encuentra cerrojo que no pueda abrir. Para el habilidoso en hacer nudos, no hay nudo desatable.
· Así, el varón santo es siempre hábil en salvar al prójimo; a nadie desampara. Siempre bueno en remediar a todos los seres, no hay ser que abandone.
· Se dice que está vestido de la luz. Por eso, el hombre bueno no se tiene por buen maestro; el hombre no bueno tiene por buenas las riquezas del prójimo. No estimar el magisterio, no amar los dineros ajenos, aparecer ignorante siendo sabio, es la más alta maravilla.

· Quien queriendo conquistar el Imperio (el mundo) se pone a trabajar para lograrlo, a mi parecer, no lo logrará. El Imperio es utensilio muy extraordinario. No se le puede manejar. Si te pones a manejarlo lo estropearás. Cogerlo es perderlo.
· Porque las cosas unas marchan delante, otras les siguen detrás; unas respiran suavemente, otras soplan fuerte; unas son robustas, otras débiles; unas duran, otras caen.
· Por esto, el santo se cuida sólo de cortar demasías, de quitar lo pródigo, de podar lo exuberante.

· Los que con Tao asisten a los soberanos no deben, con armas, violentar el mundo. Las cosas fácilmente se trastruecan. Donde acamparon los ejércitos nacen las zarzas, y tras las tropas, inevitablemente, vienen años de hambre.
· Lo mejor es contentarse con los frutos espontáneos, sin pedir más. No arrebatar nada a la fuerza. Sólo el fruto, sin urgir más; el fruto, sin más empeñarse, sin encapricharse. El fruto, y aún éste a no poder más. El fruto sin forzar más.

· Las buenas armas son instrumentos nefastos, cosas aborrecibles. El hombre que tiene Tao no se vale de ellas.
· Para el señor la izquierda es el puesto de honor. Para el militar, que lleva armas, la derecha es el puesto de honor. Las armas son instrumentos nefastos; no son propias de perfectos caballeros. Se usan a no poder más. La paz sencilla es superior. La victoria de las armas no es hermosa. Sólo quien goza en el crimen la estima hermosa. Los propósitos de los que gozan en el crimen no pueden prevalecer en el mundo.
· Para lo fausto, el puesto de honor es la izquierda y la derecha para lo nefasto. En la milicia, el jefe segundo ocupa el puesto de la izquierda y el primero el de la derecha. Quiere decir que se guarda el ritual de los funerales. El que ha matado a muchos debe llorar. Para la victoria de las armas rige el ritual de los funerales.

· Sabio es quien conoce a los hombres y clarividente quien a sí mismo se conoce. Tiene fuerza quien vence a otros, pero sólo es fuerte quien a sí mismo se vence. Rico es quien sabe contentarse con lo que posee. Hombre de carácter y voluntad es quien obra con energía.
· No perder la posición que se tiene es durar; morir y no acabar es longevidad.

· Al pasajero le detiene la música y los manjares. El Tao, en cambio, es insulso y sin sabor cuando sale de la boca. No es vistoso a la vista, no es agradable al oído, pero su utilidad es inagotable.

· A la contracción precede necesariamente la expansión. A la blandura (debilidad) precede la dureza y la fuerza. A la ruina precede la prosperidad. Al quitar precede el dar. Esto se llama evidencia oculta: que lo tierno y blando vence lo duro y fuerte.

· Así, pues, perdido el Tao, comenzó a actuar su Te (su Virtud). Perdida la Virtud, le sustituyó el Amor, jen. Perdido el Amor, se echó mano de la Justicia. Perdida la Justicia, se quiso sustituirla por la Cortesía. Pero la Cortesía es poca fidelidad y poca confianza, y comienzo de los disturbios. La ciencia o el conocimiento de estas virtudes es sólo flor del Tao y comienzo de la estupidez.
· Por eso, los hombres grandes se aplican a cosas de más monta, dejando esas pequeñeces. Se quedan con el fruto y dejan las flores. Renuncian a aquéllas y se quedan con éstas.

· El hombre superior oye el Tao y lo practica con diligencia. El ordinario oye el Tao y lo practica con titubeos y lánguidamente. El hombre bajo se ríe a carcajadas. Si no se riera, argüiría deficiencia en el Tao mismo.

· Yo enseño lo que otros han enseñado: el hombre violento no morirá de su muerte (natural) y esto lo considero como padre de mi doctrina.

· Lo más blando o débil del mundo vence a lo más duro. La nada penetra sin resquicio. De aquí deduzco que el no hacer nada es ventajoso.
· Pocos en el mundo llegan a comprender la utilidad de enseñar con el silencio y del no hacer nada.

· ¿Qué nos es más íntimo: la fama o el cuerpo? ¿Qué nos es más estimable: el cuerpo o los objetos? ¿Qué nos es peor: el adquirir o el perder?
· Pues bien, el que mucho ama sufre mucha pérdida, y el que mucho guarda, mucho pierde. El que sabe contentarse no sufre quebranto. El que sabe detenerse no se arriesga; dura mucho.

· Cuando en el mundo florece el Tao, los caballos de tiro y de montar se usan para acarrear estiércol. Cuando falta el Tao, en los mismos arrabales de las ciudades se crían caballos para la guerra.
· No hay mayor mal que el no saber quedarse satisfecho; ni hay vicio mayor que la codicia. La satisfacción del que sabe satisfacerse es satisfacción duradera.

· Con el estudio se acumulan conocimientos de día en día; con el Tao se les disminuye de día en día, y disminuyendo más y más se llega a la inacción completa.
· Inacción que nada deja por hacer. Siempre se ha conquistado el mundo sin hacer nada para ello. No basta trabajar para ganar el mundo.

· El santo no tiene voluntad fija y constante; la voluntad del pueblo es su voluntad. Amo a los buenos y amo también a los que no son buenos para hacerles buenos. Creo a los dignos de fe y creo también a los que no merecen fe para hacerles fidedignos.
· El santo anda solícito por el Imperio. Fusiona su corazón con el mundo. El pueblo todo fija en él sus ojos y pone en él sus oídos y él los mira como a niños.

· Tapona tus sentidos, cierra tus puertas y no sentirás fatiga toda tu vida. Abrir tus sentidos y atarearte en muchos asuntos es no remediarte toda tu vida. Quien ve lo pequeño tiene vista clara. Quien se conserva blando es fuerte. Servir de su luz para volver a su claridad y no dejar enfermar su cuerpo, es vestirse de eternidad.

· Con la rectitud se gobierna un Estado. Con la táctica se manda un ejército. Con no hacer nada, se conquista el mundo.
· ¿Cómo sé yo ser esto así? De aquí: cuantas más interdicciones y prohibiciones en el mundo, más empobrecerá el pueblo. De cuantas más armas afiladas dispongan los Estados, más revueltos andarán. Cuantos más listos e ingeniosos sean los hombres, más monstruosidades aparecerán. Cuanto más abunden decretos y leyes, más bandidos habrá.
· Por eso, dice el santo: «Yo nada hago, y el pueblo por sí mismo se desenvuelve; yo amo la calma, y el pueblo por sí mismo se rectifica; yo estoy desocupado, y el pueblo enriquece; yo nada ambiciono, y el pueblo por sí mismo vuelve autenticidad del tronco no trozado.»

· A gobierno flojo, pueblo diligente. Cuanta más inquisición en el gobierno, más delincuencia en el pueblo.

· Gobernar un gran Estado es como freír pececillos (sin mucho menearlos para no deshacerlos).

· Un gran Estado se abaja, como el agua, a las mayores profundidades en las relaciones interestatales dentro del Imperio. Así se hace en ellas hembra del Imperio.
· Ahora bien, la hembra, con mantenerse quieta, vence al macho. Se abaja para estarse quieta. Así, un gran Estado, abajándose ante un Estado pequeño, conquista y se apodera del Estado pequeño. De la misma manera, un Estado pequeño, que se abaja ante un gran Estado, le conquista y se apodera del gran Estado. Así, pues, sea que se abaja para conquistar o para ser conquistado, un gran Estado no debe querer más que anexionarlo para nutrirlo. El Estado pequeño no debe pretender más que entrar a servirle. Si ambos han logrado lo que querían, las ventajas de ambos son muy grandes (Imperialismo basado no en la dureza de las armas, sino en la blandura de la condescendencia y en el servicio para el bien común).

· Lo difícil se acomete por lo más fácil; lo grande se realiza comenzando por lo pequeño. En el mundo, las cosas difíciles se hacen siempre comenzando por lo fácil, y las cosas grandes, comenzando por las pequeñas.
· Por eso, el santo, que nunca pretende hacerse grande, llega a hacer cosas grandes. Quien a la ligera promete, poco crédito se merece. Muchas facilidades resultan muchas dificultades.
· Por eso, al santo, que ve las dificultades, nada se le hace dificultoso.

· Lo que está quieto fácil es cogerlo. Fácil es remediar cuando aún no han aparecido los síntomas. Lo frágil fácilmente se rompe. Lo menudo fácilmente se dispersa. Más vale precaverlo antes de que se venga encima y arreglarlo antes de que se revuelva.
· El árbol que hoy rodea con tus brazos nació de un germen fino como un pelo. La terraza de nueve pisos comenzó por un montoncito de tierra. La caminata de mil millas se comenzó por un paso.
· Arreglarlo es estropearlo. Cogerlo es perderlo. Así, el santo nada estropea porque nada hace; nada pierde porque nada toma.
· La gente, con frecuencia, estropea la obra cuando está ya para terminarla. Si tuviera tanto cuidado al fin como al principio, no estropearía sus negocios.
· El santo, en sus preferencias, no estima los objetos preciosos; en sus estudios, se contenta con repetir lo que otros han hecho antes que él. Así es como se acomoda a la naturaleza de todos los seres sin atreverse a hacer nada nuevo.

· Los grandes ríos y el mar son los reyes de todos los valles y barrancos, porque aman abajarse; por eso, pueden hacerse los reyes de todos los valles.
· Así, el que quiere ser superior al vulgo se abaja en sus palabras. Para anteponerse al vulgo es menester posponerse. Así, el santo está encima del pueblo, pero no le es pesado al pueblo; se le pone delante, pero no le estorba al pueblo. El mundo, con gusto, le levanta y no se cansa de él. Como él no porfía, nadie en el mundo puede porfiar con él.

· Tres tesoros poseo y guardo: uno es el amor; la sobriedad el segundo, y el no atreverme a anteponerme a nadie en el mundo el tercero. Porque tengo amor, soy valeroso. Porque soy sobrio, puedo ser anchuroso. Porque no oso anteponerme a nadie, soy idóneo para jefe.

· Es axioma de táctica de guerra: no quiero ser patrón, sino huésped. No quiero avanzar una pulgada para luego retroceder un pie.
· Esto se llama avanzar sin dar un paso; repeler sin mover los brazos; conquistar al adversario y quedarse sin enemigo; apoderarse sin haber hecho uso de las armas.
· No hay mal mayor que el de menospreciar al enemigo. Al desestimarle pongo en peligro mis tesoros. De esta manera, empuñadas las armas y enfrentados los contendientes, la que a ambos debe vencer es la mutua conmiseración.

· Mis enseñanzas son fáciles de entenderse y fáciles de ser practicadas. Pero en el mundo no hay quien pueda entenderlas y nadie que pueda practicarlas.
· Mi doctrina tiene su origen; lo que enseño tiene su amo.
· Si no se le conoce es porque no se me conoce a mí. Los que me conocen son pocos y en esto se basa mi alto valor. El santo lleva sus espaldas cubiertas de burdo paño y su regazo repleto de piedras preciosas.

· Ser sabio e ignorarlo es perfección; no ser sabio y tenerse por sabio es vicio. Tener al vicio por vicio es no tener vicio.
· El santo no tiene este vicio; lo tiene por vicio y, por eso, no tiene ese vicio.

· El valor con la osadía es muerte. El valor sin osadía es vida. Perjudicial lo uno, beneficioso lo otro.
· ¿Cuál sea el motivo del aborrecimiento del Cielo? ¿Quién lo podrá saber? Esto es lo que el santo halla difícil de saberlo.
· La ley del Cielo es vencer sin combatir, hacerse responder sin haber hablado, hacer venir sin llamar, ser patente y tramar hábilmente.
· La red del Cielo es amplia y de grandes mallas, pero nada se le escapa (la justicia).

· Si el pueblo tiene hambre es porque su superior consume demasiado grano de sus contribuciones; de ahí viene el hambre.
· Si el pueblo es difícil de gobernar es porque su superior interviene y actúa demasiado; de ahí vienen las dificultades del gobierno.
· Si el pueblo desprecia la muerte es porque su superior ama mucho su propia vida; por eso menosprecia la muerte.
· Más prudente es no hacer nada por vivir, que estimar demasiado la vida.

· El hombre vivo es blando, y muerto es duro y rígido.
· Las plantas vivas son flexibles y tiernas, y muertas son duras y secas.
· La dureza y la rigidez son cualidades de la muerte. La flexibilidad y la blandura son cualidades de la vida.
· De aquí que las armas, que son duras, no puedan vencer, y que el árbol robusto termina por ser cortado por el hacha.
· Lo duro, pues, es inferior y lo blando es superior.

· Nada hay en el mundo más blando que el agua, pero nada le supera contra lo duro. A ella nada la altera.
· Lo blando vence a lo duro y lo débil vence a lo fuerte. En el mundo nadie hay que no lo sepa; pero nadie lo practica.
· La enseñanza del santo es que aquél es idóneo para señor de la tierra, que puede soportar las sordideces del Estado, y aquél puede ser soberano del Imperio, que sea capaz de sufrir los males de un Estado.
· Las doctrinas rectas se ven al revés.

· Hecha la paz de una gran enemistad, aún quedan restos de rencores antes de la paz plena.
· El santo no suele ir a querellarse con el prójimo con el documento duplicado en su mano izquierda.
· El que tiene virtud guarda su documento; el que no tiene virtud hace valerlo a fondo.
· El camino del Cielo es no simpatizar con nadie, sino estar siempre de parte del hombre bueno.

· Un pequeño Estado de poca población no querrá emplear sus decenas o centenas de armas de que dispone.
· No se aventurará a una expedición lejana por temor a pérdidas graves de vidas. Aunque tenga barcos y carros, no querrá utilizarlos.
· Auque tenga armaduras y armas, no querrá servirse de ellas en el frente de batalla.
· Hará que sus gentes vuelvan a anudar cuerdas (escritura más primitiva y sencilla, símbolo de una vida sencilla y patriarcal).
· Hará que hallen sabrosa su comida, elegantes sus vestidos, tranquilas sus moradas, alegres sus costumbres.
· Que en barriadas tan cercanas que se ven unas desde las otras y se oyen, de unas a otras, los cantos de los gallos y los ladridos de los perros, los vecinos mueran en edad avanzada, sin haberse visitado en toda la vida.

· Las palabras verdaderas no son agradables y las agradables no son verdaderas. El hombre bueno no ama discutir, y el discutidor no es bueno. El sabio no abarca mucho; el que mucho abarca no es sabio.
· El varón santo no atesora, y cuando más hace por el prójimo, más posee; cuánto más da, más tiene. La doctrina del Cielo es beneficiosa, no perjudicial. La doctrina del varón santo es hacer y no porfiar.

Se acordaron de mí: