lunes, 23 de julio de 2007
Estoy indignadísimo; no entiendo como en un país como el nuestro, tan civilizado y desarrollado, puedan ocurrir cosas como la que me ha ocurrido a mí. Les cuento: Resulta que yo soy un hombre algo tímido y físicamente, más bien tirando a poco agraciado; es decir, sin ningún éxito con las mujeres; vamos que no me como un rosco. Hace algún tiempo vi en televisión un anuncio que me pareció la solución a todos mis problemas; en él presentaban un desodorante que, al ponértelo, todas las mujeres se te echaban encima prácticamente, nada más verte. «¡Increíble! –me dije–; lo que tanto tiempo llevaba yo buscando.» Sin pensármelo dos veces salí corriendo hacia el primer centro comercial que me encontré; lo compré e, inmediatamente, dentro del mismo establecimiento, me rocié todo el cuerpo con el susodicho cosmético. Pensé «¿Para qué esperar más, con las dependientas tan guapas que hay aquí?» Dicho y hecho; procedí a pasearme muy garbosamente por todo el centro, procurando arrimarme muy disimuladamente a todo ser humano del sexo contrario con el que me cruzaba. Resultado: ¡Nada! Peor aún, ¡nada de nada!
No se pueden hacer una idea la desilusión tan grande que me llevé. «¿Cómo es posible? –pensé–. En el anuncio lo decían bien claro; algo tengo que haber hecho mal.» Leí bien las instrucciones del artículo (en las cuales no aclaraban nada al respecto); repetí la operación en la calle, pensando que en el centro comercial estarían ya acostumbradas. De nuevo se volvió a repetir el mismo resultado negativo. Fue entonces cuando empecé a comprenderlo: «¡Me han engañado!» Me sentí fatal; no comprendía como, a mi edad, podían haberme timado de una forma tan bochornosa.
«Esto no puede quedar así –me dije–. Tengo que hacer algo. Esto es un fraude en toda regla; no puedo dejar que estos desalmados engañen a otros como yo. Un país tan avanzado como este no puede permitir que gente así se salgan con la suya impunemente.»
Inmediatamente me puse manos a la obra. Teléfono del consumidor, hojas de reclamaciones, oficina del consumidor, Defensor del pueblo,... En definitiva, acudí a cualquier organismo que pensé pudiera tener algún tipo de competencia al respecto. Resultado: ¡Nada! Es más, en algunos de ellos incluso se burlaron de mí descaradamente. No me lo podía creer; todo el mundo estaba de acuerdo en que aquello era publicidad engañosa, es decir, un delito, un fraude, y, sin embargo, ¡no se podía hacer nada en absoluto!
Por supuesto, todo esto que acabo de contar es pura ficción (soy algo inocente, pero no tanto). Pero sí que es cierto que cosas así podrían ocurrir todos los días infinidad de veces a cualquiera, incluso al más espabilado. Les invito a que, a partir de hoy empiecen a prestar más atención a todos los anuncios que hoy en día llegan hasta nosotros continuamente a través de los medios de comunicación: televisión, radio, prensa, carteles callejeros, propaganda en los buzones, etc. Yo personalmente estoy horrorizado después de comprobar como los medios de comunicación, empresas de mercadotecnia, partidos políticos, etc., me manipulan, me engañan, me timan, me estafan, todos los días, cientos de veces, impunemente, sin que se pueda hacer nada al respecto.
Piensen en nuestros hijos, por ejemplo, cuando ven al muñeco de turno por televisión corriendo por una jungla, saltando, volando por los aires, en avión, disparando a los enemigos, etc. Y piensen también que es lo que suele ocurrir con el muñeco una vez que se lo hemos comprado (por cierto, que no son nada baratos) y nuestros hijos comprueban que el muñeco no hace nada de lo que se ve en el anuncio. Normalmente suelen acabar rotos, tirados y olvidados en algún rincón de la habitación de juegos. Y esto sucede porque el juguete no cumple las expectativas que de él se había hecho el niño y, para colmo, después le echamos en cara al chaval que no juegue con los juguetes que él mismo nos había pedido, con lo que nos han costado. Si esto no es un fraude, que venga Dios y lo vea.
No se pueden hacer una idea la desilusión tan grande que me llevé. «¿Cómo es posible? –pensé–. En el anuncio lo decían bien claro; algo tengo que haber hecho mal.» Leí bien las instrucciones del artículo (en las cuales no aclaraban nada al respecto); repetí la operación en la calle, pensando que en el centro comercial estarían ya acostumbradas. De nuevo se volvió a repetir el mismo resultado negativo. Fue entonces cuando empecé a comprenderlo: «¡Me han engañado!» Me sentí fatal; no comprendía como, a mi edad, podían haberme timado de una forma tan bochornosa.
«Esto no puede quedar así –me dije–. Tengo que hacer algo. Esto es un fraude en toda regla; no puedo dejar que estos desalmados engañen a otros como yo. Un país tan avanzado como este no puede permitir que gente así se salgan con la suya impunemente.»
Inmediatamente me puse manos a la obra. Teléfono del consumidor, hojas de reclamaciones, oficina del consumidor, Defensor del pueblo,... En definitiva, acudí a cualquier organismo que pensé pudiera tener algún tipo de competencia al respecto. Resultado: ¡Nada! Es más, en algunos de ellos incluso se burlaron de mí descaradamente. No me lo podía creer; todo el mundo estaba de acuerdo en que aquello era publicidad engañosa, es decir, un delito, un fraude, y, sin embargo, ¡no se podía hacer nada en absoluto!
Por supuesto, todo esto que acabo de contar es pura ficción (soy algo inocente, pero no tanto). Pero sí que es cierto que cosas así podrían ocurrir todos los días infinidad de veces a cualquiera, incluso al más espabilado. Les invito a que, a partir de hoy empiecen a prestar más atención a todos los anuncios que hoy en día llegan hasta nosotros continuamente a través de los medios de comunicación: televisión, radio, prensa, carteles callejeros, propaganda en los buzones, etc. Yo personalmente estoy horrorizado después de comprobar como los medios de comunicación, empresas de mercadotecnia, partidos políticos, etc., me manipulan, me engañan, me timan, me estafan, todos los días, cientos de veces, impunemente, sin que se pueda hacer nada al respecto.
Piensen en nuestros hijos, por ejemplo, cuando ven al muñeco de turno por televisión corriendo por una jungla, saltando, volando por los aires, en avión, disparando a los enemigos, etc. Y piensen también que es lo que suele ocurrir con el muñeco una vez que se lo hemos comprado (por cierto, que no son nada baratos) y nuestros hijos comprueban que el muñeco no hace nada de lo que se ve en el anuncio. Normalmente suelen acabar rotos, tirados y olvidados en algún rincón de la habitación de juegos. Y esto sucede porque el juguete no cumple las expectativas que de él se había hecho el niño y, para colmo, después le echamos en cara al chaval que no juegue con los juguetes que él mismo nos había pedido, con lo que nos han costado. Si esto no es un fraude, que venga Dios y lo vea.
Les animo a que a partir de hoy mismo hagan caso omiso a todo anuncio publicitario que llegue a sus manos o que le planten en la cara sin que usted lo pida, no escuche ningún mensaje político que no sea por escrito y firmado y cambie de canal o apague la televisión cuando empiezen a bombardearle con publicidad; no permita que le manipulen ni un segundo más. Les aseguro que vivirán más felices.
0 Consejos, saludos, propuestas...:
Publicar un comentario