En un remoto rincón del Universo, en el lugar más extremo y solitario del interior de la más alejada e insignificante de las galaxias, surgió una tenue y frágil estrella, común entre las más comunes, que pronto fue bendecida con el don de la fertilidad, dando luz a ocho o nueve retoños (según fuentes). Al principio de los tiempos, tan sólo fueron exiguas bolas rocosas de tierra árida y muerta. Ardientes ríos de magma corrían a lo largo y ancho de los planetas, destruyéndolo todo a su paso, adueñándose de cada resquicio y amoldando la superficie a su caprichoso antojo. La gran estrella brillante creadora de luz y calor se imponía en el tórrido cielo, dueña y señora de sus sólidos vástagos menores, atados a ella eternamente, sumisos, condescendientes, condenados de por vida a girar una y otra vez alrededor de la madre que los vio nacer, que les dio la vida, prisioneros en un rincón olvidado del infinito Universo.
Pero una de estas pequeñas e insignificantes esferas inertes tuvo la enorme fortuna de convertirse en el foco de atención de un todopoderoso Dios, creador de vastos universos y de galaxias errantes, que, presa del aburrimiento y la molicie, cansado de vagar por mundos tan parecidos y hostiles, agobiado por tan insulsa monotonía, decidió hacer algo nuevo, algo distinto a todo lo conocido y creado con anterioridad. Este maniático Dios decidió que se había hecho merecedor de un pequeño capricho, un juguete con el que poder distraerse durante un tiempo, algo que no le diese mucho trabajo y que tuviese autonomía propia, que fuese impredecible, inagotable y creativo. Tenía que ser algo perfecto, digno de Él. Quería que este algo fuese capaz de dotar al pequeño mundo seleccionado entre tantos de una distinción, de un colorido y de una belleza inigualables hasta convertirlo en la envidia de sus hermanos. Deseaba algo que fuese capaz de ahorrarle futuras fatigas en la penosa tarea de la creación, harto como estaba de la incesante y aburrida destrucción sin atractivo alguno que provocaba una y otra vez el fatuo fuego que todo lo dominaba. Cierto es que este Dios era un poco vago, como ha venido demostrando hasta el día de hoy, pero era ingenioso y buen conocedor de sus obras, así que se le ocurrió una brillante idea: tomó dos moléculas de hidrógeno y las unió con una de oxígeno, y al producto resultante lo llamó AGUA. En su infinita sabiduría sabía que esta mezcla resultaría revolucionaria e innovadora en aquel pedrusco pueril e insustancial. Maravillado por su astuta ocurrencia, lanzó su original creación a conquistar el nuevo mundo, mientras Él volvió a acomodarse en su real trono en lo más alto de la esfera celestial, dispuesto a contemplar el espectáculo que a continuación se desvelaría ante sus ojos en el que, hasta ahora, había sido el más intrascendente y banal planeta que surcaba el Universo.
Y el resultado no se hizo esperar. Desde el primer instante, el Agua demostró unas cualidades increíbles, superando con creces las expectativas puestas en Ella por su creador, el cual, jamás pudo sospechar que fuese capaz de hacer surgir de la nada algo tan inteligente y maravilloso. No tardó en aprender a dominar al fuego, convirtiéndolo en inofensivas columnas de denso humo que se alejaban con celeridad de la superficie, hacia el vasto cielo, sorprendidas y atemorizadas por el nuevo y soberbio elemento conquistador. Se reprodujo con rapidez y facilidad, extendiendo su interminable manto a través de toda la esfera terrestre. En ningún otro mundo del infinito Universo se había visto nada parecido; tan sólo el más sabio de los dioses hubiese sido capaz de imaginar que algo blando y maleable, tan inconsistente en apariencia, pudiera vencer con tanta facilidad y armonía, sin violencia alguna, a la dura y poderosa roca y de apagar las incombustibles llamas del infierno que ardían desde la más tierna infancia de la eterna Materia. En poco tiempo, cambió el color y la fisonomía de su nuevo hogar, convirtiéndolo en algo bello, esplendoroso; en algo dotado de un movimiento majestuoso que perduraría durante eones. Lo transformó en algo vivo.
Pero ahí no quedó todo. El Agua era lista y ambiciosa, cualidades que, unidas, hacen de su poseedor un infatigable rastreador de novedosas expectativas. Nuestro intrépido elemento no podía conformarse con dominar sólo parte del mundo que le había sido otorgado; quería más. No soportaba la vista de tierra seca fuera de su alcance, tenía que ser suya también, tenía que extender su dominio por cada rincón, por cada grieta; incluso sentía la necesidad de explorar bajo la sólida superficie terrestre y amoldarla a su gusto y a su caprichoso antojo, tal y como en su día hiciera el vencido fuego; quería ser temida y respetada en todo el globo; en definitiva, deseaba ser la única e incuestionable dueña. Así que se las ingenió para aliarse con el todopoderoso Sol, señor del firmamento, al que admiraba con una incontenible envidia por su infinita energía y por la imposibilidad de ser alcanzado desde su más sumisa posición. Este sentimiento de sufrida impotencia unido a su innata inteligencia y ansias de poder fueron los que la llevaron a buscar la coalición con su eterno enemigo. Con su ayuda, logró lo que parecía imposible; consiguió someter a la invencible gravedad, alzándose por los aires y conquistando el, hasta ahora, insondable cielo. Formó enormes y voluminosas nubes, cameló al desenfrenado e insubordinable viento y lo transformó en su medio de transporte y, de esta forma, pudo alcanzar el resto del planeta que aún no conocía a este revolucionario y avasallador elemento. De nuevo con la inestimable cooperación de sus fieles y dóciles aliados, aprendió la manera de volver a tomar en el aire su primitiva y líquida apariencia, cayendo sin cesar allá donde lo desease, con tanta fuerza y precisión como fuese necesario, con el único objetivo de no dejar un palmo de tierra sin que conociese su gallarda presencia. Se formaron caudalosos ríos que serpenteaban por las angostas y anteriores áridas tierras, voluminosos lagos de agua limpia y transparente fueron sembrados por doquier, enormes balsas de agua subterránea corrían sin cesar por todo el perímetro terráqueo. En un abrir y cerrar de ojos, el planeta se vio transformado por entero, subyugado al excéntrico afán del inagotable elemento. En su infinita ambición, descubrió la forma de solidificarse en los más altos y álgidos lugares, dando lugar a impresionantes masas de hielo y nieve cubriendo las más elevadas y prominentes cumbres del planeta, así como portentosas lenguas, tan blancas como indestructibles, de gélida agua congelada, bajando lenta pero inexorablemente por las laderas que antaño fueron moldeadas por las violentas llamas del abismo, consiguiendo así perdurar durante siglos en un mismo emplazamiento, asegurándose el abastecimiento continuo y para siempre de ríos, lagos y corrientes profundas. Ahora sí que sería la indiscutible soberana del lugar.

Pero, con el tiempo, hasta mandar aburre, y un espíritu inquieto y codicioso jamás descansa. Incluso el Sumo Hacedor se vio sorprendido por como su obra le había aventajado en prodigio e imaginación después de ver lo que a continuación se le ocurrió. Cansada de vagar sin más pretensiones por todo su imperio, sin nada nuevo a lo que someter bajo su yugo, pensó que podría llegar aún más lejos. Estaba harta de ver como su incombustible y envidiado amigo el Sol secaba con su calor muchos de los lugares por los que ella pasaba, dando al traste con sus ansias de dominio y de conquista. Por ello, pensó otra forma totalmente distinta de apropiarse de estos lugares. Descubrió que podía combinar muchos de los elementos que arrastraba en su ir y venir por las fértiles tierras, creando así distintas criaturas capaces de desarrollarse con su ayuda por toda la tierra. La tercera cualidad, junto con la inteligencia y la ambición, que conforman a un ser genial, es la paciencia, y nuestra protagonista estaba sobrada de ella, sabía que tenía todo el tiempo del mundo, así que se entregó a la nueva y fascinante tarea con la ilusión y la confianza de quien sabe lo que quiere. Empezó experimentando en su mismo elemento; el resultado tenía que ser perfecto, y no podía permitir que se le fuera de las manos. Ni que decir tiene que estas nuevas criaturas deberían depender totalmente de Ella, es más, deberían de estar formadas en su mayor parte por Ella misma; así se aseguraría su completo control.
Tras infinidad de intentos fallidos, logró lo que se proponía; consiguió poblar las profundidades de sus dominios de extraños y muy diversos seres, con la particularidad de que no se conformó con crear algo útil y preciso para sus fines, sino que además lo hizo de una belleza y un colorido admirables, una obra digna del más presumido y vanidoso de todos los dioses; tal era su amplio sentido de la perfección. Una vez conseguido este primer objetivo, no tuvo más que expandir la semilla de la vida allá por donde pasaba, y, de nuevo con la impagable colaboración del eterno Sol, sembró la parte del planeta que aún se le resistía con sus variadas y magníficas criaturas, volviendo a cambiar de nuevo la faz de la tierra, cubriéndola de un colorido manto, verde en su mayoría, capaz de extenderse, en apariencia, de manera ilimitada, tal y como había conseguido hacer en los fondos marinos.
Después de tan abrumador éxito, quedó durante un tiempo satisfecha; ahora tenía una ocupación diaria que no podía dejar de atender: tenía que regar constantemente toda la tierra para que sus creaciones no dejasen de crecer. Una tarea que no tardó en convertirse en agotadora y muy desilusionante, ya que, en numerosas ocasiones, no daba abasto para mantener vivas a todas ellas. El invencible Sol se mostraba incansable, y seguía superándola una y otra vez, acabando con la vida de muchas de sus criaturas antes de que pudieran ser socorridas por la revitalizadora lluvia; de nuevo el abrasador fuego volvía a convertirse en su más encarnizado rival. En su inconmensurable codicia había cometido el error de crear unos seres demasiado dependientes de Ella y ahora lo estaba pagando. No podía permitirse el lujo de tener un momento de tregua, y eso era algo que ponía en serio peligro su absoluta hegemonía. Por otro lado, tampoco quería perder la superioridad que poseía con sus creaciones, que la colocaban a Ella en la cúspide del poder, algo de lo que no podía deshacerse.
Pero su ambición no tenía límites, y este problema tan sólo supuso un pequeño obstáculo en su carrera por la supremacía del planeta. Pronto se le ocurrió la solución, como cabía de esperar en un ser tan sublime y capacitado. Era bien sencilla: si no podía acudir con la presteza suficiente a todos los lugares donde se la necesitaba, haría que sus criaturas fuesen a Ella. También en esta ocasión empezó el ensayo en su propio terreno, obteniendo seres de lo más variados y sorprendentes, capaces de desplazarse por el ancho mar a su antojo y con total libertad. Sacarlos a tierra firme no le resultó tan sencillo; tuvo que armarse con toda la paciencia de que disponía y esperar a que las condiciones fuesen propicias. No podía permitirse un nuevo error. Había aprendido de la experiencia; sabía que el omnipotente Sol no se lo pondría fácil, así que ideó un sistema para atenuar su acción; logró que sus primeras criaturas inmóviles crearan una capa absorbente que extendieron por todo el globo, consiguiendo una atmósfera más benigna para los nuevos conquistadores. Dotó de unas extrañas extremidades a los primeros aventureros para que pudieran desplazarse por la dura roca y la árida tierra. Y empezó la revolución.
En un principio, los novatos seres no se atrevieron a alejarse mucho de su madre creadora, permaneciendo durante toda su corta vida en su regazo. Pero la paciencia siempre es premiada y, con el tiempo, al fin fueron alejándose más y más, conquistando nuevos territorios, ampliando sus hábitats y conformando un nuevo paisaje donde, no sólo predominaba la belleza y el colorido, sino también el movimiento y la diversidad. Pronto no quedó rincón alguno en el planeta que no fuese explorado y dominado por alguna de estas extrañas criaturas engendradas a partir del Agua y formadas en su mayor parte por Ella misma. De nuevo parecía haberlo logrado.
Pudo disfrutar de su éxito durante largo tiempo, ocupándose aquí y allá de alimentar a sus prolíferas creaciones y experimentando con nuevos seres, cada vez más perfectos y autosuficientes, aunque nunca del todo; se negaba rotundamente a arriesgar su tan trabajado dominio y ser superada por alguno de sus ingratos vástagos.
Pero en este oscuro Universo nada es eterno, todo proceso tiene su principio, su fase de cambio y su final. Y esto es algo que aprendió sin remedio nuestra codiciosa Agua, cuando se vio sorprendida por el frente que menos esperaba, cuando más tranquila y confiada se encontraba. Para poder llevar a cabo la ingente obra de creación que había realizado a lo largo de su historia, el ingenioso elemento había necesitado dotar a muchas de sus criaturas de un mínimo de inteligencia, la suficiente para automantenerse y buscar el equilibrio en el hábitat natural que habían elegido para vivir. También necesitó contar con un novedoso sistema ideado por Ella misma llamado “evolución”, con el que consiguió que sus creaciones se extendiesen y desarrollasen con el único límite que Ella impusiese. Pero lo que nunca pudo imaginar es el alcance tan sobrecogedor que llegó a tener esta imparable evolución, gracias a la cual, la última y más perfecta de sus creaciones logró adquirir un estado de emancipación tal que llegó a creerse el ser más importante del mundo; le llevó a pensar que era el rey de la creación, el elegido por su superior inteligencia para convertirse en el dueño y señor del resto de las criaturas hermanas.
La vanidad y presunción de este nuevo ser llamado hombre, llegó hasta el punto de llevarlo a intentar dominar al elemento que lo engendró, a la madre que le dio la vida y lo mantenía en ella. Lo intentó de una y mil maneras; le puso infranqueables barreras, la encauzó a su libre albedrío, la agotó en interminables lugares, la ensució y emponzoñó en otros muchos, se atrevió a privarla de otras muchas creaciones suyas, persiguiéndolas hasta su total extinción, la embalsó allá donde le vino en gana... Y una y mil veces el Agua se reveló, colocando las cosas en su sitio primigenio y a cada criatura en el lugar que le pertenece.
El Agua es demasiado vanidosa como para reconocer un error y deshacerse de alguna de sus creaciones, sobretodo si ésta es la más completa y de la que se siente más orgullosa, así que se resistió a borrar de la faz de la tierra de una vez por todas al desagradecido hombre; el inquebrantable sentimiento materno es capaz de brotar incluso en el más duro y pérfido de los corazones. En vez de ello, pensó que sería mejor enseñarle la lección a base de castigos y reprimendas. Y una y otra vez, la ofendida Madre, envió a sus más tercas criaturas poderosas tormentas, destructores huracanes, interminables glaciaciones y torrenciales diluvios, provocando numerosas inundaciones, barriendo poblaciones enteras, acabando con civilizaciones bien asentadas. Se escribieron multitud de historias y leyendas en todas las culturas conocidas, dando cuenta de estas destrucciones, avisando a generaciones venideras sobre las posibles consecuencias de sus presentes actos. De nada sirvieron. Una y otra vez, el tenaz y obstinado hombre continuaba en su empeño de convertirse en el amo y señor de todo lo creado.
... Y en esa estamos a día de hoy.
Pero llegará un tiempo en el que nuestro Líquido elemento perderá la paciencia del todo y decidirá que es hora de terminar de una vez con tan inútil comportamiento; pensará que si ya lo hizo una vez, podría volver a comenzar de nuevo, con la lección aprendida, por supuesto. Cuando llegue ese momento, hará lo que tenga que hacer, porque, a todo ser que se le da la capacidad de crear, también se le concede la de destruir. Y a pesar de su desmedida ambición, al Agua siempre habrá que reconocerle con agradecimiento que procuró en todo momento aprovechar el don que le fue concedido por el Sumo Hacedor para hacer el bien, para alumbrar especímenes increíblemente bellos y maravillosos, para generar de la nada un portentoso mundo lleno de color, de movimiento, de equilibrio; un mundo plagado de penetrantes sensaciones, armoniosos sonidos, espectaculares paisajes, tenues olores... En definitiva, un mundo cargado de VIDA.