jueves, 22 de mayo de 2008
Recuerdo con una claridad tenebrosa el día en que comenzó el ocaso de mi vida. ¿Cómo podía ser otra cosa, si tan parecido fue a anteriores pesadillas vividas?
En aquellos sueños de antes, salía a la calle y de inmediato me veía rodeado de miradas acuciantes. Unas divertidas, otras asombradas, las había disimuladas e incluso descaradas, pero todas penetrantes y acertadas, como saetas en sus dianas.
Claro que en ellos, el motivo solía ser bien diferente al de aquella vez: aparecía en mitad de la calle en ropa interior o en completa desnudez.
Algo tremendo... aunque pueril, ante aquella terrible realidad, que terminó transformando en anécdota infantil lo que antaño sería calamidad.
No necesité comprobar que llevaba la bragueta subida o los pantalones puestos, porque como digo, no fue exactamente esto, sino justo lo opuesto.
Aunque en principio me fue imposible identificar el motivo de aquella situación infernal, poco a poco pude adivinar que aquello no parecía real.
Era extraño, nadie llegaba a verme. Cada fulano con el que me cruzaba me obligaba a torcerme, de otro modo el trompazo sería seguro, creedme.
Los primeros que me obligaron a bajar la acera bruscamente, tan sólo me parecieron unos maleducados, como mucho algo dementes, o si acaso un poco despistados, pero nunca intransigentes.
Pero conforme la situación se repetía, mi preocupación aumentaba. Me tocaba la cara, sacudía el pelo, en su sitio todo aparecía, y yo más me perturbaba.
Sin embargo aquel drama no había hecho más que comenzar, hasta entonces sólo me incomodaba la fatalidad de tropezar, nada comparado con lo que aún estaba por llegar.
Lo peor vino a suceder cuando entré en la cafetería, en principio nada que temer, allí a todos conocía, porque yo a la hora de comer no me fío ni de mi tía, y aunque en ésta nunca llegué a desayunar bien, yo más terco bien que insistía.
Era como si fuese completamente invisible. No es que yo hubiese sido anteriormente un tipo irresistible, pero el saludo nunca me lo habían negado, y mi voz de barítono resultaba inconfundible, pidiendo la consabida tostada con el café cargado.
Pero aquel día era como si no existiese, nadie me hacía caso, ni tan siquiera el perro de la entrada ladró a mi paso. No es que me confundiesen, tanto el barman como los clientes me ignoraban, con decir que incluso añoré tiempos pasados, cuando en mi niñez todos me insultaban...
Mi desesperación me hizo olvidar mi habitual prudencia y languidez y empecé a gritarle a todo el mundo, buscando alguna respuesta a tanta estupidez. Todo fue inútil, cada intento iracundo por hallar lucidez, topó con un rostro inmundo que me miraba sin inmutar la tez.
Aquello fue ya el colmo; agotó mi paciencia. Abandoné el bar lleno de ira, y con la mayor violencia, me dispuse a hacer arder en la pira al primer peatón que me ignorase con impertinencia.
No fue necesario. Nada más poner un pie en el asfalto, agitado y sudoroso como me encontraba, con un sol que con un millar de agujas afiladas en la cara me golpeaban, traté de hallar antes refugio y hacia una salvadora sombra me dirigí... y fue entonces cuando en la cuenta caí: ¡Mi propia sombra ya no estaba, cómo es que antes no lo advertí!
Como una pesada losa de granito, la realidad cayó sobre mí. Miré hacia un lado, hacia otro... nada. No estaba allí.
Intuí que aquella anomalía podría ser un posible motivo por el que ser ignorado, pero esto pareció me que ya nunca hubiese importado.
Lo principal entonces consistía en averiguar qué había ocurrido con mi sombra, ¿dónde se metía? Siempre había estado conmigo, para mí era tan cercana..., fiel y perseverante como lo es el sol cada mañana.
Aquel misterio era como una montaña desconocida y lejana, es decir, de él yo nada entendía. Raudo y aterrado acudí a la clínica más cercana. Confiaba en que alguien me lo aclararía. Pero... el problema persistía; nadie se percataba de mi presencia, incluida la cirujana, ya que hembra era la que me daba asistencia.
Por más que yo insistía y la zarandeaba con brusquedad, todo parecía en vano, ella simplemente me apartaba con frialdad, como el que se espanta una mosca en el calor del verano.
Cuando me abandonó la paciencia, cansado y abrumado, decidí desahogar mi impotencia entrando en el excusado. Sin más compañía que la soledad que nunca perseguí, me enfrenté al espejo viejo y deteriorado y... entonces todo lo comprendí: no había perdido la sombra, era ella la que me había encontrado a mí.
En aquellos sueños de antes, salía a la calle y de inmediato me veía rodeado de miradas acuciantes. Unas divertidas, otras asombradas, las había disimuladas e incluso descaradas, pero todas penetrantes y acertadas, como saetas en sus dianas.
Claro que en ellos, el motivo solía ser bien diferente al de aquella vez: aparecía en mitad de la calle en ropa interior o en completa desnudez.
Algo tremendo... aunque pueril, ante aquella terrible realidad, que terminó transformando en anécdota infantil lo que antaño sería calamidad.
No necesité comprobar que llevaba la bragueta subida o los pantalones puestos, porque como digo, no fue exactamente esto, sino justo lo opuesto.
Aunque en principio me fue imposible identificar el motivo de aquella situación infernal, poco a poco pude adivinar que aquello no parecía real.
Era extraño, nadie llegaba a verme. Cada fulano con el que me cruzaba me obligaba a torcerme, de otro modo el trompazo sería seguro, creedme.
Los primeros que me obligaron a bajar la acera bruscamente, tan sólo me parecieron unos maleducados, como mucho algo dementes, o si acaso un poco despistados, pero nunca intransigentes.
Pero conforme la situación se repetía, mi preocupación aumentaba. Me tocaba la cara, sacudía el pelo, en su sitio todo aparecía, y yo más me perturbaba.
Sin embargo aquel drama no había hecho más que comenzar, hasta entonces sólo me incomodaba la fatalidad de tropezar, nada comparado con lo que aún estaba por llegar.
Lo peor vino a suceder cuando entré en la cafetería, en principio nada que temer, allí a todos conocía, porque yo a la hora de comer no me fío ni de mi tía, y aunque en ésta nunca llegué a desayunar bien, yo más terco bien que insistía.
Era como si fuese completamente invisible. No es que yo hubiese sido anteriormente un tipo irresistible, pero el saludo nunca me lo habían negado, y mi voz de barítono resultaba inconfundible, pidiendo la consabida tostada con el café cargado.
Pero aquel día era como si no existiese, nadie me hacía caso, ni tan siquiera el perro de la entrada ladró a mi paso. No es que me confundiesen, tanto el barman como los clientes me ignoraban, con decir que incluso añoré tiempos pasados, cuando en mi niñez todos me insultaban...
Mi desesperación me hizo olvidar mi habitual prudencia y languidez y empecé a gritarle a todo el mundo, buscando alguna respuesta a tanta estupidez. Todo fue inútil, cada intento iracundo por hallar lucidez, topó con un rostro inmundo que me miraba sin inmutar la tez.
Aquello fue ya el colmo; agotó mi paciencia. Abandoné el bar lleno de ira, y con la mayor violencia, me dispuse a hacer arder en la pira al primer peatón que me ignorase con impertinencia.
No fue necesario. Nada más poner un pie en el asfalto, agitado y sudoroso como me encontraba, con un sol que con un millar de agujas afiladas en la cara me golpeaban, traté de hallar antes refugio y hacia una salvadora sombra me dirigí... y fue entonces cuando en la cuenta caí: ¡Mi propia sombra ya no estaba, cómo es que antes no lo advertí!
Como una pesada losa de granito, la realidad cayó sobre mí. Miré hacia un lado, hacia otro... nada. No estaba allí.
Intuí que aquella anomalía podría ser un posible motivo por el que ser ignorado, pero esto pareció me que ya nunca hubiese importado.
Lo principal entonces consistía en averiguar qué había ocurrido con mi sombra, ¿dónde se metía? Siempre había estado conmigo, para mí era tan cercana..., fiel y perseverante como lo es el sol cada mañana.
Aquel misterio era como una montaña desconocida y lejana, es decir, de él yo nada entendía. Raudo y aterrado acudí a la clínica más cercana. Confiaba en que alguien me lo aclararía. Pero... el problema persistía; nadie se percataba de mi presencia, incluida la cirujana, ya que hembra era la que me daba asistencia.
Por más que yo insistía y la zarandeaba con brusquedad, todo parecía en vano, ella simplemente me apartaba con frialdad, como el que se espanta una mosca en el calor del verano.
Cuando me abandonó la paciencia, cansado y abrumado, decidí desahogar mi impotencia entrando en el excusado. Sin más compañía que la soledad que nunca perseguí, me enfrenté al espejo viejo y deteriorado y... entonces todo lo comprendí: no había perdido la sombra, era ella la que me había encontrado a mí.
27 Consejos, saludos, propuestas...:
vaya pesadilla, me daria miedo volver a dormir,
como siempre un texto excelente, me ha encantado,
un beso,
Normalmente sentimos vergüenza a que los demás nos vean "desnudos" porque en el fondo sabemos que debajo del ropaje "no es oro todo lo que reluce".
Saludos.
La sombra acaparó su vida...
Me dejaste pensando en este tema, me duele cuando se habla de la muerte.
Un beso!
Tremenda pesadilla, es angunstioso no saber porque nadie te oye , nadie te ve, es como el que muere de repente y no se acaba de dar cuenta de su estado, creyendo que sigue vivo, no entiende por que es invisible ante los demas. Un beso
¡Pedro!!! qué miedo. Pobre hombre, su vida una continua sombra.. Su cuerpo voló, tal vez como el de Peter Pan, recuerdas? que se cosía la sombra a sus pies...
Vaya ha sido emocionante. Gracias por estos ratos de lectura tan agradables.
Un beso, amigo mío.
Natacha.
Ser y no ser. Estar vivo es, una condena a muerte que nos persigue como la sombra.
Ser y no ser, pues no somos la sombra, pero sin ella, no somos nosotros.
Ser y no ser, luego no hemos sido nosotros mismos hasta que morimos.
Ya no entiendo ser y no entiendo no ser. Entiendo estar vivo y vivir para verlo.
¡Un abrazo!
Me atrapò este buen relato, por un momento me metí en el personaje y me sentí muy desdichada...
Abrazos♥
Buen texto, Pedro. Poco a poco vas haciéndote con el oficio. Cada vez me gusta más leerte porque no sé con que me vas a sorprender. En esta ocasión, esta narración con rima y con un sorprendete final es fantástica.
Un beso
Lembra-me um conto de H. C. Andersen, llamado La Sombra.
Postei sobre um filme que vc já deve ter visto, mas que vemos sempre duas vezes.
Dá uma passada lá:
wwwrenatacordeiro.blogspot.com/
não há ponto depois de www
Renata M. P. Cordeiro
Un bonito realto que ha captado mi atención de principio a fin
Un abrazo
tienes una intro muy guapa!
Te saludo!
exquisito tu relato....tiene todo ese supenso ......la verdad que muchas veces sentimos que hemos perdido hasta la sombra pues yo muchas veces he perdido hasta el aliento...pero bueno creo que muchas veces mi sombra ha querido alejarse de mi odiandome a los gritos
un beso y abrazo ....divino !!!!!!!!!!
Qué cosa más curiosa has escrito. Qué sentimiento más siniestro en el que queda atrapado el protagonista de tu relato.
Me despido durante un tiempo, quizá te visite pero no creo que escriba en el blog, muchos abrazos y besos para tí.
Hasta pronto, espero.
Buen relato amigo, estupendo.
Parece que lo escribió, un paisano de Antonio García Gutierrez.
Un abrazo Pedro, desde esta distancia cada vez más cerca.
Antonio
Pedro tengo un premio para tí en mi blog, me parece interesantisimo lo que escribes. un beso
La muerte se presenta de maneras extrañas, pero esta que nos cuentas Pedro, es realmente terrorífica. Es una pesadilla que no me gustaría que me visitará. Como siempre, nos presentas textos alucinantes. De lujo.
Un fuerte abrazo,
Maya
La verdad fue un placer leerte una ves mas, exelente esta historia, muchas veces me senti sin sombra. Venia para desdepirme e inbitarte para compartir con vos mi ultima publicacion. espero tu visita, un abraso.
Hola Pedro!!:
Parece que te tuviera olvidado, pero no. Aquí estoy, a veces falta el tiempo.
Pues, me encuentro con una trama literaria en forma de pesadilla. Y como es habitual en los relatos , cada lector puede darle una interpretación diferente.
Yo, entiendo que eras un ser gigante , y por eso tu sombra era tan grande y te ocultaba de tal manera que llegaba a ocultarte. Y, algo más, la gente envidiosa te ignoraba y no te quería ver.
Un beso.
Pedro por tu energía y luz te deje unos cariños en mi casa
bendiciones
Una lectura exquisita!
Gracias por compartir!
Las pesadillas muchas veces son más reveladoras que los sueños "normales", bueno, quizás mejor dicho, a veces...
Un saludo
Interesante y enganchante. Ya sabes que en el taller nos buscamos las cosquillas y vamos a los fallitos, pero ahora no me parece oportuno así que te contaré mañana. Ah, y enhorabuena por los amigos que te leen, tienes un público de calidad. Saludos DONCEL, paisano.
Un abrazo
Antoñín
Yo muchas veces me siento igual que tu personaje. Ahora comprendo que mi sombra se despista y me abandona. Afortunadamente son sólo momentos...
Genial Pedro.
Encantada de volver a pasarme a leer tus textos.
De nuevo volvemos a asomarnos al espejo, últimamente está muy presente en todos. Un abrazo. Eva.
Muy bueno el final, Pedro, y el tema del relato, pero si me permites una apreciación propia, para mí hubiera tenido mucho mas carácter sin rimas.
era ella la que me había encontrado a mí.
_
Vaya, Pedro, esa frase da para muchas interpretaciones y todas precisan un tiempo de análisis.
Este relato va más allá de un simple texto, este relato lo encontró su sombra, logrando ser un todo fusionado, compacto, exacto.
Tregua pido, horas de tregua, para masticar estas sensaciones que me has dejado al leerte.
Sombra, mi sombra, un todo, nada, vida en equilibrio, arribo de muerte..
Un abrazo y gracias mil por tus palabras en mi blog
Pilar
Buen día mi Pedro...primero pensé que habías tomado el rumbo de Maddona jajaja...feo eso de perder la propia sombra, no te digo más que son excelentes tus relatos, LO SABES!!!, como el libro me parece excelente, te propongo hacer una película, el papel que me toque lo haré jajaja.
Mis besos y abrazos para todos por ahí!!!
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