martes, 19 de febrero de 2008
Extraído del libro Las intermitencias de la muerte, de José Saramago (2005)
Érase una vez, en al antiguo país de las fábulas, una familia integrada por un padre, una madre, un abuelo que era el padre del padre y un niño de ocho años, un muchachito. Sucedía que el abuelo ya tenía mucha edad, por eso le temblaban las manos y se le caía la comida de la boca cuando estaba a la mesa, lo que causaba gran irritación al hijo y a la nuera, siempre diciéndole que tuviera cuidado con lo que hacía, pero el pobre viejo, por más que quisiera, no conseguía contener los temblores, peor aún si le regañaban, el resultado era que siempre manchaba el mantel o el suelo al dejar caer la comida, por no hablar de la servilleta que le ataban al cuello y que era necesario cambiarla tres veces al día, en el desayuno, al almuerzo y a la cena. Estaban las cosas así y sin ninguna expectativa de mejoría cuando el hijo decidió acabar con la desagradable situación. Apareció en casa con un cuenco de madera y le dijo al padre, A partir de ahora comerá aquí, sentado en el patio que es más fácil de limpiar para que su nuera no tenga que estarse preocupando con tantos manteles y tantas servilletas sucias. Y así fue. Desayuno, almuerzo y cena, el viejo sentado solo en el patio, llevándose la comida a la boca conforme era posible, la mitad se perdía en el camino, una parte de la otra mitad se le caía por la boca abajo, no era mucho lo que se le deslizaba por lo que el vulgo llama canal de la sopa. Al nieto no parecía importarle el feo tratamiento que le estaban dando al abuelo, lo miraba, luego miraba al padre y a la madre, y seguía comiendo como si nada tuviera que ver con el asunto. Hasta que una tarde, al regresar del trabajo, el padre vio al hijo trabajando con una navaja un trozo de madera y creyó que, como era normal y corriente en esas épocas remotas, estaría construyendo un juguete con sus propias manos. Al día siguiente, sin embargo, se dio cuenta de que no se trataba de un carro, por lo menos no se veía el sitio donde se le pudieran encajar unas ruedas, y entonces preguntó, Qué estás haciendo. El niño fingió que no había oído y siguió excavando en la madera con la punta de la navaja, esto pasó en el tiempo que los padres eran menos asustadizos y no corrían a quitar de las manos de los hijos un instrumento de tanta utilidad para la fabricación de juguetes. No me has oído, qué estás haciendo con ese palo, volvió a preguntar el padre, y el hijo, sin levantar la vista de la operación, respondió, Estoy haciendo un cuenco para cuando seas viejo y te tiemblen las manos, para cuando tengas que comer en el patio, como el abuelo. Fueron palabras santas. Se cayeron las escamas de los ojos del padre, vio la verdad y la luz, y en el mismo instante fue a pedirle perdón al progenitor y cuando llegó la hora de la cena con sus propias manos lo ayudó a sentarse en la silla, con sus propias manos le acercó la cuchara a la boca, con sus propias manos le limpió suavemente la barbilla, porque todavía podía hacerlo y su querido padre ya no. De lo que pasara después no hay señal en la historia, pero de ciencia muy cierta sabemos que si es verdad que el trabajo del muchachito se quedó a la mitad, también es verdad que el trozo de madera sigue por ahí. Nadie lo quiso quemar o tirar, ya sea para que la lección del ejemplo no cayera en el olvido, o por si se diera el caso de que alguien decidiera terminar la obra, eventualidad no del todo imposible de producirse si tenemos en cuenta la enorme capacidad de supervivencia de los dichos lados oscuros de la naturaleza humana. Como alguien dijo, todo lo que puede suceder, sucederá, es una cuestión de tiempo, y, si no llegamos a verlo mientras que anduvimos por aquí, sería porque no vivimos lo suficiente.
21 Consejos, saludos, propuestas...:
Pedro, me has hecho emocionar. Cómo tratar así, no a un anciano, cualquiera de nosotros puede adquirir una enfermedad que nos deje con dificultades!!!. En mi experiencia de vida, y van 48 años, jamás he tratado de esa manera a una persona y eso me alegra!!!. Ésta paradoja (se dice así?), es excelente. Miles de besitos y abrazos.
Precioso texto y preciosa lección de vida. Afortunadamente mis padres, a pesar de la edad que ya tienen, están de maravilla y gozan, gracias a Dios, de buena salud, pero imagino que si algún día me necesitaran, creo que de alguna manera, sería una forma de maniferstarles mi agradecimiento por todo el desvelo y generosidad que emplearon en criarme.
Un beso
Irene
Tendría yo unos ocho o diez años, cuando leí por primera vez este relato en mi libro de gramática, era a modo de cuento, pero ya hizo una gran mella en mí.
Tristemente en la actualidad, a las personas ancianas se las aparca en una residencia de la 3ª Edad.
Deberíamos de reflexionar en este importante tema.
Un abrazo:)
Que buena lección!!
Siempre viene alguien a abrirnos los ojos y a hacernos recapacitar...
Un beso Pedro!! :)
Hace poco un profesor me contó una historia parecida. Para colmo, hoy he presentado y expuesto un trabbajo sobre el parkinson, lo cual me tiene algo sensible...
Kisses
Muchas gracias por tu visita a mi casa, gracias a ello, he podido conocerte.
Nunca deberemos olvida que somos ejemplo para nuestros hijos y que ellos desde muy pequeños, nos observan. Un relato edificante. Afortunadamente somos muchos los que queremos y respetamos a nuestros mayores, pero siempre hay desgraciadas excepciones. Un beso
Teneis todos razón, y es verdad que hay malos hijos... Pero no caigamos en lo de siempre.
Quiero hacer de abogado del diablo. ¿Habéis pensado que también hay malos padres? que las personas malas (que haberla hailas) son padres, madres, hermanos e hijos? No hay que caer en poner etiquetas malas a nadie, pero desde luego tampoco es justo decir que por meter a un anciano en una residencia se es un perverso.
Evidentemente el caso, tal y como lo plantea la historia, no tiene vuelta de hoja, fue una lección de vida para ese hombre que apartó a quien le dio la vida porque era incómodo y el niño fue más allá. El relato es precioso y estoy de acuerdo.
Pero recordemos que hay personas que también sufren a manos de sus ancianos padres. Ser anciano o pequeño no significa, indefectiblemente, ser bueno. No vayamos a caer en la superficialidad y dejemos a toda una generación indefensa en manos de quien, apoyándose en su edad, abusan también de los que rondamos los 40.
Ya sé que mi comentario quita el romanticismo del post de Pedro. Y le pido perdón por ello, pero estoy segura de que alguien, seguramente lo agradecerá y estará de acuerdo.
Es solo una reflexión.
Pedro estoy contigo en la caridad humana, creo que ya me conoces un poco y sabes como pienso pero me gusta también decir lo que es politicamente incorrecto.
Un beso grande, cielo.
Natacha.
Gracias por tu visita a mi blog y comentario, lo del enganche me da que va a ser mutuo.
Un saludo
La moral de un chico de 5 a 8 años, es siempre superior. Puede que de viejo, se nos corrompa el cuerpo, pero el alma la tenemos corrompida desde mucho antes a eso, lo llamamos progreso y desarrollo. Natacha lo tiene claro, yo también.
Ya que se nos corrompe el cuerpo y el alma, voy a castigar un poquito el hígado.
¡Salud!
Me ha encantado el relato, Los niños suelen ser una esponja absorbiendo el comportamiento de sus mayores, así que hay que tener cuidado en como actuas, porque ellos pueden terminar actuando como tú.
escuche lo peor en vivo y en directo: "los viejos son la perdicion de hoy en dia..." esa misma persona dijo que odiaba a los viejos....casi me agarra un cincope al escuchar tan tetricas palabras...
Qué gran verdad, que poca inteligencia la nuestra en no pensar que llegaremos a esa circunstancia, a saber si tan siquiera nos dejaran un cuenco en una residencia fría y gris. Había leído este relato, pero no está de más recordarlo.
Besos salados
hola Pedro
Te saque del blog de "El arte de la estrategia"
Con respecto a este texto deberiamos hacer como CHINA que cuiada, y respeta a las personas mayores.
Por ahora no pude leer en profundidad los textos que tenes en tu blog, pero ni bien pueda lo voy a hacer.
Saludos.
Y la experiencia no nos acaba de enseñar que recogeremos lo que sembremos, y que algún día todos seremos viejos y perderemos el frescor de la juventud. Eso no es malo, pero sí lo es que no haya nadie dispuesto entonces a darnos un poco de amor. Besos, precioso texto.
Pienso que en la vida no es bueno parametrarnos, no sentir lastima por seres que pueden parecer indefensos, en realidad nunca conocemos las historias reales, salvo las nuestras. Pero hay una ley infalible, siempre se cosecha lo que se siembra, y eso no cambiara nunca.
Un abrazo, has dejado una linda reflexion.
Soraya
Habia leído este texto, pero aun asi me cautivó.
Siempre he dicho eso de que ´´lo que tu hagas te lo haran a tí`` Saludos
anamorgana
Como suele suceder, los niños suelen enseñarnos mucho.
Bueno, ya lo hice, si deseas puedes pasar a leerlo, gracias amigo...marimar
Pedro, misión cumplida. Ya dejé mis ocho últimas voluntades :)
Un abrazo
Irene
Hola
Me gusto muchisimo lo que escribiste. Me hizo reflexionar mucho.
Me gustaria que pases por mi blog y me dejes tu comentario.
Yo pasare seguido por tu blog.
muchisimas gracias
Gabriela
http://todopara15.blogspot.com/
Bellamente triste tu historia, y tan real como la vida misma. Así son tratados muchos ancianos y con menos suerte que el de tu historia, que si le acabaron el cuenco de madera.
Cuando el texto trata de las personas mayores, mi atención en la lectura es extrema y muy atenta, amigo.
Besos tiernos y dulces.
** MARÍA **
PD: En esta dirección puedes leer algo que te puede gustar, ya me contarás.
http://pasionalmentesentimental.blogspot.com/2007/06/el-viejo.html
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