La Sabiduría como clave para el éxito social

domingo, 30 de noviembre de 2008

Hemos hablado anteriormente de cómo la sabiduría puede ayudarnos a educar a nuestros hijos, pero, y qué hay de nuestra educación personal y de nuestro comportamiento ante los demás. Este punto es muy importante si queremos tener unas relaciones sociales satisfactorias, imprescindibles para lograr con éxito algunos de los aspectos tratados en otros capítulos, como por ejemplo, unas buenas amistades o para triunfar en la vida.
Actuar con sabiduría es el mejor comportamiento que se puede esperar de una persona. Una persona sabia nunca se encontrará sola, siempre y cuando ésta no quiera estarlo. Siempre tendrá gente a su alrededor que la admire y que busque sus buenos consejos, es decir, atraerá a los demás hacia su persona, y lo hará de forma humilde, desinteresada, con prudencia y, prácticamente, sin quererlo.
A una persona sabia se la reconoce enseguida por su carácter apacible, sosegado, sereno; inspira confianza en todo lo que dice y hace; nunca se la oirá criticar a nadie sin necesidad, sin que con ello se logre nada positivo; nunca la veremos excesivamente preocupada, ni irritada o molesta. Suele ser una persona que sabe cómo se debe actuar en cada momento y en cada situación. En definitiva, la persona sabia contempla en su vida las cuatro grandes virtudes de las que ya hablaba el rey Salomón en sus escritos: la prudencia, la justicia, la templanza y la fortaleza.
Pero nadie nace siendo sabio, ¿cómo podemos obtener semejante comportamiento? Básicamente con la práctica y la experiencia. El aprendizaje a través del estudio también es algo que puede ayudarnos bastante y de ahí mi interés en proporcionarles materia suficiente para dicho estudio, obtenida de la recopilación de algunos escritos publicados a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Yo, personalmente, considero el conocimiento muy importante para la obtención de un comportamiento basado en la sabiduría. Recuerden cuando estudiábamos en el instituto y teníamos que hacer las prácticas de física o química. En primer lugar, el profesor nos explicaba la teoría a todos los alumnos por igual y, una vez aprendida ésta, pasábamos a realizar la práctica. A pesar de que la teoría había sido igual para todos, no a todos los alumnos nos salía la práctica igual; el resultado de ésta dependía de las habilidades de cada uno y de la atención prestada en la clase teórica. Pero sin la teoría, era prácticamente imposible realizar la práctica medianamente bien. Con la sabiduría puede ocurrir exactamente lo mismo. Estudiando previamente la teoría, nos resultará más sencillo llevar a la práctica los conocimientos adquiridos, ahorrándonos seguramente mucho tiempo que hubiéramos necesitado de tener que aprenderlo a base únicamente de la experiencia.
Otro aspecto fundamental a la hora de lograr un comportamiento sabio es la práctica. Tenemos que conseguir a través del hábito que todos nuestros actos estén basados en el saludable ejercicio de la sabiduría. Les pondré un ejemplo usando algo que me ocurrió hace muy poco tiempo y me sirvió para reflexionar sobre este tema.
Iba yo caminando por una calle céntrica de mi localidad; delante de mí, a unos diez o quince metros, caminaba una señora mayor con unas bolsas de plástico cargadas con algunas cosas que había comprado en el mercado. De repente una de las bolsas se le resbaló de la mano y cayó al suelo junto con todo su contenido: algunas naranjas, un bote de leche, latas de conserva, etc. Justo en ese momento, pasaban por su lado dos personas más, un hombre y una mujer de mediana edad; para mi asombro, los dos miraron lo que había ocurrido y siguieron caminando sin prestar mayor atención. Cuando yo llegué a la altura de la señora la ayudé a recoger su compra, cosa que ella me agradeció francamente diciéndome: “Que Dios se lo pague”. No es que yo crea mucho en Dios, pero tengo que reconocer que esas palabras me llenaron de satisfacción e incluso me emocionaron enormemente al ver el rostro sincero de la mujer.
En un principio me sentí muy bien porque sabía que había actuado correctamente y me indignaba el recordar a las otras dos personas que pasaron por su lado sin hacer nada. Pero reflexionando sobre lo que había ocurrido llegué a pensar que no tenía tanto mérito lo que había hecho, ya que, al encontrarme yo a unos metros de la señora, tuve tiempo suficiente de pensar en la situación y de decidir cual era la mejor forma de actuar, cosa que las otras dos personas no tuvieron. Es decir, que es más que probable que cualquiera de ellos hubiera actuado igual que yo de encontrarse en mí lugar, y viceversa. De hecho, estoy seguro, que ambos pensaron más adelante que tenían que haberse parado a ayudar a esa señora, pero claro, ya era tarde.
¿Por qué ocurre esto? Porque no tenemos el hábito de la solidaridad. Ante una situación así, no debería ser necesario pensar en qué debemos hacer, hay que actuar y punto. No hay que pararse a mirar quién está alrededor, de qué raza es esa señora, qué edad tiene, cuál es su aspecto, ni nada por el estilo; simplemente hay que hacer lo correcto y nada más. Pero para que nuestro cerebro actúe de esa manera, inconscientemente, hay que ejercitarlo previamente y, cuanto antes empecemos, antes adquiriremos el hábito. Es como cuando aprendemos a conducir; al principio tenemos que pensar donde está el acelerador, el embrague, qué hacer primero al cambiar de marcha, etc. Una vez que somos veteranos, se hace todo esto instintivamente, incluso al mismo tiempo que realizamos otras actividades como hablar por teléfono, poner la radio o conversar con nuestro acompañante.
El ejemplo descrito está referido a la virtud de la solidaridad, pero lo mismo puede ocurrir con el resto de virtudes. La persona que actúa correctamente de esta manera, sin pensarlo, de forma inconsciente, tiene un gran trecho ganado a la hora de lograr el aprecio de sus semejantes. Tal y como escribió en una ocasión el filósofo griego Aristóteles: “Las cualidades sólo provienen de la repetición frecuente de los mismos actos. No es, pues, de poca importancia contraer desde la infancia y lo más pronto posible tales o cuales hábitos; por lo contrario, es éste un punto de muchísimo interés o, por mejor decir, es el todo.”
O como también escribió el biógrafo y ensayista griego Plutarco: “Toda alma puede y debe hacer su propia educación, formar su virtud trabajando en ello de noche y de día. La pasión no es una enfermedad, sino una potencia del alma: a la voluntad, dirigida por la razón, incumbe gobernarla, ir convirtiéndola mediante una gradación de esfuerzos, en un resorte indispensable: crear, en suma, un hábito del bien.”
Dicho de otra forma, no hay que actuar sabiamente porque pensemos que es lo mejor, hay que hacerlo simplemente porque somos así. Yo sólo les puedo proporcionar la teoría, la práctica es cosa de cada uno.Para concluir este tema les dejaré con un pensamiento del filósofo alemán Immanuel Kant: “Los actos de cualquier clase han de ser emprendidos desde un sentido del deber que dicte la razón, y que ningún acto realizado por conveniencia o sólo por obediencia a la ley o costumbre puede considerarse como moral.

Respuesta a la carta anterior

viernes, 28 de noviembre de 2008


Queridos papi y mami, soy yo, vuestro hijo. Me alegró mucho vuestra carta, fue toda una sorpresa. Quería deciros que no tenéis por qué preocuparos por mí (mientras esté aquí, se entiende, después espero que sí). Estoy bien; es verdad que al principio, cuando llegué, no entendía nada, todo esto era nuevo para mí y nada era como yo esperaba. Lloré mucho, pero eso duró poco tiempo, pronto me di cuenta de que nadie hacía caso de mis llantos, estaban demasiado acostumbrados, y más bien lo que conseguía era ponerles de mal humor. También es cierto que me costó aprender la lección algún que otro cachete, pero no importa, todo eso pasó, ya no me acuerdo.
Ahora soy feliz. No me malinterpretéis, estoy deseando que vengáis a por mí, siento mucha curiosidad por saber cómo será la vida fuera de aquí; ¿de verdad se pueden comer otras cosas aparte de la papilla de arroz que nos dan aquí? ¡Increíble!, creo que me va a gustar vuestro mundo.
Como os decía, estoy bien, no me aburro, tengo muchos amigos, como las hadas y los duendes, gracias a ellos pude leer vuestra carta y escribir ésta otra. Me hacen mucha compañía, siempre están a mi lado, hablándome, jugando, protegiéndome de los lobos y monstruos que viven en la oscuridad.... Así que ya veis, podéis dejar de inquietaros por mí, ellos me cuidarán mientras vosotros no vengáis. Aunque creo que están un poco celosos; ellos piensan que vosotros venís a echarlos de mi vida, a arrebatarme de entre sus brazos, pero yo les tranquilizo y les digo que ustedes les permitirán también venir con nosotros, ¿verdad que lo haréis? Estoy seguro de que sí, porque son mis amigos. También los ángeles velan por mí, pero como ellos están en todas partes, no pasa nada, no tienen ningún temor.
Gracias a ellos me voy enterando de todo lo que pasa por aquí. Ellos me lo explican todo y poco a poco voy aprendiendo. Aquí habemos muchos como yo, unos entran, otros salen, unos van, otros vienen. Algunos salen durante un tiempo y después vuelven, otros ya no regresan más. Hay un tal Dios que debe de tener una casa enorme, porque se lleva a muchos niños, aunque no debe de ser muy buen padre, porque todos los adultos se ponen muy tristes cuando alguno de nosotros se va con Él. Me alegro de que vosotros vengáis a por mí antes que Él, algo me dice que no se debe de estar muy bien en su casa, aunque seamos tantos.
Los papás que pasan por aquí suelen venir cargados de cosas de colores para sus hijos que les enseñan con mucha alegría y entusiasmo, supongo que esos serán los placeres mundanos a los que hacías referencia. Pues qué bien... son bonitos... ya me enteraré para qué sirven. Yo... si no es mucho pedir... preferiría que me trajeseis algo de comida y ropita limpia... Bueno si os parece bien, claro, yo aceptaré de muy buen grado todo lo que vosotros queráis, ya lo sabéis.
Y por aquí no hay mucho más que contar, aparte de que hace un frío que hasta el pipí se me congela en los pañales. Si los cambiaran más a menudo sería mejor, pero no quiero parecer quejica ni exigente, supongo que vosotros, los mayores, sabéis lo que hacéis, con tantos años a vuestras espaldas debéis de ser auténticos pozos de sabiduría, ¡qué envidia!
Bueno, os espero ansioso. Me da pena porque vosotros me prometéis muchas cosas y yo resulta que no tengo nada que ofreceros, así que sólo me queda deciros que seré todo vuestro, en cuerpo y alma (esto del alma es cosa de mi ángel, porque yo todavía no sé lo que es, pero en cuanto me entere os la daré también, seguro). No sé si será suficiente, espero que sí, porque no tengo nada más.
Un beso para los dos y hasta pronto.

Posdata: ¿Qué es un abrazo?

Carta a mi hijo

miércoles, 26 de noviembre de 2008


Querido hijo (o hija), sé que aún no me conoces, pero seré tu padre en poco tiempo. Presumo que ya estarás en este mundo, y es más que posible que no sepas siquiera lo que es un padre, ni una madre, pero no te preocupes, ya lo sabrás. Al menos así lo deseo yo en estos momentos, ¿sabes? La otra opción no te agradaría nada, y a mí mucho menos; créeme, el saberse abandonado por unos padres es algo que puede marcar a una persona de por vida, y si les han tenido que obligar a dejarte, mucho peor, a saber qué estarían haciendo contigo. Sí, cosas así ocurren cada día, aunque no lo creas. Pero olvídalo, sólo estoy desvariando; estas no son cosas para hablarlas con un crío tan pequeño... sí, ya sé, ya sé que entiendes de todo eso y de mucho más de lo que podamos imaginarnos los pobres adultos ignorantes que planeamos vuestros destinos, pero de momento debes resignarte con callar y escuchar, ya te llegará tu momento.
Yo tampoco conozco todavía tu rostro, no sé como te han llamado ni sé el color que tienen tus ojos, pero nada de eso me preocupa, ya te llevo en el corazón, muy adentro.
Supongo que estarás muy confuso por todo lo que te rodea, y que seguramente no comprenderás por qué son las cosas así. No voy a intentar explicártelo ahora porque tampoco sabría hacerlo, además, no puedo saber con exactitud por lo que estás pasando, sólo me hago una ligera idea. Pero vuelvo a repetírtelo, aunque te cueste, intenta no inquietarte por todo aquello que se salga de la lógica (de tu lógica). Ya aprenderás que los seres humanos somos demasiado a menudo desconcertantes y contradictorios. Ya aprenderás que las palabras que pronunciamos no siempre se corresponden a los actos que efectuamos... somos así, no me preguntes porqué.
Sí, también soy consciente de que tú no pediste nacer, nadie lo hace... o al menos eso creo. Pero pocas veces se puede elegir el destino, aunque yo intentaré enseñarte a hacerlo; por ahora tendrás que conformarte con lo que se te ha ofrecido, te prometo que a la larga te alegrarás por ello, ya nos encargaremos tu madre y yo de que así sea.
Si te escribo estas líneas es porque quiero pedirte algo (ya te acostumbrarás a que te pidan cosas). Comprendo que pueda parecer egoísta por mi parte, aún no estás entre nosotros y ya te estoy exigiendo, pensarás. Algún día te enseñaré que para poder recoger frutos, antes se deben sembrar las semillas, y reconozco que yo aún no he podido sembrar nada que tengas que agradecerme, pero deberás confiar en mí, todo el mundo merece una oportunidad, al menos una. Además, debes saber que yo ya pienso en tu porvenir y que me preocupo por tu felicidad futura, así que puedes estar seguro de que todo lo que te pida lo haré siempre con la sana intención de que te conviertas en un buen ser humano. Bueno... a decir verdad, mi intención es convertirte en un excelente ser humano, pero debo reconocer también mis limitaciones y conformarme con que llegues a ser una persona caritativa, justa, valiente, educada, honesta... perdón, perdón, ya sé que vuelvo a desvariar... lo siento, no puedo evitarlo. En fin, tú ya me entiendes.
Como te iba diciendo, necesito que me hagas un favor. Seguramente habrás comprobado ya que a tu alrededor nada es como debiera ser. Puede que creas que al ser sólo un bebé inexperto seas tú el que se equivoca pensando lo que no es, pero no, créeme, son los adultos, nosotros, los que no tenemos ni idea de cómo debe ser la vida. Espero que tú me enseñes algo. Y es por eso que te pido, te imploro, que por favor no hagas caso de nada de lo que veas que te pueda hacer daño.
Desgraciadamente estarás siendo testigo impotente de mucho sufrimiento. Verás a personas mayores, supuestamente encargadas de vuestro cuidado, tratándoos como a meros objetos inservibles, como una carga que soportar impuesta por obligación, deseando deshacerse de vosotros. Serán muchas las lágrimas que habrás visto derramar, propias y ajenas. A tu corta edad, tendrás ya grabado en la memoria el sonido de un fuerte cachete en el trasero, o en la cara; probablemente hayas sido tú mismo víctima de más de uno. Aunque imagino que ya la mayoría estaréis inmunizados a semejante dolor físico, es lo bueno que tenéis los pequeños, os adaptáis a cualquier cosa, los problemas serios vendrán después, cuando el tiempo os traiga esos recuerdos a una mente ya intoxicada y totalmente ufana a la auténtica realidad. Entonces te aseguro que serán más difíciles de soportar. No, la maduración no consiste en eso, tampoco sabría explicártelo, es un misterio para mí. También te habrás adaptado ya al plato único de comida que recibirás al día; siempre el mismo menú. Bueno, piensa que cambiar para mejor siempre es positivo. Ya tendrás tiempo de disfrutar de todos los placeres mundanos que te ofreceremos generosamente (que serán demasiados, me temo).
Como te digo, procura hacer oídos sordos a toda esa miseria con la que tienes que convivir. Tú sólo tienes que hacer un pequeño esfuerzo por aguantar, mantenerte al margen de esa realidad pasajera y saber esperar tu momento. Te aseguro que llegará cuando menos lo esperes; sé paciente y fuerte, hijo, te lo pido por favor.
Ya sé que todo no será tan malo como lo pinto, que también conocerás a seres humanos maravillosos que os hagan reír, que os acaricien, os abracen y os obsequien golosinas. Ya habrás aprendido a reconocerlos. Aférrate a esos con fuerza y bríndales siempre la mejor de tu sonrisa... pero qué digo, seguro que eso ya lo harás, es lo primero que se aprende... aunque algunos lo olvidan con el tiempo.
En cuanto a tus problemas de salud, no te apures, de eso nos encargaremos nosotros en cuanto estés aquí. Aunque no te prometo nada, cada cual tiene una cruz con la que cargar; si yo te contara la mía...
Supongo que tendrás curiosidad por saber cómo somos y dónde vivirás, pero tampoco esas son cosas que deban intrigarte demasiado. Lo único que debe importarte de veras son nuestras intenciones, y te aseguro que éstas no son otras más que proporcionarte un hogar feliz, lo más estable posible y un futuro donde tengas tú la posibilidad de elegir. Si cumplimos o no, sólo el tiempo lo dirá, pero te prometo que haremos todo lo que esté en nuestras manos. Ya nos irás guiando tú mismo, porque nosotros no tenemos experiencia alguna, por lo que tendrás que perdonarnos los errores, que seguro los habrá. Bueno, te confieso que tenemos un pequeño secreto que debería de tranquilizarte, y es que estamos plenamente dispuestos a entregarte todo el amor y todo el cariño que albergamos en nuestro interior, y te puedo decir que no es poco; ya te acostumbrarás a nuestros continuos besos y achuchones, sobretodo de tu madre. También nosotros confiamos en tu total capacidad para abrirnos todo tu corazón. Es lo único que te pediremos a cambio, aunque ya sé que no es necesario decírtelo, lo llevarás en tus genes, como todos los bebés. Ya nos encargaremos de que no los reprimas, como suele ocurrir con la mayoría.
En fin hijo, poco más tengo que decirte, a parte de que no veo el momento de poder estar juntos y abrazarnos. Pero ya no queda tanto, y te aseguro que la espera merecerá la pena.Un beso también de parte de tu madre y cuídate mucho.

Yo no soy mis circunstancias

domingo, 23 de noviembre de 2008


Yo soy yo y mis circunstancias”, dijo el gran Ortega y Gasset.... Y yo le creí.
Hasta hace bien poco, cuando otra de esas grandes lecciones que nos tiene deparada la vida a la gente que siempre vivimos con el oído bien abierto y la mente alerta, me llegó de improviso, sin avisar. Entonces lo vi claro, como el reflejo de tu luz en la mirada; no podemos, ni debemos, permitir que sean las circunstancias ajenas a nuestra voluntad las que conformen nuestro ser... y de hecho, sólo está en nuestras manos el que así sea (o mejor dicho, en nuestra mente).
La clave es bien sencilla, y está al alcance de todos.
El secreto de la Felicidad, el ÚNICO e incuestionable, aquél tan buscado e investigado por todos los filósofos y pensadores de la antigüedad y del presente, se condensa en dos simples palabras: PENSAMIENTO POSITIVO.
Cualquiera que sea la circunstancia que azote nuestro bienestar diario, por desagradable que sea, puede ser amortiguada, e incluso superada, con la aplicación de la máxima contenida en estas dos palabras. Nada, absolutamente nada, hay que pueda contra este principio esencial.
Pero pongamos un par de ejemplos aclaratorios, para aquellas mentes menos receptivas. Cuando nos tomamos unas vacaciones de placer y viajamos a algún lugar paradisíaco, donde todo se nos ofrece con suma generosidad y somos colmados por toda clase de lujos y disfrutes, al regreso de las mismas estaremos algunos días, como mucho, algo apesadumbrados por la repentina vuelta a la rutina habiendo dejado atrás todo un aluvión de goces y deleites. Pero esta situación pasará pronto, ya que éramos conscientes de que sólo sería una realidad pasajera, estaba planeado el que terminara pronto y la recordaremos siempre con una sonrisa en la cara, dichosos por haber vivido algo así; miraremos las fotos tomadas y disfrutaremos con el recuerdo de todo lo acontecido durante el viaje. Era lo previsto.
Pues ahora imaginemos por un momento que esta circunstancia que nos depara la vida es algo impensable, inimaginable, algo no planeado ni deseado, un imprevisto que rompe todos nuestros esquemas y nos saca de nuestra cómoda vida para arrojarnos sin vacilación sobre otra realidad más dura e incomprensible. Por ejemplo, supongamos que perdemos para siempre a la persona que más queremos en este mundo. Concedámonos un mínimo de mal entendida humanidad y demos por bueno un prudencial tiempo de dolor y de duelo. ¿Y después qué? Podrían ocurrir dos cosas, o bien que nos quedemos anclados en la pérdida irrecuperable del ser amado, con lo que nuestra desdicha perduraría eternamente, o por el contrario, hiciésemos como en el ejemplo anterior del viaje, o sea, seguir con nuestra vida recordando los aspectos positivos de nuestra vida anterior con esa persona que ya no está, lo que disfrutamos juntos, todo lo que me ayudó a crecer, lo que aprendí de ella, dando gracias al cielo por haber tenido a mi lado a un ser humano capaz de hacerme tan feliz. La diferencia entre una forma u otra de actuar sólo radica en nuestro pensamiento.
Los dos ejemplos supuestos difieren en algo esencial, el primero consiste en una circunstancia pasajera y planeada por nosotros mismos, mientras que el segundo es algo totalmente imprevisto y difícil de comprender. Pero tanto uno como el otro nos cambia de una realidad atractiva y deseada a otra menos placentera y, en el segundo caso sobretodo, mucho más dolorosa.
La felicidad o la desdicha sólo está en nuestra mente, practicar con asiduidad la sana costumbre del pensamiento positivo hará que nuestras vidas sean mucho más placenteras y felices.
Resumiendo podríamos decir que mientras nuestros pulmones contengan algo de aliento y circule un mínimo de sangre por nuestro cerebro, podremos ser felices, independientemente de las circunstancias que en determinado momento intenten tirar por la borda nuestro proyecto de vida.
Sé que a veces no es fácil, pero por favor, hagan la prueba, conviertan el pensamiento positivo en un hábito y sus vidas cambiarán por completo, nada habrá que pueda enturbiarlas. Comprueben de primera mano el inconmensurable poder de nuestras mentes, capaces de convertir por sí mismas una situación de lo más traumática en otra mucho más llevadera, e incluso agradable.
Es casi el único consejo que puedo dar del que estoy seguro que no me arrepentiré.

Agua

miércoles, 19 de noviembre de 2008


En un remoto rincón del Universo, en el lugar más extremo y solitario del interior de la más alejada e insignificante de las galaxias, surgió una tenue y frágil estrella, común entre las más comunes, que pronto fue bendecida con el don de la fertilidad, dando luz a ocho o nueve retoños (según fuentes). Al principio de los tiempos, tan sólo fueron exiguas bolas rocosas de tierra árida y muerta. Ardientes ríos de magma corrían a lo largo y ancho de los planetas, destruyéndolo todo a su paso, adueñándose de cada resquicio y amoldando la superficie a su caprichoso antojo. La gran estrella brillante creadora de luz y calor se imponía en el tórrido cielo, dueña y señora de sus sólidos vástagos menores, atados a ella eternamente, sumisos, condescendientes, condenados de por vida a girar una y otra vez alrededor de la madre que los vio nacer, que les dio la vida, prisioneros en un rincón olvidado del infinito Universo.
Pero una de estas pequeñas e insignificantes esferas inertes tuvo la enorme fortuna de convertirse en el foco de atención de un todopoderoso Dios, creador de vastos universos y de galaxias errantes, que, presa del aburrimiento y la molicie, cansado de vagar por mundos tan parecidos y hostiles, agobiado por tan insulsa monotonía, decidió hacer algo nuevo, algo distinto a todo lo conocido y creado con anterioridad. Este maniático Dios decidió que se había hecho merecedor de un pequeño capricho, un juguete con el que poder distraerse durante un tiempo, algo que no le diese mucho trabajo y que tuviese autonomía propia, que fuese impredecible, inagotable y creativo. Tenía que ser algo perfecto, digno de Él. Quería que este algo fuese capaz de dotar al pequeño mundo seleccionado entre tantos de una distinción, de un colorido y de una belleza inigualables hasta convertirlo en la envidia de sus hermanos. Deseaba algo que fuese capaz de ahorrarle futuras fatigas en la penosa tarea de la creación, harto como estaba de la incesante y aburrida destrucción sin atractivo alguno que provocaba una y otra vez el fatuo fuego que todo lo dominaba. Cierto es que este Dios era un poco vago, como ha venido demostrando hasta el día de hoy, pero era ingenioso y buen conocedor de sus obras, así que se le ocurrió una brillante idea: tomó dos moléculas de hidrógeno y las unió con una de oxígeno, y al producto resultante lo llamó AGUA. En su infinita sabiduría sabía que esta mezcla resultaría revolucionaria e innovadora en aquel pedrusco pueril e insustancial. Maravillado por su astuta ocurrencia, lanzó su original creación a conquistar el nuevo mundo, mientras Él volvió a acomodarse en su real trono en lo más alto de la esfera celestial, dispuesto a contemplar el espectáculo que a continuación se desvelaría ante sus ojos en el que, hasta ahora, había sido el más intrascendente y banal planeta que surcaba el Universo.
Y el resultado no se hizo esperar. Desde el primer instante, el Agua demostró unas cualidades increíbles, superando con creces las expectativas puestas en Ella por su creador, el cual, jamás pudo sospechar que fuese capaz de hacer surgir de la nada algo tan inteligente y maravilloso. No tardó en aprender a dominar al fuego, convirtiéndolo en inofensivas columnas de denso humo que se alejaban con celeridad de la superficie, hacia el vasto cielo, sorprendidas y atemorizadas por el nuevo y soberbio elemento conquistador. Se reprodujo con rapidez y facilidad, extendiendo su interminable manto a través de toda la esfera terrestre. En ningún otro mundo del infinito Universo se había visto nada parecido; tan sólo el más sabio de los dioses hubiese sido capaz de imaginar que algo blando y maleable, tan inconsistente en apariencia, pudiera vencer con tanta facilidad y armonía, sin violencia alguna, a la dura y poderosa roca y de apagar las incombustibles llamas del infierno que ardían desde la más tierna infancia de la eterna Materia. En poco tiempo, cambió el color y la fisonomía de su nuevo hogar, convirtiéndolo en algo bello, esplendoroso; en algo dotado de un movimiento majestuoso que perduraría durante eones. Lo transformó en algo vivo.
Pero ahí no quedó todo. El Agua era lista y ambiciosa, cualidades que, unidas, hacen de su poseedor un infatigable rastreador de novedosas expectativas. Nuestro intrépido elemento no podía conformarse con dominar sólo parte del mundo que le había sido otorgado; quería más. No soportaba la vista de tierra seca fuera de su alcance, tenía que ser suya también, tenía que extender su dominio por cada rincón, por cada grieta; incluso sentía la necesidad de explorar bajo la sólida superficie terrestre y amoldarla a su gusto y a su caprichoso antojo, tal y como en su día hiciera el vencido fuego; quería ser temida y respetada en todo el globo; en definitiva, deseaba ser la única e incuestionable dueña. Así que se las ingenió para aliarse con el todopoderoso Sol, señor del firmamento, al que admiraba con una incontenible envidia por su infinita energía y por la imposibilidad de ser alcanzado desde su más sumisa posición. Este sentimiento de sufrida impotencia unido a su innata inteligencia y ansias de poder fueron los que la llevaron a buscar la coalición con su eterno enemigo. Con su ayuda, logró lo que parecía imposible; consiguió someter a la invencible gravedad, alzándose por los aires y conquistando el, hasta ahora, insondable cielo. Formó enormes y voluminosas nubes, cameló al desenfrenado e insubordinable viento y lo transformó en su medio de transporte y, de esta forma, pudo alcanzar el resto del planeta que aún no conocía a este revolucionario y avasallador elemento. De nuevo con la inestimable cooperación de sus fieles y dóciles aliados, aprendió la manera de volver a tomar en el aire su primitiva y líquida apariencia, cayendo sin cesar allá donde lo desease, con tanta fuerza y precisión como fuese necesario, con el único objetivo de no dejar un palmo de tierra sin que conociese su gallarda presencia. Se formaron caudalosos ríos que serpenteaban por las angostas y anteriores áridas tierras, voluminosos lagos de agua limpia y transparente fueron sembrados por doquier, enormes balsas de agua subterránea corrían sin cesar por todo el perímetro terráqueo. En un abrir y cerrar de ojos, el planeta se vio transformado por entero, subyugado al excéntrico afán del inagotable elemento. En su infinita ambición, descubrió la forma de solidificarse en los más altos y álgidos lugares, dando lugar a impresionantes masas de hielo y nieve cubriendo las más elevadas y prominentes cumbres del planeta, así como portentosas lenguas, tan blancas como indestructibles, de gélida agua congelada, bajando lenta pero inexorablemente por las laderas que antaño fueron moldeadas por las violentas llamas del abismo, consiguiendo así perdurar durante siglos en un mismo emplazamiento, asegurándose el abastecimiento continuo y para siempre de ríos, lagos y corrientes profundas. Ahora sí que sería la indiscutible soberana del lugar.
Pero, con el tiempo, hasta mandar aburre, y un espíritu inquieto y codicioso jamás descansa. Incluso el Sumo Hacedor se vio sorprendido por como su obra le había aventajado en prodigio e imaginación después de ver lo que a continuación se le ocurrió. Cansada de vagar sin más pretensiones por todo su imperio, sin nada nuevo a lo que someter bajo su yugo, pensó que podría llegar aún más lejos. Estaba harta de ver como su incombustible y envidiado amigo el Sol secaba con su calor muchos de los lugares por los que ella pasaba, dando al traste con sus ansias de dominio y de conquista. Por ello, pensó otra forma totalmente distinta de apropiarse de estos lugares. Descubrió que podía combinar muchos de los elementos que arrastraba en su ir y venir por las fértiles tierras, creando así distintas criaturas capaces de desarrollarse con su ayuda por toda la tierra. La tercera cualidad, junto con la inteligencia y la ambición, que conforman a un ser genial, es la paciencia, y nuestra protagonista estaba sobrada de ella, sabía que tenía todo el tiempo del mundo, así que se entregó a la nueva y fascinante tarea con la ilusión y la confianza de quien sabe lo que quiere. Empezó experimentando en su mismo elemento; el resultado tenía que ser perfecto, y no podía permitir que se le fuera de las manos. Ni que decir tiene que estas nuevas criaturas deberían depender totalmente de Ella, es más, deberían de estar formadas en su mayor parte por Ella misma; así se aseguraría su completo control.
Tras infinidad de intentos fallidos, logró lo que se proponía; consiguió poblar las profundidades de sus dominios de extraños y muy diversos seres, con la particularidad de que no se conformó con crear algo útil y preciso para sus fines, sino que además lo hizo de una belleza y un colorido admirables, una obra digna del más presumido y vanidoso de todos los dioses; tal era su amplio sentido de la perfección. Una vez conseguido este primer objetivo, no tuvo más que expandir la semilla de la vida allá por donde pasaba, y, de nuevo con la impagable colaboración del eterno Sol, sembró la parte del planeta que aún se le resistía con sus variadas y magníficas criaturas, volviendo a cambiar de nuevo la faz de la tierra, cubriéndola de un colorido manto, verde en su mayoría, capaz de extenderse, en apariencia, de manera ilimitada, tal y como había conseguido hacer en los fondos marinos.
Después de tan abrumador éxito, quedó durante un tiempo satisfecha; ahora tenía una ocupación diaria que no podía dejar de atender: tenía que regar constantemente toda la tierra para que sus creaciones no dejasen de crecer. Una tarea que no tardó en convertirse en agotadora y muy desilusionante, ya que, en numerosas ocasiones, no daba abasto para mantener vivas a todas ellas. El invencible Sol se mostraba incansable, y seguía superándola una y otra vez, acabando con la vida de muchas de sus criaturas antes de que pudieran ser socorridas por la revitalizadora lluvia; de nuevo el abrasador fuego volvía a convertirse en su más encarnizado rival. En su inconmensurable codicia había cometido el error de crear unos seres demasiado dependientes de Ella y ahora lo estaba pagando. No podía permitirse el lujo de tener un momento de tregua, y eso era algo que ponía en serio peligro su absoluta hegemonía. Por otro lado, tampoco quería perder la superioridad que poseía con sus creaciones, que la colocaban a Ella en la cúspide del poder, algo de lo que no podía deshacerse.
Pero su ambición no tenía límites, y este problema tan sólo supuso un pequeño obstáculo en su carrera por la supremacía del planeta. Pronto se le ocurrió la solución, como cabía de esperar en un ser tan sublime y capacitado. Era bien sencilla: si no podía acudir con la presteza suficiente a todos los lugares donde se la necesitaba, haría que sus criaturas fuesen a Ella. También en esta ocasión empezó el ensayo en su propio terreno, obteniendo seres de lo más variados y sorprendentes, capaces de desplazarse por el ancho mar a su antojo y con total libertad. Sacarlos a tierra firme no le resultó tan sencillo; tuvo que armarse con toda la paciencia de que disponía y esperar a que las condiciones fuesen propicias. No podía permitirse un nuevo error. Había aprendido de la experiencia; sabía que el omnipotente Sol no se lo pondría fácil, así que ideó un sistema para atenuar su acción; logró que sus primeras criaturas inmóviles crearan una capa absorbente que extendieron por todo el globo, consiguiendo una atmósfera más benigna para los nuevos conquistadores. Dotó de unas extrañas extremidades a los primeros aventureros para que pudieran desplazarse por la dura roca y la árida tierra. Y empezó la revolución.
En un principio, los novatos seres no se atrevieron a alejarse mucho de su madre creadora, permaneciendo durante toda su corta vida en su regazo. Pero la paciencia siempre es premiada y, con el tiempo, al fin fueron alejándose más y más, conquistando nuevos territorios, ampliando sus hábitats y conformando un nuevo paisaje donde, no sólo predominaba la belleza y el colorido, sino también el movimiento y la diversidad. Pronto no quedó rincón alguno en el planeta que no fuese explorado y dominado por alguna de estas extrañas criaturas engendradas a partir del Agua y formadas en su mayor parte por Ella misma. De nuevo parecía haberlo logrado.
Pudo disfrutar de su éxito durante largo tiempo, ocupándose aquí y allá de alimentar a sus prolíferas creaciones y experimentando con nuevos seres, cada vez más perfectos y autosuficientes, aunque nunca del todo; se negaba rotundamente a arriesgar su tan trabajado dominio y ser superada por alguno de sus ingratos vástagos.
Pero en este oscuro Universo nada es eterno, todo proceso tiene su principio, su fase de cambio y su final. Y esto es algo que aprendió sin remedio nuestra codiciosa Agua, cuando se vio sorprendida por el frente que menos esperaba, cuando más tranquila y confiada se encontraba. Para poder llevar a cabo la ingente obra de creación que había realizado a lo largo de su historia, el ingenioso elemento había necesitado dotar a muchas de sus criaturas de un mínimo de inteligencia, la suficiente para automantenerse y buscar el equilibrio en el hábitat natural que habían elegido para vivir. También necesitó contar con un novedoso sistema ideado por Ella misma llamado “evolución”, con el que consiguió que sus creaciones se extendiesen y desarrollasen con el único límite que Ella impusiese. Pero lo que nunca pudo imaginar es el alcance tan sobrecogedor que llegó a tener esta imparable evolución, gracias a la cual, la última y más perfecta de sus creaciones logró adquirir un estado de emancipación tal que llegó a creerse el ser más importante del mundo; le llevó a pensar que era el rey de la creación, el elegido por su superior inteligencia para convertirse en el dueño y señor del resto de las criaturas hermanas.
La vanidad y presunción de este nuevo ser llamado hombre, llegó hasta el punto de llevarlo a intentar dominar al elemento que lo engendró, a la madre que le dio la vida y lo mantenía en ella. Lo intentó de una y mil maneras; le puso infranqueables barreras, la encauzó a su libre albedrío, la agotó en interminables lugares, la ensució y emponzoñó en otros muchos, se atrevió a privarla de otras muchas creaciones suyas, persiguiéndolas hasta su total extinción, la embalsó allá donde le vino en gana... Y una y mil veces el Agua se reveló, colocando las cosas en su sitio primigenio y a cada criatura en el lugar que le pertenece.
El Agua es demasiado vanidosa como para reconocer un error y deshacerse de alguna de sus creaciones, sobretodo si ésta es la más completa y de la que se siente más orgullosa, así que se resistió a borrar de la faz de la tierra de una vez por todas al desagradecido hombre; el inquebrantable sentimiento materno es capaz de brotar incluso en el más duro y pérfido de los corazones. En vez de ello, pensó que sería mejor enseñarle la lección a base de castigos y reprimendas. Y una y otra vez, la ofendida Madre, envió a sus más tercas criaturas poderosas tormentas, destructores huracanes, interminables glaciaciones y torrenciales diluvios, provocando numerosas inundaciones, barriendo poblaciones enteras, acabando con civilizaciones bien asentadas. Se escribieron multitud de historias y leyendas en todas las culturas conocidas, dando cuenta de estas destrucciones, avisando a generaciones venideras sobre las posibles consecuencias de sus presentes actos. De nada sirvieron. Una y otra vez, el tenaz y obstinado hombre continuaba en su empeño de convertirse en el amo y señor de todo lo creado.
... Y en esa estamos a día de hoy.
Pero llegará un tiempo en el que nuestro Líquido elemento perderá la paciencia del todo y decidirá que es hora de terminar de una vez con tan inútil comportamiento; pensará que si ya lo hizo una vez, podría volver a comenzar de nuevo, con la lección aprendida, por supuesto. Cuando llegue ese momento, hará lo que tenga que hacer, porque, a todo ser que se le da la capacidad de crear, también se le concede la de destruir. Y a pesar de su desmedida ambición, al Agua siempre habrá que reconocerle con agradecimiento que procuró en todo momento aprovechar el don que le fue concedido por el Sumo Hacedor para hacer el bien, para alumbrar especímenes increíblemente bellos y maravillosos, para generar de la nada un portentoso mundo lleno de color, de movimiento, de equilibrio; un mundo plagado de penetrantes sensaciones, armoniosos sonidos, espectaculares paisajes, tenues olores... En definitiva, un mundo cargado de VIDA.

La Cuerda del Equilibrista

lunes, 17 de noviembre de 2008

"Fue como entrar en un mundo sorprendente, difuso y nebuloso, lleno de sensaciones inesperadas. Me introduje en una marea de pantalones de algodón, zapatos de domingo y trajes de volantes. Arriba, por encima de mí, era todo un ajetreo de miradas, un murmullo sostenido de voces. Abajo el escupir amarillo del albero en el marrón recién estrenado de mis zapatos. El relente húmedo de verano pellizcaba de vez en cuando bajo las mangas cortas y en las mejillas. Las agitadas voces y los tropiezos con algún desconocido poco cuidadoso me provocaban un estupor que me retumbaba en el pecho recorriéndome luego el cuerpo, y lo sentía mitigar sólo cuando estrechaba la mano cogida a mi madre...."

Van listos si piensan que esto lo he escrito yo, más quisiera. No, no es obra mía, sino de mi buen amigo David, que por fin se ha animado a mostrar al mundo su portentoso talento componiendo bellos escritos y puntillosas reflexiones. Lo hace en un blog de reciente creación llamado La Cuerda del Equilibrista.
Si no le temen al vértigo que producen las verdades bien dichas, y están dispuestos a subirse a la fina cuerda de este intrépido equilibrista, les animo a que lo visiten y se impregnen de su magia.

Después no digan que no les advertí.

La sabiduría nos muestra el camino del éxito

jueves, 13 de noviembre de 2008

En primer lugar, sería conveniente definir la palabra «éxito», ya que, a pesar de ser lo que todo el mundo busca, poca gente tiene claro lo que es. Según la RAE, se define esta palabra como: Resultado feliz de un negocio, actuación, etc. O buena aceptación que tiene alguien o algo.
Empiezo por aquí para deshacer la gran equivocación que existe hoy en día con este término, al que solemos confundir habitualmente con la «fama». Éxito y fama son dos cosas totalmente distintas, de hecho, en muchas ocasiones, pueden estar reñidas.
El éxito es algo personal; cada persona obtiene el éxito en su vida de manera diferente. Decía al principio que todo el mundo busca tener éxito en la vida; es lógico, ya que éxito es sinónimo de felicidad. El problema viene cuando confundimos el éxito con otras cosas que nada tienen que ver con él, como por ejemplo la fama, la popularidad o las riquezas. Cierto que conseguir el éxito en tu profesión puede llevarte a ser famoso, pero esto sólo es una consecuencia de ese éxito, y no el fin.
Como decía, el éxito es algo muy personal, cada persona lo puede buscar de muy diferentes maneras, según su profesión o aspiraciones en la vida. Y como es imposible que yo conozca las aspiraciones de cada uno, les diré lo que representa para mí esta palabra.
Yo obtuve el éxito hace ya algunos años, mucho antes de empezar a escribir, de hecho, el escribir ha sido una consecuencia de ese éxito. Para mí, el éxito radica en la tranquilidad y estabilidad en la vida. Cuando digo tranquilidad, me refiero a la serenidad espiritual que se obtiene al aprender a distinguir las cosas realmente importantes de la vida de aquellas que no lo son. Tranquilidad es poder acostarte todas las noches con la mente despejada y limpia, dormir de un tirón y levantarte al siguiente día dispuesto a comenzar una nueva jornada con alegría, venga lo que venga. Tranquilidad es no estar todo el tiempo pendiente de lo que piensen o digan de uno, es poder opinar lo que se piensa sin importarte que te tachen de esto o de lo otro. Es poder pasear por la calle sin miedo a encontrarte a alguien que te obligue a cambiar de acera por no cruzártelo. Por eso les decía antes que el éxito puede estar reñido con la fama. Para mí, por ejemplo, la fama supondría un handicap, ya que podría hacerme perder esa tranquilidad que tanto necesito en mi vida. Yo considero el tener éxito también a poseer el tiempo suficiente para pasar con tu familia y con aquellas personas que realmente te importan y para dedicarte a las actividades que te gustan y te llenan de satisfacción. Si no puedo contar con este tiempo, de nada me sirve el dinero, la fama o una buena posición social.
Este es mi caso pero, como ya he dicho, cada persona es diferente. Para la mayoría de los seres humanos, triunfar en la vida supone llegar a lo más alto en su profesión. Pero en demasiadas ocasiones ocurre que, cuando se llega a esta elevada posición, nos damos cuenta de que no es lo que esperábamos ni lo que buscábamos y para entonces puede ser tarde para dar marcha atrás. De ahí la importancia de conocer con seguridad qué es lo que esperamos de la vida, qué nos haría de verdad felices, y, como habrán ya imaginado, es aquí donde entra en juego la sabiduría.
La persona sabia conoce perfectamente en qué prácticas debe concentrar todas sus energías y en qué otras no es necesario hacerlo. De esta forma, triunfará en la vida independientemente de cual sea su posición social, profesional o económica.En la sociedad actual está muy de moda el conseguir el éxito de forma rápida y sin apenas esfuerzo. El éxito conseguido de esta manera, se va tal y como ha llegado, no es un éxito auténtico. El éxito de verdad hay que currárselo, hay que trabajarlo, requiere tiempo y esfuerzo; sólo se consigue después de una larga experiencia y un largo aprendizaje por la vida. Y una vez obtenido, tampoco podemos dormirnos en los laureles; hay que seguir esforzándose por mantenerlo, aunque este esfuerzo dejará de ser ya un sacrificio, ya que, al conocer que el resultado merece tanto la pena, siempre costará menos, convirtiéndose con el tiempo en un hábito que nos hará la vida más sencilla y dichosa. Les puedo asegurar que, con sabiduría, su vida será un completo éxito.

Nota: Todas las entradas que he publicado y publicaré tituladas La sabiduría... pertenecen a un libro que escribí hace algunos años al que llamé Tratado sobre la Sabiduría. No son actuales; pero me gusta releerlas de vez en cuando.

Continuando el camino

lunes, 10 de noviembre de 2008


Una vez habité en un lugar cálido y confortable. Nada enturbiaba mi mente, todo estaba acorde a mi sentir y a mi ser. Allí todo estaba limpio, imperaba la armonía. No me sentía querido, ni deseado, ni tampoco lo contrario, simplemente no sentía nada que pudiese empañar aquel instinto de plenitud que me envolvía y que me aseguraba que yo lo era Todo. Nada me preocupaba, y era feliz.
Pero el inquebrantable tiempo que todo lo puede volvió a intervenir, como siempre, en contra de mi voluntad.
Pobre voluntad, ¡qué sabrá ella de estas cosas!
Entonces ocurrió lo indeseable e inesperado. Mi vida sufrió el cambio más traumático que jamás pude imaginar. De repente todo se volvió caótico; una fuerza maléfica y extraña que no sé de dónde provenía me empujó violentamente hacia fuera (o hacia dentro, no lo sé), obligándome a abandonar aquel remanso de paz que hasta el momento me había servido de refugio y hogar. El único que conocía y entendía.
A partir de ahí, mi vida dio un vuelco radical. Ya nada sería lo mismo. Ese nuevo mundo, frío y maloliente, era totalmente opuesto a aquel otro que acababa de dejar para siempre. Aquí la supervivencia no era fácil, había que ganársela día a día, minuto a minuto. Nada me era regalado, tenía que luchar por el sustento, pedirlo a gritos, conformarme con lo que otros me ofrecían. Aprendí lo que es el hambre, el frío y la incomprensión. Constantemente me sentía sucio, ultrajado, humillado hasta lo más bajo que un ser sintiente podría estarlo. Ya no era el dueño y señor de mi hogar, me convertí en alguien débil y totalmente dependiente del entorno y de otros seres más fuertes que yo, pero no por ello más inteligentes o sensatos. Ese era mi pesar.
Pero el tiempo continuó su transcurso inmutable, impasible a todo cuanto me sucedía. Y como no podía ser de otra forma, terminé adaptándome a todo aquel desorden. Incomprensiblemente sobreviví y me hice más fuerte. Fui aprendiendo de la experiencia, comprendí los misterios que mueven los hilos en este otro mundo lleno de contradicciones. Sintonicé con él hasta mudar del todo mi sentir y mi ser, para llegar a convertirme en una pieza más de aquel laberinto de deseos e inquietudes. Me convertí en todo un ser humano, cargado de pasiones, temores, ambiciones y dolor.... mucho dolor. Dolor que llegó a impregnarse de tal manera en mi ser que incluso llegué a inmunizarme; aprendí también a manejar y controlar sus mejores antídotos: el placer y el olvido. Aunque no siempre funcionaban.
Olvidé por completo que un día fui feliz.
También desalojé de la memoria aquel tránsito lacerante que me arrojó a este abismo en el que habito; ni tan siquiera puedo estar seguro de que aquella triste transformación haya sido la única sufrida por mi alma durante su devenir por el universo infinito. No puedo estar seguro de haber olvidado igualmente las anteriores. En lo que respecta a esta última, sólo me atrevo a decir que quizás la olvidé porque inconscientemente pensé que sería definitiva, que no podría haber otra igual, que ya me encontraba en el lugar al que pertenecía.... pero me equivoqué.
En plena edad adulta, con toda una vida por detrás cargada de recuerdos, de buenos momentos y de otros no tan buenos, habiendo alcanzado ya una supuesta estabilidad emocional, social y financiera, sin mayor pretensión que la de desear que pase el tiempo con generosidad y lentitud.... de nuevo vuelve mi espíritu a sufrir otra traumática sacudida haciéndolo zozobrar sobre una presunta marea en calma.
La diferencia fundamental radica en que en esta ocasión no me ha cogido totalmente desprevenido. Sin saber cómo ni porqué, acojo el sentimiento en mi interior de llevar preparándome durante muchos años para este nuevo cambio. Al igual que el anterior me llevó nueve meses hasta completar la materia necesaria, en este otro también he necesitado de un tiempo prudencial para evolucionar y madurar lo suficiente como para comprender y aceptar lo que me está ocurriendo. Ahora sé que los cambios son buenos, por tanto, ya no me asustan, aunque aún tarde en comprenderlo del todo.
Tampoco podré saber, al menos por ahora, si será el último y definitivo. Nada de eso me preocupa. Ahora es mi mente la que ha evolucionado lo suficiente como para saber que la única razón de estar (que no de ser) del ser humano en este mundo pasajero es la de amar y ser amado (aunque la mayoría lo abandonen sin percatarse de ello).
Y a esa misión encomiendo todo mi cuerpo y toda mi alma.

Mi Abismo

jueves, 6 de noviembre de 2008

Bajo mis pies se abre un abismo;
bajo ese abismo... la nada.

Infierno de mis pasiones que desatas el laberinto de la cordura,
dame sólo un instante;
tan sólo un instante que apacigüe la conciencia desarmada
y amortigüe la caída del espíritu adormecido.
No me permitas volver a atar las cadenas.
No me desampares en la inquietante soledad.
Sólo necesito un instante para acomodarme en tu regazo.
Sólo eso... y nada más.

He visto la Luz

martes, 4 de noviembre de 2008


Hoy he visto la luz. No ha sido como lo esperaba, de hecho, en un principio pensé que había caído en el abismo más profundo y oscuro. Todo estaba negro, o al menos eso me parecía. Pero no, no era oscuridad lo que me rodeaba, era la NADA.
Déjenme que les cuente.
Ocurrió esta mañana, mientras meditaba. Ya sé; ya sé que pensarán que me quedé dormido y que todo fue un sueño. Bueno... piensen lo que quieran, no trato de convencer a nadie de nada, yo sé lo que fue, y con eso me basta.
Como les decía, me encontraba, después de cerca de treinta minutos meditando, en un estado bastante avanzado de relajación total y casi ausente de pensamientos martilleantes, cuando de repente me vi abriendo la puerta de una habitación. Se trataba de un pomo dorado, bastante sencillo, por cierto, que mi mano hacía girar con facilidad. Al otro lado todo estaba oscuro y en silencio, pero aún así entré sin pensármelo dos veces. No llegué a poner el pie en aquel extraño lugar, porque al momento empecé a flotar por el aire.... o por lo que fuese aquello que me sustentaba. A pesar de mi insólita posición y de que estaba totalmente consciente, no llegué a sorprenderme en absoluto; disfruté con aquella nueva situación como un niño en un parque de atracciones. Me puse a girar, a dar vueltas, pensando que había entrado en una especie de cuarto libre de gravedad, al igual que los que salen en las pelis de ciencia ficción.
Pero al poco tiempo lo comprendí. Una visión lúcida y clara como el rocío vespertino ametralló mi conciencia haciéndome despertar de mi ensoñación. No había entrado en ningún lugar, muy al contrario, HABÍA SALIDO. Sí, eso es exactamente lo que había hecho al traspasar el umbral de aquella puerta, salir al exterior, al igual que el personaje del Mito de la Caverna de Platón cuando se libra de sus cadenas y sale a la luz (esto lo pensé después, claro). Entonces miré hacia atrás y vi a lo lejos el pequeño punto que representaba la puerta y la entrada de nuevo en la caverna. No sentí miedo ni añoranza, sabía que podía volver cuando quisiera, sólo tenía que girarme y desearlo y ya está. Así que me limité a dejarme llevar por aquel vacío absoluto y creo que ha sido la única vez en mi vida que me he visto totalmente libre de todo pensamiento. Esto lo supe después, cuando regresé, y entonces sonreí, me encontré con una dicha y una felicidad jamás experimentada. Duró apenas unos instantes, pero basta recordarlo para volver a sentirlo plenamente.
No sé cuando me volverá a ocurrir, ni siquiera si volverá a ocurrir, pero no importa. Estuve allí... y lo vi. Ahora sé que existe la Libertad, y que sólo está en mis manos el poseerla. Espero que esta visión sólo haya sido el comienzo de un despertar más intenso y prolongado... aunque eso es algo que únicamente el tiempo lo dirá.

He vivido en un mundo dominado por la ira y el rencor.
He visto a personas sufrir lo inimaginable pudiéndose evitar.
He oído el llanto de los inocentes.
He vivido en un mundo donde los poderosos sacrifican a los humildes por un dólar.
He visto en directo matanzas de víctimas inocentes ante la indiferencia de la Comunidad.
He conocido el hambre de justicia y he saciado la sed de venganza.
Me he visto salpicado por la sangre de los mártires y he comprendido su sinrazón.
He permanecido detrás de las rejas de la indiferencia.
He vivido en un mundo plagado de infamia y de codicia ilimitada.
He estado cerca de la desesperanza y la frustración que produce la pérdida de fe... o de ilusión.
He sentido la mirada vacía de los cobardes.
He comprobado también la ceguera en los ojos del ignorante que se conforma con su esclavitud.
He vivido para ver a las ovejas subir al patíbulo con una sonrisa en la cara.
He vivido para ver a los verdugos relamerse con su propia mierda.
He vivido para ver a los honestos gritar de impotencia.
He muerto en un mundo cargado de odio y de envidias.
He muerto para un mundo donde sólo el capital es un valor.
He vivido en un mundo donde no merece la pena vivir.
...

Ahora me toca vivir en un mundo donde sólo exista el Amor y la Paz.
Ahora sólo pienso vivir entre aquellos que buscan la felicidad del alma.
Ahora he renacido en un mundo libre de violencia y rico en humildad.
Ahora será la compasión por los débiles y el olvido de los arrogantes los que dominen mis actos.
Hoy por fin las nubes desaparecieron del cielo dando paso a la luz y el color.

Despójate de todo aquello que te ensucia y te envilece y acompáñame.
Te prometo la Libertad.

Se acordaron de mí: