lunes, 3 de diciembre de 2007
A estas alturas de la vida, seguro que nadie pone en duda la utilidad de las matemáticas, de la física, de la astronomía, de la biología o del resto de las ciencias conocidas. Todos somos conscientes de lo necesarias que han sido todas ellas, y siguen siéndolo, para llegar a donde estamos ahora. El desarrollo de las ciencias va íntimamente ligado al desarrollo de la civilización, sin éstas no tendríamos sólidas viviendas, medios de transporte, vestidos resistentes, alimentos perdurables, ni prácticamente casi nada de lo que utilizamos diariamente en nuestras vidas.
¿A dónde quiero llegar contándoles esto? Pues me gustaría llegar a que comprendiesen tan claramente como lo he hecho yo la importancia de la sabiduría en nuestras vidas. Si hemos quedado en que ésta es también una ciencia, quiere decir que también puede hacernos nuestras vidas más fáciles y cómodas, al igual que las demás. Es más, estoy en posición de afirmar que el desarrollo de esta ciencia es imprescindible para que una civilización sea capaz de perdurar en el tiempo infinitamente, sin que se autodestruya o sea destruida por otra vecina, como ha venido ocurriendo a lo largo de toda la historia de la humanidad y, no lo duden, seguirá ocurriendo.
Permítanme que les cite un texto bastante ilustrativo sacado del libro Hijos de las estrellas de Daniel Roberto Altschuler:
“Se puede argumentar que la inteligencia nos dota de ventajas para sobrevivir y que, por lo tanto, se desarrollará necesariamente en el curso de la evolución. Sin embargo, es posible que, del mismo modo que un fuego se extingue por sí solo después de cierto tiempo, también una especie que desarrolle tal nivel de inteligencia que le permita dominar el resto de las especies y el medio ambiente se extinga a sí mismo después de un tiempo. De este modo, la vida da un gran salto en otra dirección. Si así ocurriera, la inteligencia no habría bastado para que nuestra especie supiera cómo evitarlo hasta que fuera demasiado tarde. Tal vez, esto casi tenga carácter de ley natural, un límite debido a que el proceso evolutivo es acumulativo, el resultado de una suma de pequeños cambios. Quizá no sea posible pasar de poca inteligencia a suficiente inteligencia para evitar el colapso sin pasar antes por algo de inteligencia pero insuficiente. El único ejemplo con que contamos, nosotros, insinúa la veracidad de esta proposición. La vida inteligente sólo podrá sobrevivir si encuentra una forma de saltar la barrera que impone la inteligencia insuficiente y acceder a un nivel superior.”
Analizando un poco este párrafo, yo diría que actualmente nos encontramos inmersos en esa barrera de «inteligencia insuficiente» la cual no nos permite seguir avanzando en nuestro desarrollo como civilización, con lo cual, si no se le pone remedio antes, terminaremos como tantas otras civilizaciones de la antigüedad, con el agravante de que, con el enorme poder destructivo que tenemos en la actualidad, es muy probable que no dejemos mucho de utilidad para otros que vengan detrás. También el científico británico James Lovelock, considerado por muchos como el padre del ecologismo, insinuó en una ocasión algo parecido cuando escribió: “Escasean las evidencias de que nuestra inteligencia individual haya aumentado a lo largo de la historia.”
¿Por qué les digo esto? Sencillamente porque estoy convencido de que es la ciencia de la sabiduría la única que nos puede hacer saltar esa barrera, hasta ahora infranqueable, de la «inteligencia insuficiente».
En el siglo XIV, el historiador tunecino Ibn Jaldún intentó algo parecido con la historia que, dicho sea de paso, tiene mucho que ver con lo que estamos hablando ya que de la historia se pueden extraer muchas experiencias ajenas que nos pueden ayudar en el presente. Este hombre intentó hacer de la historia una ciencia útil que permitiese extraer enseñanzas del pasado. Mientras otros autores creían que son los individuos quienes van creando la historia, él sostenía que es la sociedad la que crea el futuro, y que los individuos no son más que frutos de esa sociedad. Por tanto, a su juicio, el historiador debía conocer “los principios de la política, del arte de gobernar, la naturaleza de las entidades, el carácter de los acontecimientos y las diversidades que ofrecen las naciones”, porque ésos son los factores que marcan el desarrollo de los acontecimientos y permiten responder a los retos del presente. En otras palabras, este historiador sostenía que el pasado está repleto de sabiduría que podría ser aprovechada en el presente si se estudiaba convenientemente.
Pero entremos un poco en materia, ya es hora. La sabiduría es algo de lo que se tiene constancia desde tiempos inmemorables. Ya en la Biblia se habla de ella en numerosas ocasiones. Pero siempre se le ha hecho mención, más que como una ciencia, como una virtud personal que se podía poseer o no. Esta es la diferencia que yo propongo.
Yo creo que la sabiduría debería de tratarse como una ciencia con todas las de la ley. Como cualquier ciencia, se puede estudiar, se puede investigar y se puede experimentar. Existe infinidad de literatura sobre ella; ya he mencionado la Biblia, el rey hebreo Salomón dejó importantes escritos al respecto (que supuestamente se les atribuye), Jesucristo también fue un gran sabio, Siddhartha Gautama, más conocida como el Buda, Lao Tse, el creador del Taoísmo, importantes filósofos de la antigüedad como Sócrates o Aristóteles, y podría seguir nombrando multitud de ellos en todos los tiempos, incluidos los actuales.
Confucio fue otro gran sabio, sus enseñanzas constituyeron uno de los pilares donde se sustentó su país, China, durante muchos siglos, desde el V a. C. hasta prácticamente la llegada del comunismo a mediados del siglo XX. Como ven, existe al menos un precedente de que la sabiduría puede ser estudiada como una ciencia más. Yo no me tengo por una persona sabia, como Confucio, más quisiera, mi único mérito, si se me quiere atribuir alguno, ha sido el haber recopilado las enseñanzas de muchos que sí lo fueron y nos dejaron sus testimonios por escrito. Como ocurre con toda ciencia, la teoría no basta para poder decir que se domina, es necesaria también la experiencia y la práctica; por eso no se puede decir de nadie que sea un sabio por saber escribir palabras sabias; habría que comprobar primero que sabe llevar también a la práctica lo que predica.
La sabiduría, más que ninguna otra ciencia, es experiencia pura. Sólo se llega a dominarla cuando se ha vivido mucho, después de equivocarnos en numerosas ocasiones, de caernos y volvernos a levantar, de aprender con los errores. Tan sólo entonces se podrá decir de una persona que es sabia y, una vez obtenida esta sabiduría, podremos estar seguros de haber encontrado el camino que nos conducirá a la felicidad eterna, independientemente de las vicisitudes y desgracias que nos acechen por el mismo y, además, también estaremos en disposición de hacer felices a todos los que nos rodean.
Mi pretensión con este libro es simplemente mostrarles esa teoría, enseñarles el camino; pero una cosa es conocer el camino y otra muy diferente es andarlo. Les aseguro que no es nada fácil, sobretodo al principio. En esta sociedad tan materialista y frenética en la que estamos inmersos, casi todo lo que nos rodea se opone a la práctica de la sabiduría. Sería necesario primero hacer un examen de conciencia, eliminar complejos, prejuicios, ver más allá de las apariencias, conocer la realidad de las cosas, que en demasiadas ocasiones se nos presentan desvirtuadas deliberadamente por intereses ajenos a los nuestros.
Para animarles un poco les diré que, una vez que se consigue todo esto, una vez que seamos capaces de distinguir las cosas verdaderamente importantes de las superficiales, habremos logrado un primer paso decisivo y, al mismo tiempo, sin necesidad de nada más, se darán cuenta de cómo sus vidas cambiarán radicalmente, a mejor por supuesto; tendrán las ideas más claras, vivirán más tranquilos actuando conforme a sus criterios, sin importarles nada lo que piensen o digan los demás, dejarán de preocuparse por supuestos problemas que antes no les dejaban dormir tranquilos, sabrán aprovechar mucho mejor su tiempo, en definitiva, serán más felices y, con el tiempo, les puedo asegurar que esta felicidad se contagiará a aquellas personas que están a su alrededor. Y esto será sólo el principio.
¿A dónde quiero llegar contándoles esto? Pues me gustaría llegar a que comprendiesen tan claramente como lo he hecho yo la importancia de la sabiduría en nuestras vidas. Si hemos quedado en que ésta es también una ciencia, quiere decir que también puede hacernos nuestras vidas más fáciles y cómodas, al igual que las demás. Es más, estoy en posición de afirmar que el desarrollo de esta ciencia es imprescindible para que una civilización sea capaz de perdurar en el tiempo infinitamente, sin que se autodestruya o sea destruida por otra vecina, como ha venido ocurriendo a lo largo de toda la historia de la humanidad y, no lo duden, seguirá ocurriendo.
Permítanme que les cite un texto bastante ilustrativo sacado del libro Hijos de las estrellas de Daniel Roberto Altschuler:
“Se puede argumentar que la inteligencia nos dota de ventajas para sobrevivir y que, por lo tanto, se desarrollará necesariamente en el curso de la evolución. Sin embargo, es posible que, del mismo modo que un fuego se extingue por sí solo después de cierto tiempo, también una especie que desarrolle tal nivel de inteligencia que le permita dominar el resto de las especies y el medio ambiente se extinga a sí mismo después de un tiempo. De este modo, la vida da un gran salto en otra dirección. Si así ocurriera, la inteligencia no habría bastado para que nuestra especie supiera cómo evitarlo hasta que fuera demasiado tarde. Tal vez, esto casi tenga carácter de ley natural, un límite debido a que el proceso evolutivo es acumulativo, el resultado de una suma de pequeños cambios. Quizá no sea posible pasar de poca inteligencia a suficiente inteligencia para evitar el colapso sin pasar antes por algo de inteligencia pero insuficiente. El único ejemplo con que contamos, nosotros, insinúa la veracidad de esta proposición. La vida inteligente sólo podrá sobrevivir si encuentra una forma de saltar la barrera que impone la inteligencia insuficiente y acceder a un nivel superior.”
Analizando un poco este párrafo, yo diría que actualmente nos encontramos inmersos en esa barrera de «inteligencia insuficiente» la cual no nos permite seguir avanzando en nuestro desarrollo como civilización, con lo cual, si no se le pone remedio antes, terminaremos como tantas otras civilizaciones de la antigüedad, con el agravante de que, con el enorme poder destructivo que tenemos en la actualidad, es muy probable que no dejemos mucho de utilidad para otros que vengan detrás. También el científico británico James Lovelock, considerado por muchos como el padre del ecologismo, insinuó en una ocasión algo parecido cuando escribió: “Escasean las evidencias de que nuestra inteligencia individual haya aumentado a lo largo de la historia.”
¿Por qué les digo esto? Sencillamente porque estoy convencido de que es la ciencia de la sabiduría la única que nos puede hacer saltar esa barrera, hasta ahora infranqueable, de la «inteligencia insuficiente».
En el siglo XIV, el historiador tunecino Ibn Jaldún intentó algo parecido con la historia que, dicho sea de paso, tiene mucho que ver con lo que estamos hablando ya que de la historia se pueden extraer muchas experiencias ajenas que nos pueden ayudar en el presente. Este hombre intentó hacer de la historia una ciencia útil que permitiese extraer enseñanzas del pasado. Mientras otros autores creían que son los individuos quienes van creando la historia, él sostenía que es la sociedad la que crea el futuro, y que los individuos no son más que frutos de esa sociedad. Por tanto, a su juicio, el historiador debía conocer “los principios de la política, del arte de gobernar, la naturaleza de las entidades, el carácter de los acontecimientos y las diversidades que ofrecen las naciones”, porque ésos son los factores que marcan el desarrollo de los acontecimientos y permiten responder a los retos del presente. En otras palabras, este historiador sostenía que el pasado está repleto de sabiduría que podría ser aprovechada en el presente si se estudiaba convenientemente.
Pero entremos un poco en materia, ya es hora. La sabiduría es algo de lo que se tiene constancia desde tiempos inmemorables. Ya en la Biblia se habla de ella en numerosas ocasiones. Pero siempre se le ha hecho mención, más que como una ciencia, como una virtud personal que se podía poseer o no. Esta es la diferencia que yo propongo.
Yo creo que la sabiduría debería de tratarse como una ciencia con todas las de la ley. Como cualquier ciencia, se puede estudiar, se puede investigar y se puede experimentar. Existe infinidad de literatura sobre ella; ya he mencionado la Biblia, el rey hebreo Salomón dejó importantes escritos al respecto (que supuestamente se les atribuye), Jesucristo también fue un gran sabio, Siddhartha Gautama, más conocida como el Buda, Lao Tse, el creador del Taoísmo, importantes filósofos de la antigüedad como Sócrates o Aristóteles, y podría seguir nombrando multitud de ellos en todos los tiempos, incluidos los actuales.
Confucio fue otro gran sabio, sus enseñanzas constituyeron uno de los pilares donde se sustentó su país, China, durante muchos siglos, desde el V a. C. hasta prácticamente la llegada del comunismo a mediados del siglo XX. Como ven, existe al menos un precedente de que la sabiduría puede ser estudiada como una ciencia más. Yo no me tengo por una persona sabia, como Confucio, más quisiera, mi único mérito, si se me quiere atribuir alguno, ha sido el haber recopilado las enseñanzas de muchos que sí lo fueron y nos dejaron sus testimonios por escrito. Como ocurre con toda ciencia, la teoría no basta para poder decir que se domina, es necesaria también la experiencia y la práctica; por eso no se puede decir de nadie que sea un sabio por saber escribir palabras sabias; habría que comprobar primero que sabe llevar también a la práctica lo que predica.
La sabiduría, más que ninguna otra ciencia, es experiencia pura. Sólo se llega a dominarla cuando se ha vivido mucho, después de equivocarnos en numerosas ocasiones, de caernos y volvernos a levantar, de aprender con los errores. Tan sólo entonces se podrá decir de una persona que es sabia y, una vez obtenida esta sabiduría, podremos estar seguros de haber encontrado el camino que nos conducirá a la felicidad eterna, independientemente de las vicisitudes y desgracias que nos acechen por el mismo y, además, también estaremos en disposición de hacer felices a todos los que nos rodean.
Mi pretensión con este libro es simplemente mostrarles esa teoría, enseñarles el camino; pero una cosa es conocer el camino y otra muy diferente es andarlo. Les aseguro que no es nada fácil, sobretodo al principio. En esta sociedad tan materialista y frenética en la que estamos inmersos, casi todo lo que nos rodea se opone a la práctica de la sabiduría. Sería necesario primero hacer un examen de conciencia, eliminar complejos, prejuicios, ver más allá de las apariencias, conocer la realidad de las cosas, que en demasiadas ocasiones se nos presentan desvirtuadas deliberadamente por intereses ajenos a los nuestros.
Para animarles un poco les diré que, una vez que se consigue todo esto, una vez que seamos capaces de distinguir las cosas verdaderamente importantes de las superficiales, habremos logrado un primer paso decisivo y, al mismo tiempo, sin necesidad de nada más, se darán cuenta de cómo sus vidas cambiarán radicalmente, a mejor por supuesto; tendrán las ideas más claras, vivirán más tranquilos actuando conforme a sus criterios, sin importarles nada lo que piensen o digan los demás, dejarán de preocuparse por supuestos problemas que antes no les dejaban dormir tranquilos, sabrán aprovechar mucho mejor su tiempo, en definitiva, serán más felices y, con el tiempo, les puedo asegurar que esta felicidad se contagiará a aquellas personas que están a su alrededor. Y esto será sólo el principio.
Extracto de mi libro Tratado sobre la Sabiduría
2 Consejos, saludos, propuestas...:
Me ha encantado tu post. Me ha hecho reflexionar, aunque no salgo de mi agujero y he aquí el porqué:
¡Qué alegría la del ignorante que desprecia su propia ignorancia!
¡O, sancta simplicitas!
No obstante, cuanto mas y mayores son mis conocimientos, mas grande se me antoja mi propia ignorancia. ¡Simplicissimus!
Así que la stultitia impera en el mundo, precisamente ¡de la mano de los sabios!
Como ves, no salgo de mi agujero.
¡Salud, querido Pedro!
Hola mi Pedro, creo que solo con las Ciencias los hombres, los pueblos, no se hacen más grandes. Siempre escucho las palabras de las personas, hayan recibido capacitación o nó. De todos aprendemos algo. Con tus textos aprendo mucho amigo!!!, muchos abrazos, que tengas el fin de semana deseado y saludos también a MPIRYCO, todo va a estar mejor (ADELANTE!!!)
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